el blog de reseñas de Andrés Accorsi

jueves, 31 de enero de 2013

31/ 01: CUANTO MAS BROCCOLI MEJOR

Hoy tenemos un trip a mis años mozos, 1988-89, cuando la editorial Hyspamérica publicaba en todos los kioscos (y difundía a full por cielo y tierra) su colección Grandes Humoristas Argentinos, libros de 160 páginas que recopilaban chistes, tiras y a veces historietas de las más destacadas figuras de nuestro humor gráfico. Hoy es muy raro encontrar gente que tenga la colección completa, por varios motivos. Como la colección tuvo 30 tomos, no todos están dedicados a autores de primera línea. Hay de segunda, de tercera e incluso alguno de cuarta. Y al no estar numerados, no sentís que “te faltan” los que no tenés. Tampoco aparecía un checklist con los 30 títulos dentro de los propios libros. O sea que mucha gente jamás se enteró de que eran 30. Además a principios de 1989 estalló la hiperinflación, con lo cual los libros cambiaban de precio todas las semanas y lógicamente cada semana vendían menos que la anterior, a medida que se deterioraba el poder adquisitivo de la gente. Esto causó problemas tan serios que afectaron la distribución de los libros e hizo que barrios y ciudades enteras no recibieran nunca algunos de los títulos. Aún así, los libros existen y durante 2012 conseguí dos de los que siempre quise tener.
El tomo que leí hoy está dedicado a Alberto Bróccoli, el genio de Adrogué que muriera en 1985 con sólo 41 años. Hoy injustamente olvidado, Bróccoli desparramó talento por muchísimos medios gráficos a partir de la segunda mitad de los ´60 y fue un nombre fundamental de los ´70 y del cachito de los ´80 que le tocó vivir. El libro arranca con las emotivas palabras que escribió Caloi para el diario Clarín el día que falleció su amigo y de ahí nos vamos a una selección de tiras de El Mago Fafa, tal vez la creación más popular de Bróccoli. Lamentablemente las tiras están en desorden, no siguen una progresión histórica que nos permita ver cómo evolucionan los personajes o el dibujo del autor. El diseño es muy raro: hay viñetas enormes, mucho más grandes que en sus publicaciones originales, y hay tiras reducidas hasta que casi no se ven los textos. Las páginas se podrían haber armado perfectamente con 5 tiras de igual tamaño y todo se vería más que bien, pero alguien decidió pasarse de vanguardista y el resultado es medio desconcertante.
El segundo tramo del libro se centra en Juan y el Preguntón, otra serie de Bróccoli que se publicó a lo largo de muchos años y en muchos medios distintos y además mi favorita. Acá el el genio de Adrogué levanta vuelo y además de ácidos comentarios sobre la realidad socio-política, mete surrealismo, meta-historieta y poesía al palo. Sin hablar de lo buenos que son los chistes, ni del timing perfecto para la comedia, con recursos heredados de Copi (un tipo sentado que permanece inmutable mientras frente a él pasan cosas loquísimas) y con una libertad que en aquel entonces sólo exhibía la primera época de Clemente.
Después viene Pérez-Man, el superhéroe porteño, hincha de Racing y perdedor que tuvo su tira varios años en la contratapa de La Nación. Esto ya es de los ´80 (la tira arrancó en el ´79) y rápidamente el recurso de hacer chistes de superhéroes fue abandonado para hablar de modo bastante directo (para los standards de la época) de la transición democrática. Leída hoy, es la tira menos graciosa de Bróccoli.
El cuarto tramo ofrece –para beneplácito de la hinchada- más Juan y el Preguntón, también con experimentos bizarros en materia de formato (planchas enormes, planchas microscópicas) y también con material del Bróccoli ya más maduro. No hay casi historietas pre-1975, del período de formación del autor. En los cuatro tramos, además de las tiras hay chistes de una sóla viñeta descolgados, sin personajes fijos, de distintas épocas y publicados en distintos medios. Acá el dibujo cambia mucho de un chiste al otro, lo cual muestra la gran diversidad de recursos estilísticos que poseía Bróccoli. Por supuesto, hubiese estado bueno que los chistes también se ordenaran por fecha, para apreciar la evolución de la línea gráfica del maestro.
Con desbordante creatividad, muchísima producción, un imbatible conocimiento de millones de dibujantes de su tiempo y anteriores, con la asombrosa capacidad de producir varias series al mismo tiempo y de abordar el humor desde muchísimos lugares distintos, Alberto Bróccoli me volvió loco de pendejo y vuelve a impactarme cada vez que –de casualidad, o haciendo arqueología en alguna cueva medio perdida- encuentro sus libros. Creo que desde que salió este libro en 1988, no se volvió a reeditar material de Bróccoli. Ya es hora de pensar en revertir esa injusticia mayúscula.

