el blog de reseñas de Andrés Accorsi

martes, 28 de febrero de 2017

SURFEANDO LA OLA DE CALOR

No estoy con muchas ganas de escribir, pero creo que mañana voy a tener menos ganas y casi seguro menos tiempo, así que ahí vamos.
Arranco con Seraphim-2666133336Wings, un manga co-creado por dos de los más grandes directores de la historia del animé: Mamoru Oshii y Satoshi Kon, con dibujos de este último. Son unas 220 páginas, que cuentan… con mucha suerte un tercio de la historia. En algún momento de la serialización (allá por 1994) se produjo un cortocircuito en la dupla autoral y Seraphim quedó ahí, inconclusa, cuando la trama todavía tenía muchísimas incógnitas por resolver.
Estamos hablando de una historieta profunda, compleja, con acción y tiros, con conspiraciones y runfla política, situada en un futuro post-apocalíptico y cercano, narrada en un tono muy realista, circunspecto, dramático. Los elementos fantásticos tienen mucho peso en la trama y son interesantísimos, porque vienen de dos palos distintos: algunos tienen una explicación cuasi-científica y otros (los vinculados a Sera, la misteriosa niña que es niña hace un montón de años) parecieran estar vinculados a cuestiones místicas o metafísicas.
Oshii y Kon logran generar una intriga que te atrapa y te pone nervioso, y que crece a la par del ritmo de la aventura. La segunda mitad del libro es claramente más ganchera, con mejores y más impactantes revelaciones, mientras que en la primera mitad, los autores te están presentando este mundo en crisis y cada vez que dos personajes se encuentran, uno le explica al otro cómo funcionan ciertos aspectos de esta sociedad arrasada por una enfermedad misteriosa, a veces en diálogos muy extensos, que conspiran contra la agilidad del relato.
Lo mejor que tiene Seraphim es el planteo, el tratamiento de uno de los personajes (el Inspector Melchor, también conocido como “Jacob, el mata países”), el clima ominoso y –muy por encima de todo eso- el dibujo de Satoshi Kon, que está fuera de escala. Acá vemos al director de Paprika y Perfect Blue dejar la vida en cada viñeta y obsequiarnos un trabajo absolutamente insuperable en materia de fondos, aplicación de grises, expresiones faciales, planificación de las secuencias mudas… Me imagino que Kon habrá trabajado en equipo con muchos asistentes, porque cada página de Seraphim tiene una cantidad de laburo inhumano, más allá de la calidad, que es sublime. ¡Qué bestia que era este tipo y qué pena que no haya producido más mangas!
Me voy a Francia, a 2011, cuando Aude Picault publica Fanfare, conocido en nuestro idioma como “Charanga”, gracias a la edición de la extinta Sins entido. Estamos frente a una historieta que logra algo muy difícil: mantener nuestra atención durante casi 90 páginas sin nada parecido a un conflicto fuerte, sobre el cual apoyar el desarrollo del argumento.
Picault nos sitúa en un pueblito de Francia donde se realiza cada año un festival, al que concurren bandas de música, muchas y muy numerosas, a tocar y sobre todo a escabiar. Durante los días del festival, los miembros de las “charangas” tienen canilla libre en todos los bares del pueblo y parte de la gracia es chupar hasta caer en el arruine más absoluto. Lo más parecido a una trama es el fragmento en el que Alde, una joven que toca el trombón, recorre varios lugares de este pueblo tratando de encontrar a Bilu, el chico que le gusta. Pero el dato de que Bilu no asistirá al festival se lo dan a Alde 50 páginas antes del final. De ahí en más, la protagonista pasa a ser testigo. La vemos deambular por el pueblito, interactuar con chicos y chicas de distintas charangas, hablar boludeces, ver cómo sus interlocutores vuelcan del pedo que tienen y –cerca del final- fisurar ella también.
Casi toda la obra adopta un tono más descriptivo que narrativo, con los personajes convertidos en guías, que están ahí para llevar al lector de la mano, en esta recorrida por el pueblo copado por esta legión de músicos amantes de la fiesta y el escabio. No es fácil, me parece, lograr mantener el interés en un relato de este tipo, sobre todo en un comic, donde la música no se oye y la birra no se degusta. Pero bueno, los diálogos son divertidos, Alde es un personaje querible casi a pesar suyo y está todo muy, pero muy bien dibujado por una autora de trazo simple, fresco, con una línea hiper-clara, con mucha atención por el lenguaje corporal y las expresiones faciales, un gran manejo de las onomatopeyas, un tratamiento hermoso del color y un recurso que está bueno para transmitir la sensación de libertad, de descontrol en el sentido de escasez de reglas: Picault no le dibuja los marcos a las viñetas en toda la obra, como lo hiciera alguna vez el glorioso Will Eisner.
No te quiero vender el chamuyo de que Charanga es una obra fundamental del comic contemporáneo, pero es algo distinto, muy logrado en un montón de aspectos, que me alcanzó y sobró para poner a Aude Picault en la lista de los historietistas a los que conviene seguir de cerca.
Volvemos a encontrarnos pronto, cuando tenga más libros leídos. Y nos vemos cara a cara el lunes, con los que se hayan inscripto en el seminario de Historia de los Superhéroes que voy a estar dictando los cuatro lunes de Marzo.

