el blog de reseñas de Andrés Accorsi

viernes, 24 de abril de 2015

24/ 04: CATWOMAN Vol.3

Sigo adelante con mi tardío descubrimiento de esta serie que es –ya no tengo ninguna duda- lo mejor que le pasó a Catwoman en sus más de 70 años de historia. Como dije hace casi un año, cuando me tocó reseñar el Vol.2, “esto está muy por encima de lo que hizo Ed Brubaker en Batman y casi al nivel de lo mejor de Gotham Central”. Incluso me parece que este tercer tomo es bastante mejor que los dos anteriores.
El arco argumental más extenso lleva a Selina al conflicto directo con Black Mask, principal perjudicado por la magnífica manganeta que armaron la gata y Slam Bradley en el tomo anterior. El villano le va a cobrar carísimo su trapisonda a la protagonista y todos los personajes que componen el elenco de la serie la van a psara muy mal. A la hora de matar a alguno, Brubaker se va un poquito al mazo y liquida a un personaje que aparece por primera vez en este arco, y con el que los lectores ni nos habíamos empezado a encariñar. Así, esa muerte escabrosa sirve simplemente para mostrar lo tremendamente hijo de puta que es Black Mask, pero no impacta emocionalmente por lo menos de este lado de la página. Finalmente, contra viento y marea, gastando hasta su último centavo de aguante, ingenio y culo para zafar de los balazos, puñaladas y explosiones, Catwoman va a derrotar al villano y a su impensada secuaz, por supuesto a un costo altísimo.
Lo que pasa en estos episodios es tan heavy que Brubaker dedica los tres siguientes a pasarlo un poco en limpio, a mostrarnos cómo los protagonistas tratan de asimilar los golpes, de cicatrizar algunas heridas. Y felizmente para este extenso epílogo Brubaker vuelve a darle buena parte del protagonismo a Slam Bradley y a retomar la senda del hard boiled, por ahí con menos acción, con conflictos menos físicos, pero con unos textos espectaculares narrados en primera persona por el veterano detective. Como hay menos piñas y menos persecuciones, hay más espacio para indagar en las relaciones entre los personajes e incluso en sus sueños, a los que el guionista les saca un jugo alucinante. Y así, entre confesiones, arrepentimientos, abandonos, idas, vueltas, cuestionamientos y garches, salen más de 60 páginas tan ricas, tan intensas, y con un giro tan brillante en el final, que podría haber sido un cierre perfecto para la serie.
Pero la serie siguió, y Brubaker se quedó varios números más (hasta el 37, si no me equivoco). De hecho tengo ahí esperándome el Vol.4 (que voy a leer a más tardar el mes que viene, porque ni en pedo banco casi un año más para entrarle) en el que no creo que tengamos un cierre definitivo, precisamente porque el guionista sigue adelante. Recién este mes salió en EEUU un TPB que reedita el último año de Brubaker al frente de esta serie, y por supuesto me propongo capturarlo, a ver cómo termina este vailosísimo ejemplo de comic de autor dentro del mainstream.
En materia de dibujantes, en el arco más extenso lo tenemos al maestro británico Cameron Stewart, que se ajusta muy bien a esa onda “cartoon noir” que se había impuesto desde que Darwyn Cooke tocara a esta serie con la varita mágica. Acá hay escenas muy truculentas, muy oscuras, y el dibujo de Stewart no las ablanda ni las suaviza para nada. Lo más notable son los recursos narrativos del británico, que se manda páginas de 14, 15 y hasta 16 cuadros (obviamente muy chiquitos), que le permiten plasmar la acción de un modo muy compacto, muy controlado, como un mecanismo de relojería, aceitado e infalible. Un gran trabajo de Stewart, a quien complementan Mike Manley en algunas tintas y el gran Matt Hollingsworth en el color.
Para el arco más breve, en cambio, tenemos al español Javier Pulido, en un estilo muy distinto al que le vimos (por ejemplo) en Human Target. Esta vez, Pulido apuesta por el minimalismo, por un trazo limpísimo, casi sin mancha negra, una línea despojada, lograda con un pincel muy libre, muy suelto, que se parece más a las historietas de la revista Cairo que a los comics de DC. Hay cosas de Dupuy y Berberian, de Montesol y hasta de Bartolomé Seguí. Me imagino que los lectores yankis deben haber dicho “¿qué carajo es esto?!?” y el coordinador habrá dicho “Muy lindo, pero no lo hagas más”. De hecho, en el tercer y último episodio, que es cuando el guión se pone más sombrío y más noir, Pulido mantiene la línea clara en algunas escenas y en otras se tira con todo al claroscuro, con la misma soltura en el pincel, pero bien cargado de tinta, sin mezquinar manchas negras. El resultado es raro para un comic “de superhéroes”, pero visualmente exquisito.
Vamos pronto con el Vol.4, y a buscar el tercer tomo de la nueva edición, la que llega hasta el final de la inolvidable Era Brubaker.

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