miércoles, 30 de enero de 2013

30/ 01: DE MANO EN MANO

Desde que la española Ana Miralles entró al mercado francés a principios de los ´90, los editores galos no la soltaron nunca más. Por el contrario, le habilitaron cada vez más libertad para generar proyectos y así es como, hace ya varios años, en lugar de dibujar guiones de autores franceses, formó equipo con el guionista español Emilio Ruiz, con el que se entiende a la perfección y con quien creó sus obras más atípicas y difíciles de encasillar, entre ellas su primer trabajo profesional, allá por los ´80. En 2008, Ruiz y Miralles lanzaron este álbum en Francia y, como suele suceder, se editó poco después en España.
De Mano en Mano es una novela gráfica de 46 páginas protagonizada por... un billete de 20 euros. Posta, no estoy borracho ni drogado. Como su nombre lo indica, el billete va pasando “de mano en mano” y los autores nos invitan a seguirlo a lo largo varios meses, desde que alguien lo retira de un cajero automático hasta que queda enmarcado, colgando de una pared. Con ese planteo que parece de una historieta muda de Peter Kuper, Ruiz y Miralles recorren una gran ciudad de España (no llegué a deducir cuál), desde una casita precaria en una villa (donde el billete todavía no aparece) hasta un depto de clase media, donde ya bastante baqueteado, el billete va a quedar de adorno.
La gracia, como podrás suponerlo, está en lo que le sucede a los ocasionales poseedores del billete. A Ruiz le interesa mostrarnos distintas situaciones que tienen lugar en la ciudad y el pasamanos del billete de 20 euros es el artificio, el truquito que le permite saltar de unos chicos de la calle a una pandilla de neo-nazis, de un ciclista a un proxeneta o de un guardia de seguridad a un músico callejero y contarnos algo de la vida de cada uno. Por supuesto el tono es realista, para que la bajada de línea cobre un poco más de densidad y se sienta más urgente. Ruiz aprovecha (y muy boludo sería si no lo hiciera) para hablar del rol del dinero en la sociedad actual. Por qué nos gusta tenerlo, qué hacemos para tenerlo, qué valor le da la gente de distinta edad, educación o clase social, y así. Para que la cosa no decaiga, Ruiz decide meter también un poco de acción: antes de la mitad de la novela, ya hay una muy linda persecución en la que unos pibes chorros escapan de la cana tras robar –entre otros- el billete protagónico. Unas paginitas después, Andrés el proxeneta será cagado a patadas por una antigua chica “suya” y para la página 32, alguien pelará un chumbo y dará vuelta una situación muy tensa, realmente desagradable, protagonizada por el músico callejero y la pandilla de neo-nazis.
Guarda, no creas que De Mano en Mano pretende ser una crónica de la violencia y la sordidez de las grandes ciudades, onda esos programas chotos de América con Martín Ciccioli o Facundo Pastor. Estas escenas un toque salvajes están entrelazadas con un montón más sumamente tranqui y más cercanas a lo que uno vive todos los días: gente que va al bar a tomarse un café, o al supermercado a hacer las compras, o que paga un taxi o el seguro de vida. En esas secuencias Ruiz también encuentra la forma de meter personajes atractivos, diálogos ingeniosos y la bajada de línea que recorre todo el libro.
¿Y qué onda Miralles? No sé, me parece que en estos años de laburar para Francia perdió algo de su maravillosa identidad gráfica. A mí me gustaba cuando era más salvaje, cuando le daba al pincel como si fuera Oswal en crack. Ahora vemos a una dibujante inobjetable, con un manejo excelente del lenguaje corporal, las expresiones faciales, los fondos, la composición, el ritmo... pero todo me recordó a otros autores. El color quiere parecerse al de Miguelanxo Prado, los personajes tienen algo de Prado, mucho de Jaime Martín, algo del Jordi Bernet más sintético, el de sus trabajos más cercanos al humor, las onomatopeyas también parecen de Bernet... No digo que esté mal, eh? Estoy nombrando a unos monstruos que me ponen la piel de gallina. Digo que hace 25 años (y un cachito menos también) Miralles tenía un sello más personal, más arriesgado y, si bien es bueno que los dibujantes evolucionen, a mí me gustaba más lo anterior. Acá se ve a una dibujante sólida, eficaz, infalible. En las obras de fines de los ´80 y principios de los ´90 se veía a una fiera que –si la dejaban- se morfaba el mundo. Es lo que hay...
De Mano en Mano tiene un planteo raro, un desarrollo muy interesante, toca temas piolas desde una óptica acertada, combina comedia costumbrista con algo de violencia urbana y algo de denuncia social, y tiene unos dibujos de la San Puta, que además nos permiten disfrutar del talento de Ana Miralles sin embarcarnos en esas series de chotocientos mil tomos que suele hacer para Francia. No está nada mal, así da gusto desprenderse de un billete y mandarlo a yirar por la gran ciudad.