sábado, 25 de febrero de 2017

LOGAN

Mirá cómo te la vendo con una sóla frase: Wolverine, X-23, el Profe Xavier, Caliban, los New Mutants con Rictor a la cabeza y los Reavers con Donald Pierce a la cabeza, trenzados en una road movie crepuscular, sin historias de amor pedorras, sin boludeces, con niveles de violencia y emotividad a los que no puede aspirar ninguna de las otras películas de la franquicia X-Men.
Y no, Logan no es una película perfecta. Tiene un par de momentos en los que el ritmo se frena medio de golpe y el director/guionista James Mangold estira innecesariamente escenas que podrían resumirse muchísimo. Pero fuera de eso, estamos frente a 141 minutos de una calidad poco frecuente para el cine de acción en general, obviamente muy por encima de lo que vimos en las dos películas anteriores dedicadas al mutante canadiense.
Logan tiene dos cosas que las pelis anteriores no tenían y que se extrañaban grosso: por un lado, escenas intimistas con fuerte carga emocional, de esas que te redefinen por completo a los personajes; por el otro… ¡sangre! Veníamos acostumbrados a extensas secuencias de machaca salvaje en las que Wolvie pelaba garras y daba (o recibía) como en bolsa… pero no salía sangre, ni tripas, ni nada. Acá tenemos hectolitros de sangre, alguna que otra tripa y un montón de miembros mutilados: brazos, piernas y hasta cabezas seccionadas de sus respectivos cuerpos y volando por el aire. Lo más lindo (si tenés estómago para aguantar la violencia sanguinolienta) es ver a una tierna nenita de 11 años matar gente a lo pavote. La versión fílmica de Laura (o X-23) tiene una agilidad animal asombrosa, un instinto salvaje afiladísimo para las peleas y a Mangold no le tiembla el pulso a la hora de mostrar cómo roba, mata y mutila sin el menor reparo.
Laura es, sin dudas, el personaje mejor trabajado a lo largo de toda la peli. Pero los diálogos más graciosos, más intensos, aparecen cuando se trenzan Logan y el Profe, en escenas que aprovechan al mango la incomparable calidad actoral de Patrick Stewart, y en las que Hugh Jackman (bastante menos dotado que el británico) se las ingenia para salir bien parado. Y si bien hay varios momentos en los que la comedia funciona muy bien, el clima de la película es, en general, melancólico. Más allá de los (no tantos) chistes y la abundante machaca, esta es una historia crepuscular, la historia que cierra la saga de Wolverine y el Profe, de modo bastante definitivo. Eso también está muy logrado: minuto a minuto te vas convenciendo de que si la película termina mal, va a estar todo bien, que lo contrario sería ilógico. Logan está ambientada en el 2029, con un Xavier de 90 años y un Wolverine de alrededor de 150 (muy baqueteados ambos), no porque la trama requiera la proliferación de elementos futuristas (de hecho, me pareció que había muy pocos), si no para no aniquilar la posibilidad de que estos personajes aparezcan en otras películas, algo que parece bastante factible.
Además de una nueva y extensa formación de New Mutants lista para protagonizar infinitas pelis, Logan nos deja un montón de emociones, persecuciones, combates, puteadas (creo que la única peli de superhéroes con más puteadas es la de Deadpool), un muy lindo homenaje a la magia de los comics de X-Men, y sobre todo la posibilidad de disfrutar –por fin- de una gran película de Wolverine, algo que hasta ahora estaba en la lista de pendientes. Me hubiese gustado ver a Jackman aunque sea 10 minutos con la máscara y el traje marrón, o aunque más no sea con el traje amarillo (que me gusta menos hasta cuando lo dibuja John Cassaday), pero no. Acá tenemos 141 minutos de Jackman a cara descubierta, poniéndole rostro, cuerpo y expresión a su despedida del personaje, después de 17 años y 9 largometrajes. Veremos con quién lo reemplazan en las futuras entregas de la franquicia X-Men, que supongo que seguirá avanzando. De hecho, el guión de Logan tira puntas de historias que sucedieron en los años que nos salteamos para llegar al 2029 y que estaría muy bueno explorar.
Si me fui contento de cine cuando vi la segunda peli, con esta me fui flotando de felicidad. Obviamente la recomiendo mucho, y recomiendo también no quedarse a ver los créditos a la espera de una escenita extra, porque no la hay.

