el blog de reseñas de Andrés Accorsi

martes, 28 de abril de 2015

28/ 04: UNA ULTIMA CARTA

En esta breve novela gráfica, Damián Connelly (uno de los guionistas favoritos de los trolls que solían pulular por este blog) se reencuentra con el noir puro y duro, en una historia ambientada en lo profundo del hampa a la que el prólogo de Leonardo Oyola emparenta muy acertadamente con The Road to Perdition.
El protagonista es Callaghan, un descendiente de irlandeses (como Connelly) cuyo trabajo consiste en matar gente a pedido de un capo de la mafia que controla un montón de negocios sucios en una ciudad yanki de la década del… ´40, diría yo. Pero los ciclos inevitablemente se cumplen y Callaghan decide colgar los guantes, retirarse del negocio, no sin antes realizar un último trabajo… que obviamente se va a complicar. Alrededor de esa consigna ya empleada por muchas otras obras de este género, Connelly teje una atractiva red de relaciones humanas, con romances, traiciones, convicciones, replanteos, sueños, misterio y un par de garches bastante subidos de tono. El tono es trágico, el jazz se hace presente como banda de sonido (y aporta unas resonancias a las mejores obras de Carlos Sampayo), y hay una especie de contrapunto entre un típico clima de violencia y sordidez y ciertos elementos más personales, más ambiguos, menos brutales, que le dan a Una Ultima Carta una lograda pátina de sofisticación. Por supuesto, esa impronta trágica va a ser la que se imponga al final, que es potente, impredecible y sumamente emotivo.
A lo largo de las 60 páginas de la novela, Connelly se esfuerza por prescindir lo más posible de los diálogos, por narrar lo más posible con la imagen. Y cuando no queda más remedio que escuchar hablar a los personajes, queda al descubierto el único punto flojo de Una Ultima Carta. Quizás para ceñirse más firmemente a las convenciones del género, Connelly recurre al castellano neutro para los diálogos, y eso significa que muchas veces los personajes hablen como en una película yanki mal traducida, con frases que suenan raras (o torpes) para el oído argento.
Hablaba recién de ese “algo más”, de esos rasgos más personales, más finolis que diferencian a esta obra de tantas otras del mismo género, y buena parte de ese mérito le corresponde al dibujo de Lauri Fernández. Acá vemos a la mendocina dar cátedra en materia de enfoques, de documentación histórica y sobre todo de equilibrio entre blancos, negros y grises. La puesta en página arriesga mucho y casi siempre acierta (hay un par de pequeñas pifias, pero a nivel de la composición, sin afectar nunca el flujo narrativo), con lo cual tenemos algunas secuencias e incluso algunas splash pages realmente logradísimas. El dibujo de Lauri parte de una base muy realista, que me hizo acordar mucho a Solano López, y a la vez incorpora (en los rasgos faciales y en la forma de manchar con el pincel) rasgos más expresionistas, más para el lado de Igort, o de José Muñoz. Y cuando opta por una línea más clara, especialmente para tomas vistas desde lejos, o para diferenciar a los fondos de los planos principales, pela cositas que me hicieron acordar a Ben Katchor. De hecho, en la página 53 hay un personaje menor, casi idéntico a Julius Knipl. Este es un muy buen trabajo de Lauri Fernández, en el que una vez más demuestra su gran versatilidad tanto técnica como temática.
No te digo que Una Ultima Carta está al nivel de las grandes historias urbanas, jodidas y profundamente reflexivas de Carlos Sampayo (con quien casualmente laburaron tres de los cuatro dibujantes a los que mencioné cuando hablaba de la faz gráfica), pero claramente va para ese lado. Es una muy buena historia, muy bien dibujada, y retoma de alguna manera esa línea que emprendió Connelly en sus obras junto a Berliac (Cien Volando, DGMW), aunque con menos saltos al vacío, cero elementos fantásticos y un vuelo poético más acotado, o en realidad más supeditado a las convenciones de este género en el que tan cómodo se lo ve al guionista. Tengo otro librito de Connelly para leer y reseñar muy pronto, acá en el blog.

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