martes, 29 de enero de 2013

29/ 01: 27 Vol.2

Hace casi un año, el 31 de Enero de 2012, me tocó leer el primer tomo de 27 y ahora voy por el segundo, que por ahora es el último. Ahora que DC lo llamó para tomar la posta de Swamp Thing tras la partida de Scott Snyder, seguro debe haber mucha gilada hablando (bien y mal) de Charles Soule, mientras que hace un año había que ser muy vanguardista (o lector de este blog) para saber que existía este guionista.
Y la verdad que ni en pedo me bajo de Swamp Thing cuando se vaya Snyder, porque si faltaba algo para hacerme fan de Soule, ya está, con este tomo lo recontra-logró. La segunda parte de la extraña historia de Will Garland me gustó más que la primera, y eso es mucho decir. No quiero ahondar de nuevo en argumento. Cualquier cosa, cliqueá la etiqueta de 27 y leete la reseña del Vol.1. Así como en el primer tomo todo giraba en torno al Club de los 27 (los músicos famosos que murieron a los 27 años), esta vez el argumento se arma en torno a otro tópico muy atractivo de la historia del rock, que son los one hit wonders, las bandas y solistas que pegaron un hitazo, ascendieron al Olimpo... y se cayeron al toque, sin volver a pegar otro éxito en sus putas vidas. Podría hablar horas de ese tema, porque me apasiona y lo tengo estudiadísimo, sobre todo en lo referente al rock y pop de los ´80, que lo que a mí más me gusta.
Soule arranca por ese lado, teje, mete mucho en escena a las entidades sobrenaturales que le dieron los poderes a Garland, nos recuerda que estos se van a acabar en algún momento, aunque sin ponerle demasiada carga dramática al asunto, y finalmente el eje de la saga se desplaza hacia el eterno tema de la fama. ¿Qué es ser famoso? ¿Qué pasa cuándo sos famoso y un día dejás de serlo? ¿Cómo se pilotea el diluvio de guita, poder, chupamedias y groupies que se te cuelgan de la... fama cuando sos famoso? ¿Quién decide que algunos tipos talentosos nunca lleguen a la fama y algunos mediocres impresentables sean inmensamente famosos? Esta saga nos invita a hacernos todas esas preguntas de un modo crítico, punzante, con cero ingenuidad y abundante mala leche. Además hay acción, peleas, grandes diálogos, garches, comedia, rock y seres supraterrenales, confabulados en bizarras runflas que ni Garland ni su enemiga de este tomo lograrán descifrar.