jueves, 23 de febrero de 2017

JUEVES HOT

Está calentita la tarde, pero igual me animo a clavar el culo en la silla un rato para escribir un poco acerca de los dos libros que me bajé en estos días.
Arranco en EEUU, a fines de 2015, cuando Fantagraphics publicó Violenzia and other deadly amusements, un libro más en la ilustre trayectoria del único e inigualable Richard Sala. Es un libro un poquito ladri. En sus 144 páginas tenemos dos aventuras de Violenzia (una de 48 páginas y una de 34), una especie de cuento ilustrado que tiene algunas páginas divididas en viñetas como para que se parezca un poquito más a una historieta, y una galería de ilustraciones (casi todas majestuosas) que abarca 28 páginas más. Difícil protestar cuando el material de relleno son dibujos e ilustraciones de Richard Sala, pero bueno, la reseña la vamos a centrar en las historietas de Violenzia, que fueron el anzuelo que me enganchó y me hizo desembolsar los u$ 17 que vale el broli.
Básicamente las dos tramas son parecidas: arrancan por el lado del misterio y en un momento irrumpe la machaca y se convierten en orgías de tiros, peleas, explosiones y… violencia, como su nombre lo indica. Creo que son las escenas de pelea más largas (y sin duda las más intensas) en la carrera de Sala, y esto no le deja más opción que continuar la tendencia de sus obras más recientes, que es la de armar páginas con muy pocas viñetas. Esto le sale muy bien, potencia muchísimo el impacto del dibujo y (lógicamente) hace que la lectura dure poco, aunque Sala a veces mande globos de diálogo realmente profusos.
En ambos casos tenemos historias simples, lineales, muy potentes, que primero te envuelven con sus intrigas y sus climas ominosos y después te salpican con sangre. Poesía y misterio con olor a pólvora, plasmados gráficamente por un artista cuyo dominio del dibujo y el color no deja de sorprenderme ni de fascinarme jamás, a pesar de que lo sigo hace décadas. ¿Es el libro indicado para empezar a explorar el mundo sensual y grotesco de Richard Sala? Me parece que no, que yo recomendaría arrancar por otro lado. Pero si sos hardcore fan y querés todos los libros del ídolo, entrale con confianza que no te va a decepcionar.
Y me vengo a Argentina, año 2016, para recorrer A Tu Rojo Ruta, la ópera prima como autor integral de Mariano Taibo, al que teníamos ubicado como un entintador que la rompía en los títulos de Marvel por los que desfilaba Carlos Pacheco. Hasta que un día Taibo sintió ganas de hacer otra cosa, más personal, y mandó a la mierda a Marvel para internarse en esta historia sórdida y desgarradora de violencia, corrupción y muerte.
Me pasó algo parecido que cuando leí Guro: sentí que la trama de A Tu Rojo Ruta me sonaba de unas cuantas historias previas, pero aún así me resultaba atrapante por la apuesta formal de Taibo, por los yeites, los firuletes narrativos, incluso los caprichos. Una obra que podría haberse sujetado firme al “más de lo mismo”, eligió el camino más difícil, el de una narrativa no lineal, el de una puesta en página extraña, muy condicionada por el formato de la tira, con la decisión extrema de no contar con líneas ni manchas negras, sino acotar TODA la faz visual (hasta las letras) al magenta y el azul. Lo de “acotar” es un término inexacto, porque la verdad es que visualmente a este trabajo no se le puede reprochar nada. Taibo dibuja muy, muy bien y tiene un imponente manejo de la mancha, de las líneas cinéticas, de los tramados, y por ahí no tanto de los fondos, pero como casi toda la historia transcurre en un desierto, no molesta para nada.
Más allá de los riesgos gráficos y narrativos que asume Taibo, A Tu Rojo Ruta tiene un gran trabajo de construcción de personajes, muy buenos diálogos y la habilidad para golpear donde duele, para meterse con realidades muy jodidas de la Argentina profunda, en la que se mezclan religión, política, ignorancia, pobreza, trata de personas, narcotráfico y tragedia. Me re-imagino a esta historia convertida en un largometraje, aunque también pienso que perdería muchísima de la magia que tiene así, en esta versión. Si no te asusta un thriller áspero, agreste, con mucha mala leche, torturas y crímenes de todo tipo, te recomiendo A Tu Rojo Ruta.
Espero con ansias el próximo trabajo de Mariano Taibo y prometo nuevas reseñas para dentro de unos días. ¡Gracias y hasta entonces!

lunes, 20 de febrero de 2017

DOS GEMAS DE LUNES

El otro día prometí volver a ocuparme de Facundo Percio en una reseña, y acá estamos, con el libro de Fashion Beast, la historieta que en realidad es una adaptación del guión que escribieran Alan Moore y Malcom McLaren (dos nenes de pecho) para una pelícuka que nunca se filmó. Como suele suceder cada vez que los muchachos de Avatar revuelven los cajones del Mago de Northampton y encuentran un texto adaptable al comic, el encargado de convertir el guión cinematográfico en un guión de historieta fue Antony Johnston. Y se ve (después de adaptar poemas, canciones, relatos, conjuros y listas de los mandados) que el tipo está curtido en estas lides, porque la historieta se lee muy bien, como si Fashion Beast hubiese sido imaginada de entrada como una novela gráfica. El desafío más cuesta arriba para Johnston es lograr transmitir sin canciones las sensaciones que la supuesta película pensaba transmitir desde su soundtrack, y la verdad es que ese punto está muy bien logrado. Hay extensas secuencias mudas (que uno imagina musicalizadas en el quimérico largometraje) y dos escenas en las que Johnston incorpora la letra de un tema muy importante para la trama, que parece ser una versión “alternativa” (llámese “no tenemos guita para usar la letra del tema que todo el mundo conoce”) de Vogue, el hitazo de Madonna que ardía en llamas en 1990, el año en que Moore y McLaren concibieron Fashion Beast.
La historia en sí es atrapante. Es un cuento de hadas moderno, con un leve trasfondo político con sabor a distopía (ahí se ve clarita la mano del Mago, jugando de local en esa cancha tras el éxito de V for Vendetta), una mínima trama romántica y una visión descarnada y original acerca del mundo de la moda, los diseñadores de moda y las modelos. Los tres personajes protagónicos están muy bien trabajados, con mucho desarrollo, mucha carnadura. Había que conseguir MUY buenos actores para que una versión filmada transmitiera todo lo que trasmiten los personajes en el comic.
Obviamente eso es mérito de los dibujos de Facundo Percio, quien se consagra con un trabajo fantástico, realmente impactante. Nuestro compatriota te detona las retinas con un nivel de detalle superlativo, con un criterio infalible en la planificación de secuencias muy complejas, con la expresividad que logra darle a los rostros de los personajes que no se parecen para nada entre sí. No te voy a chamuyar: Percio no es un dibujante hiper-original, ni un genio vanguardista que se proponga revolucionar el Noveno Arte, ni mucho menos. Es un autor ideal para historietas de género, de estética realista, con rasgos bien expresivos, que después de dibujar mucha aventura de terror y ciencia-ficción, acá sorprende al demostrar su jerarquía también en el terreno de una historieta más intimista, más romántica y más política. Si no lo conocías, no se me ocurre mejor carta de presentación que este trabajo, extenso, lleno de desafíos, con el sello de prestigio que le otorga la mano mágica de Alan Moore (autor, además, de un prólogo obscenamente bien escrito) y donde se lo ve magníficamente complementado por los colores de Hernán Cabrera.
Y sigo con autores argentinos, esta vez con Renzo Podestá, el increíble rosarino radicado en Córdoba, que en 2016 lanzó su novela gráfica Warpaint. Warpaint tiene un sólo problema, y es que se lee muy rápido. Son 70 páginas de historieta que, al tener poco texto y pocas viñetas por página, duran poco. Fuera de eso, Warpaint es una experiencia fascinante, por la calidad de los dibujos, la fuerza del mensaje y la intensidad de la historia. Después de un arranque a pura machaca medieval, el segundo tramo te confunde un toque, te descoloca. ¿Qué pasa acá? De pronto Renzo pega un giro hacia una trama medio metafísica, intimista, melancólica… Nada, rápidamente llega otro volantazo, y revelaciones impactantes que le dan otra vuelta de tuerca al argumento y lo llevan hasta una resolución brillante.
El dibujo de Podestá llega en Warpaint a un pico, a un nivel de originalidad imposible. Esto es idiosincracia pura, acá no hay la menor intención de cumplirle las expectativas ni los caprichos a nadie. No hay fan service, hay un autor desencadenado, fuera de control, decidido a convertir a la página en su patio de juegos, en su laboratorio de experimentación, en su campo de batalla, en su cementerio, si hiciera falta, pero sin bajarse los lienzos ni un milímetro y sin guardarse nada. Quizás te parezca que el estilo visceral, experimental, a todo o nada, no se condice mucho con una propuesta más o menos aventurera como la de Warpaint. En ese caso, preparate para llevarte una sorpresa. Acá Renzo saca chapa de genuino heredero del Viejo Breccia y Ted McKeever con un combo mortal entre el estallido plástico y la disciplina narrativa que hace falta para tener a un lector enganchado durante 70 páginas con un relato potente y conmovedor. Muy grosso.
Volvemos pronto con más reseñas.

sábado, 18 de febrero de 2017

¡LOS SUPERHEROES DESENMASCARADOS!

¿Por qué, cómo y de dónde surgieron los superhéroes? ¿Cómo llegaron a imponerse como íconos centrales de la cultura globalizada? ¿Cuáles fueron los autores y las obras más importantes de sus 80 años de historia? ¿De qué hablamos cuando hablamos de ”Golden Age” y ”Silver Age”?
Todos esos secretos y muchos más, revelados en un seminario de cuatro clases, a lo largo de los cuatro lunes de Marzo.
Inscribite ya, que los cupos son limitados.

viernes, 17 de febrero de 2017

ACA VAMOS DE NUEVO

Bueno, me devoré ese libro gordísimo en tiempo record. Era el Vol.5 de Lucifer, con el tramo final de la serie de Mike Carey y Peter Gross que empezó como un tímido spin-off de Sandman y terminó como una serie realmente grossa, con un lugar sobradamente ganado entre las grandes historietas que publicó Vertigo en sus primeros 20 años de existencia.
En este último libro, Carey resuelve todas las tramas pendientes sin descuidar en lo más mínimo lo más importante que tiene Lucifer, que es el constante desarrollo de personajes. Más allá de los giros argumentales imprevistos (que siguen apareciendo, incluso cuando faltan uno o dos episodios para el final), Carey conserva hasta último momento esa capacidad asombrosa para hacer que el lector se identifique con los personajes y los entienda y los quiera, aunque se trate de dioses, demonios, ángeles o inmortales de cualquier grupo o factor. Por si alguno no lo entendió, el guionista reitera de modo aún más explícito el concepto central de la serie (por supuesto tributario de ideas que ya esbozara Neil Gaiman en Sandman): ser Dios no está tan bueno, porque no tenés la libertad de hacer lo que se te canten las pelotas. Lucifer Morningstar sube la apuesta todo el tiempo en ese sentido: el no se siente el más poronga si gobierna al resto. Se siente el más poronga si nadie le rompe las pelotas. Y hacia ahí va el arco final, a un ritmo muy tranqui, con muchas secuencias intimistas y -lógicamente- con mucha exploración de las consecuencias de la movida más… drástica de Carey, que es la de unificar todos los mundos conocidos, más el Cielo y el Infierno, bajo la conducción de una sóla deidad, un personaje (no lo nombro para no cagar a nadie que no haya leído la serie) al que a lo largo de estos cinco tomos vimos evolucionar muchísimo hasta merecerse ampliamente el rol que el guionista le reservaba para el final.
El dibujo de Peter Gross se me hizo muy llevadero y por momentos hasta me gustó. Y de los tres “fill-ineros” invitados (Michael Kaluta, Zander Cannon y Dean Ormston) me quedo –adivinaste- con este último. El siempre alucinante Ormston la destroza en uno de esos unitarios que Carey dedica a darles chapa a los personajes secundarios y que son parte fundamental de la magia de esta gran serie, que termino de leer 11 años después de que dejó de salir, y que no me cansaré nunca de recomendar.
Me vengo a Argentina, al 2016, para hablar un poquito de Hounds, una antología con seis historias de misterio sobrenatural escritas por Rodolfo Santullo. No me enganché mucho, la verdad… Me gustó la idea de tomar investigadores que ya existían en cuentos y novelas de grandes escritores y vincularlos al estilo League of Extraordinary Gentlemen, pero las historias en sí no me llegaron demasiado. Les falta sorpresa, desarrollo de personajes, esos diálogos filosos tan típicos de Santullo… En una historia, el villano pierde porque se tropieza, otras se resuelven de modo muy sencillo, muy lineal, a veces con un par de trompadas. Creo que el argumento que más me intrigó fue el de la última historia (la de Jules De Grandin), pero el interés se fue desvanesciendo a medida que mis ojos chocaban con globos y bloques de texto cada vez más grandes, más profusos, más superpoblados de palabras.
Lo que eleva a este libro muy por encima de la media es la labor de los dibujantes. Santullo reunió a un verdadero All-Star Squadron y los seis dejaron la vida, cada uno en su estilo. Matías Bergara abre la lista con un trabajo en el que mezcla influencias de Alberto Breccia y Alfonso Font con una elegancia descomunal. Lisandro Estherren te pone los pelos de punta con unas páginas en las que parece invocar al espíritu de Oswal, pero en clave dark. Sebastián Cabrol me conmovió con su manejo de los grises para acentuar los climas, fundamentales en una historia donde en el 80% de las viñetas sólo vemos gente quieta. Facundo Percio remó contra el guión más flojo de la antología y logró lucirse con su dibujo rico en dinamismo y en técnicas de iluminación. Oscar Capristo también hace magia con el blanco, el negro y las tramas de gris, y logra que su trazo sintético y potente le gane la pulseada a dos o tres páginas en las que los globos de diálogo parecen devorarse a la narrativa. Y el maestro Horacio Lalia, claramente el más jaqueado por la cantidad de texto que tiene que incluir en cada viñeta, responde con un trabajo sobrio, sin estridencias, y con algunos hallazgos técnicos en el manejo de la témpera blanca sobre tinta negra, texturas, cepillados y demás yeites heredados del inmortal Viejo Breccia.
Esto leyendo otro libro de Facundo Percio y en cualquier momento me meto en otro de Rodolfo Santullo, así que volveremos a visitar pronto a varios de estos autores. ¡Buen finde y hasta luego!

martes, 14 de febrero de 2017

DOS JOYITAS

Sigo avanzando en las lecturas del material que se publicó en Argentina durante el segundo semestre de 2016, aquel período mágico e idílico que pasó a la historia porque fue cuando vimos la luz al final del túnel y se terminaron la inflación, la recesión, los despidos, los tarifazos, la fuga de capitales, la inseguridad y el impuesto a las ganancias.
Y así llegué a Los Visitantes del Agujero del Comedor, otra excelente colaboración entre Federico Reggiani y Angel Mosquito, una de las grandes duplas que tiene hoy el comic, me animo a decir a nivel mundial. Esta historia arranca medio X-Files y termina medio Men in Black, pero de punta a punta tiene el irresistible sabor de la berretada argentina, ese aroma inconfundible del sainete de Alberto Vacarezza, del grotesco de Esperando la Carroza. Reggiani ya demostró que sabe condimentar con esas especias historias de zombies, de astronautas, road movies, lo que venga. Y esta vez se supera a sí mismo con un equlibrio impecable entre el suspenso, la acción y la comedia. Todo esto sustentado en un magnífico trabajo en la construcción de los personajes que, a pesar de su torpeza, su mala leche o su codicia, resultan uno más querible que el otro.
El dibujo de Mosquito contribuye muchísimo a ese equilibrio entre estos elementos no tan fáciles de incorporar a un mismo relato. Acá lo vemos trabajar en un estilo limpito, sintético, complementado con un manejo alucinante de los grises aplicados en el photoshop. Sin dudas, ese registro tan Mosquito (siempre a mitad de camino entre el costumbrismo y la bizarreada) resulta ideal para esta gran anti-epopeya, esta especie de “Eternauta puertas adentro” en la que la aventura viene a buscar a tipos y minas comunes del conurbano bonaerense ya no a su barrio, sino al interior mismo de su living. Recomiendo a full Los Visitantes del Agujero del Comedor y felicito a la editorial Maten al Mensajero por apostar fuerte a la dupla Reggiani-Mosquito, que hasta ahora jamás me falló.
Y salto a 2017, porque con Bakuman no me puedo aguantar y salió el Vol.16, después de una larga abstinencia. Tsugumi Ohba y Takeshi Obata (hablando de duplas grossas…) avanzan hacia el tramo final de su obra maestra a paso firme, sin tirarse a chantas y sin guardarse absolutamente nada. Esta vez, el foco está puesto en el genio, el virtuoso, el asombroso Eiji Niizuma, el rival al que todos le quieren ganar y al que todos admiran profundamente. La trama es brillante, el suspenso, la tensión, todo funciona a la perfección. Y sobre todo, el gran logro de Ohba, que es que amemos a estos personajes, con sus virtudes y defectos. Te juro que en un momento me dieron ganas de meterme en la historieta (como la minita del videoclip de A-ha) a darle un abrazo a Niizuma y decirle cuánto lo admiro.
El resto del elenco no se queda atrás aunque, claro, al ser tantos personajes, hay varios que en este tomo están pintados al óleo, con menos protagonismo que Independiente en los torneos de verano. Lo bueno de esto es que esta vez zafamos de Azuki, el personaje más choto de Bakuman, que no aparece ni una viñeta y ni siquiera la nombran. Mejor así. Mientras tanto, Ohba y Obata nos regalan un montón de escenas memorables, como cuando Niizuma le pela a Yujiro Hattori el pilón de originales de sus obras inéditas, o cuando Iwase sale de su reclusión y reacciona como nadie se imaginó que iba a reaccionar. Por si faltara algo, en las últimas… 40 páginas, se empieza a desarrollar un plot nuevo muy interesante, que si no me equivoco anuncia el inminente regreso de uno de los “villanos” más atractivos que tuvo este manga.
Como siempre digo, Bakuman es lo mejor que le pasó al shonen en su historia. Un manga de amor al manga cuyo único defecto es que termina en el Vol.20 y ya leí hasta el Vol.16. Quisiera que esto dure para siempre, decía una canción de una banda mediocre…
Y bueno, ya volveremos con más reseñas. Estoy empezando a leer un mega-broli de muchas páginas, así que capaz que me tomo más días que de costumbre para volver a postear…

viernes, 10 de febrero de 2017

DOS DE VIERNES

Bueno, acá estamos de nuevo…
De alguna manera, se me había traspapelado un librito editado en 2015, que finalmente apareció: Pueblo Chico es un recopilatorio de historias cortas autobiográficas de Juani Navarro, un dibujante cuyo nombre veía sonando fuerte en el under para cuando salió el librito. El maestro Diego Parés te canta todas las postas juntas en el prólogo: Navarro es un virtuoso, un excelente dibujante, pero lo que tiene para contar no resulta demasiado interesante. A mí (a diferencia de Parés) me atrapó la parte en la que se le inunda la casa. El resto, me pareció más de lo mismo: la vida puertas adentro de un dibujante casado, con un perro y un gato, al que le pasan cosas ordinarias, para nada relevantes.
De todos modos, Pueblo Chico me sirvió para convencerme de que no me estaban vendiendo humo los que me decían “guarda con este pibe, que dibuja una barbaridad”. Navarro es un notable continuador de la estética de Robert Crumb, combinada con aquella versión argentina de la “línea chunga” que allá por principios de los ´90 tenía en Esteban Podetti a su principal referente. Navarro maneja muy bien el blanco y negro, no pifia cuando incorpora grises, no pifia en la narrativa, te pone los pelos de punta con los crosshatchings, acierta cuando incorpora fotos en algunas viñetas… y necesita un editor que le corrija las faltas de ortografía. Ojalá en su próximo trabajo Juani Navarro se anime a contar una historia más jugada en términos de ficción, sin bajar el nivel del dibujo ni perder esa onda desenfrenada cuasi-salvaje que muestra en Pueblo Chico.
Soy un pelotudo. Tenía pendiente el tomo final de Locke & Key desde el 08/08/14, cuando leí el Vol.5. Y los turros de Joe Hill y Gabriel Rodríguez me lo cobraron caro, porque me costó varias páginas volver a engancharme, recordar quiénes eran todos esos personajes, para dónde iban las tramas, y sobre todo recuperar ese pacto de verosimilitud que uno firma con las obras a medida que se interna en el universo que cada una de ellas nos propone. Así que durante un tramo de este sexto y último TPB de Locke & Key, jugué de visitante y vi de afuera un mundo en el que alguna vez recordaba haberme sentido como en casa.
Por suerte eso no me impidió dejarme llevar por la historia, por esta impactante conclusión a la saga de los hermanos Locke, las llaves, la cueva, la casa… Una historia que llega a su fin con la necesidad de cerrar un montón de plots, pero con aplomo, tomándose el tiempo para regalarnos maravillosos momentos intimistas, en los que la personalidad de los personajes son el centro del relato. Joe Hill no escatima muertes escabrosas ni giros impredecibles y el precio que les cobra a los personajes que aspiran a algo así como un final feliz, no es barato ni mucho menos.
Se podrían escribir extensos artículos (libros enteros, incluso) acerca de Locke & Key, de cómo Hill combina elementos fantásticos limadísimos con un clima de terror hiper-dark, con comedia de estudiantes de escuela secundaria y con un montón de apuntes que tienen que ver con el entramado social en el que se desarrolla la saga, tanto en el presente como en los flashbacks al pasado. Y eso es producto de los huevos que peló el hijo de Stephen King para animarse a urdir una trama compleja, arriesgada, original, profunda, muy atípica para el comic yanki más o menos mainstream.
Y por supuesto, la ambiciosa meta de Hill se pudo cumplir en parte porque Locke & Key contó con un dibujante de lujo como es Gabriel Rodríguez, un tipo con un nivel gráfico y narrativo descomunal y una pasión por los detalles realmente conmovedora. No leí los trabajos posteriores de Rodríguez como para saber si de acá en más bajó un cambio o si subió la apuesta aún más. Si se diera lo segundo, te juro que hasta me asustaría un toque, Ah, y excelente también el color de Jay Fotos, milimétricamente pensado para sumarle magia y emoción a los dibujazos de Rodríguez y a los climas que propone Hill desde el guión. No tengo dudas de que Locke & Key tiene méritos de sobra para estar entre las obras más importantes de esta segunda década del Siglo XXI, no sólo a nivel del comic, sino de la ficción en general.
Ni bien tenga un rato, volvemos con más reseñas.

lunes, 6 de febrero de 2017

DEME DOS

Vamos con otra tandita de dos reseñas…
Arranco en EEUU, en 2014, cuando Vertigo publica The Wake, la saga escrita por Scott Snyder y dibujada por Sean Murphy, una delantera poderosísima (una onda Licha López-Gustavo Bou) que garantizaba un nivel de ventas que hace mucho que no se veía en los títulos del sello adulto de DC.
La primera mitad de The Wake es una especie de Aliens bajo el agua. Un grupito de humanos trata de sobrevivir a un embate de unos bichos con cola de pez, pero brazos parecidos a los nuestros, con pulgares reversibles y con un orden táctico y un instinto predatorio bastane superior al nuestro. La presencia de estos primos acuáticos de los xenomorfos genera una buena dosis de tensión y garantiza un estallido sangriento de violencia. Y Snyder le agregar espesor a este clima ominoso mediante el recurso más interesante que tiene The Wake, que es el magnífico trabajo de construcción de personajes. ¿Quién es tu personaje preferido de la saga de Aliens? ¿Ripley? ¿Newt? No importa. Todos son cuatro de copas, muñequitos de cartón sin ninguna trascendencia al lado de lo que hace Snyder con la Dra. Lee Archer.
Pero a la mitad del libro, la trama pega un giro insospechado y nos vamos 200 años al futuro, a otro mundo, con otra protagonista (también muy bien delineada), a vivir otra aventura, también vinculada a los “mers” (así les dicen a esta raza de peces cuasi-antropomórficos), pero en un contexto totalmente distinto. Acá, en vez de estar viendo una peli de Aliens creí que estaba leyendo un comic de Carlos Trillo. Una especie de remake de Borderland, con machaca, corrupción política, una sociedad materialmente precaria y moralmente decadente al borde del abismo… muy interesante todo. Obviamente el final entrelaza la historia de Lee Archer con la de la chica del futuro… no del modo que cualquier lector medianamente astuto podía intuir.
Entre los giros inesperados y los volantazos limados, Snyder se las ingenia para sorprendernos más que el dibujo de un Sean Murphy prendido fuego (aunque casi toda la obra transcurra en el agua). La verdad que si el guión fuera irrelevante, o incluso choto, igual me hubiese vuelto loco con el laburo de Murphy. Para crear climas potentes, cuenta con un aliado de lujo que es el colorista Matt Hollingsworth. Pero para todo lo demás, pela su propio talento, que es apabullante. Si sos fan de Murphy, no te lo podés perder.
Y me voy a 2009, cuando se edita en la Europa francófona el primer álbum de Spirou a cargo de la dupla integrada por Yann y Olivier Schwartz. Desde ya, pido perdón por dedicarle un par de miles de caracteres a una obra que merece libros enteros para analizarla y ponderarla en la justa medida. Es muy loco, porque El Botones de Verde Caqui no existiría si antes no hubiese existido el Spirou de Emile Bravo (Diario de un Ingenuo, reseñado el 09/10/10). Sin embargo, me animo a decir que esta secuela supera ampliamente a la original.
-Pará, pará, pará… ¿vos me estás diciendo que hay un álbum del Spirou contemporáneo mejor que Diario de un Ingenuo?
Sí. Bueno, capaz que a nivel dibujo prefiero a Bravo antes que a Schwartz, porque este último no inventa nada: se copia todo de Yves Chaland. Obviamente si te copiás todo de uno de mis dibujantes favoritos de todos los tiempos, te voy a amar, pero quizás lo ponga a Bravo un escaloncito más arriba que este clon impecable de Chaland.
El guión de Yann es glorioso. Tiene acción, tiene humor, tiene momentos trágicos, dilemas morales, escenas de sexo (no explícitas, porque esto es casi apto para todo público), explosiones, piñas, torturas, y villanos nazis sumamente hijos de puta que se relamen capturando judíos para mandarlos a los campos de concentración. Si Bravo acertó al mostrarnos una Bruselas en la que los pibes (Spirou incluído) leían las historietas de Tintin, Yann sube la apuesta y dedica viñetas enteras a un debate acerca del rol de Hergé en aquel entonces, su vínculo con el ejército de ocupación, el efecto de sus historietas en el pueblo… una exquisitez. Pero además hay varias conexiones sutiles con las aventuras de Tintin, aparecen otros personajes de Hergé, hay homenajes a André Franquin, a Blake & Mortimer, a Astérix… Creo que Yann (al mejor estilo Roy Thomas) metió en estas 62 páginas referencias a todas las historietas franco-belgas vinculadas a la Segunda Guerra Mundial, ya sea por ambientación o por la fecha en que fueron creadas. Lo mejor es que lo hace sin entorpecer el ritmo alucinante que logra darle a esta aventura, cautivante por donde se la mire.
Si nunca habías leído Spirou y te enganchaste con Diario de un Ingenuo, te tenés que tirar de cabeza sobre El Botones de Verde Caqui, que se editó en España en 2015 y (lógicamente) ganó en 2016 el Premio al Mejor Album Extranjero en el Saló de Barcelona. Gracias, Dib-Buks, por editar esta gema en nuestro idioma, gracias Yann por la magia, gracias Schwartz por hacernos sentir aunque sea un ratito que Yves no se murió… Yves no se murió… que se muera Rob Liefeld, la puta madre que lo parió.

jueves, 2 de febrero de 2017

NUEVO MES, NUEVAS LECTURAS

Bueno, tardé un poquito en volver a postear porque estaba a full con un libro bastante voluminoso y con mucho para leer.
Me refiero al tomo de MAD´s Original Idiots dedicado al genial Will Elder, quizás el más virtuoso, el más salvaje, el más rupturista de los dibujantes de la legendaria revista que empezó como comic-book. Elder es una bestia con más superpoderes que Amazo. Es el que más loco te vuelve con la sobrecarga de efectos de iluminación, crosshatchings y detalels microscópicos. El que te llenaba cada viñeta de información y de gags visuales chiquititos, casi imperceptibles (muchos de los cuales no estaban en los guiones), mucho antes de que lo hiciera Francisco Ibáñez. El que más limaba con eso tan típico de MAD de dibujar las cosas distintas de una viñeta a otra. Y además el tipo que dominaba 1.574.892 estilos: acá lo vemos desarrollar el propio y además parodiar la estética de los comics de terror de la E.C., la de Elzie Segar, la de Harold Foster, Al Capp, Rudolph Dirks, Walt Disney, George McManus, Harold Gray, Frank King, Phil Davis, Chic Young, los primeros dibujantes de Archie y un montón de artistas plásticos. Son 200 páginas repletas de magia, vértigo y descontrol, donde vemos pelar a un tipo tan adelantado a su época que cuesta creer que son historietas de principios de los años ´50.
Por supuesto, estas historietas también impactan por los guiones, todos obra de un Harvey Kurtzman afiladísimo, que sale con los tapones de punta a faltarle el respeto a todo lo que huela a convencional, tradicional, a cosa bien vista por el establishment o la autoridad. Kurtzman se zarpa con la cantidad de texto por viñeta, es cierto, pero tira unas frases y unos chistes maravillosos. Me imagino lo que se habrán reído los pibes de aquella época con estas historietas y me dan ganas de profanar su tumba para darle un abrazo.
Salto bestial a Argentina, año 2016, para hablar un poquito de Mute, una historieta escrita por Damián Connelly y dibujada por Gabriel Luque. Del dibujo esperaba muy poco porque uno, que es fan de Verdad, Memoria y Justicia, jamás le perdonará a Luque esa abominación hedionda llamada Operación Towertank (editada por Ivrea). Y claro, en los muchos años que pasaron desde aquel aborto, Luque mejoró bastante, especialmente en el dibujo propiamente dicho. En la aplicación de los grises, por ejemplo, alcanzó un nivel realmente formidable. Y en la narrativa, en cambio, sigue teniendo más problemas que la AFA. Cada vez que una secuencia parece cobrar ritmo y fluir con cierta elegancia, choca de frente contra una splash page totalmente innecesaria, o con elecciones muy bizarras en materia de planos. Hay 10 páginas seguidas narradas de forma muy interesante, que son las que desembocan en la orgía de sexo y canibalismo. El resto, parece confuso a propósito, como si eso sumara algo.
El guión tampoco ayuda a la claridad del relato. Connelly abusa del recurso de narrar la historia “en desorden”, intercalando escenas del pasado con otras del futuro. No está mal, no te llega a marear, pero te distrae del argumento en sí. Connelly juega también a narrar con muy pocas palabras, lo cual hace que Mute tenga esa impronta efectista, de alto impacto visual, pero nos deje gusto a poco en materia no sólo de diálogos atractivos, sino de profundidad en el desarrollo de personajes. Las causas y consecuencias de las cosas que pasan no están del todo explicadas, y quizás se deba a que estas 70 páginas de historieta son algo así como un primer arco argumental dentro de una saga más extensa. La verdad que no lo sé, pero no sería descabellado que hubieran secuelas o precuelas de Mute en las que se explore un poco más el mundo en el que transcurre la acción y sobre todo en las que haya un equilibrio más logrado entre la machaca (que acá copa la parada como pocas veces en la historieta argentina reciente) y la indagación en los personajes y las situaciones que animan la trama.
Y hasta acá llegamos. Espero juntar varias lecturas más en los próximos días, así clavamos otra entrada en breve. ¡Hasta entonces!