Por el lado del dibujo, lo tenemos a nuestro Renzo Podestá prendido fuego, muy asentado en su estilo realista hasta por ahí nomás, con mucho margen para irse a la mierda y estilizar a full, sobre todo a los personajes y sus expresiones faciales. En este tomo, Podestá le pega un upgrade grosso al color, que ahora tiene más peso en la impronta visual de la serie. También mejora mucho en el uso de efectos y texturas. Estas últimas son muy importantes, porque en este tomo Podestá dibuja muy pocos fondos y hay páginas y páginas en las que lo único que vemos detrás de los personajes son texturas, al mejor estilo Ben Templesmith. La narrativa es cristalina, ganchera y con muy buenos recursos para pilotear las muchas páginas de cabecitas que hablan. Las páginas de una sóla viñeta son invariablemente memorables, impactantes en la composición y repletas de detalles alucinantes. Lo único que se podría criticar a nivel gráfico es que estas páginas, publicadas en blanco y negro, probablemente se caerían a pedazos. Habría que repensarlas demasiado, o redibujarlas en el estilo que Renzo peló en la imprescindible Jueves, cuando era cuasi-under y publicaba en Llanto de Mudo. Por suerte está el color y –repito- está muchísimo más laburado que en el tomo anterior.
Obviamente, 27 no se parece a nada que hayas leído antes. Hay un chabón que pela algunos poderes, es cierto. Pero hasta ahí llegan las coincidencias. Todo lo demás es fresco, sorprendente e impredecible. Esperemos que al multitudinario grito de “u-na más, y no jodemos más!” Soule y Podestá vuelvan a subir a escena a deleitarnos con una nueva saga de 27.

lunes, 28 de enero de 2013

28/ 01: VALERIAN: LES SPECTRES D'INVERLOCH

De a poquito, me sigo armando esta maravillosa colección de álbumes de Pierre Christin y Jean-Claude Mézieres. Este es el undécimo tomo, o sea, el que va justo después de Brooklyn Station Terminus Cosmos (reseñado un lejano 06/04/10) y es el más raro de todos los que leí hasta ahora.
En Les Spectres..., Christin se toma 46 páginas para contarnos cómo un grupo de personajes se reúnen en un ancestral castillo escocés. Cómo llega cada uno, de dónde viene, qué hacen los que llegan temprano mientras esperan a los que llegan tarde... En la anteúltima página aparece el personaje más grosso, el que le va a comunicar a los demás para qué los conocó, cuál es la misión, qué conflicto deberán desactivar. Pero esa conversación no está en este tomo, sino en el siguiente! O sea que al final de Les Spectres... ni siquiera tenemos muy claro para qué viajaron hasta Inverloch los protagonistas del tomo. Para decirlo de modo diáfano, este tomo es un prólogo largo al que viene después, Les Foudres d´Hypsis, en el que parece que pasan cosas muy jodidas.
A lo largo de estas 46 páginas hay mínimas pistas de cómo se puede llegar a armar ese conflicto del que sólo sabemos que va a ser heavy. En las páginas protagonizadas por Lord Seal, los espías yankis tiran alguna punta que –uno supone- se explorará en el próximo tomo, y en la breve secuencia protagonizada por el capo máximo de Galaxity aparecen algunas profecías, algunas referencias veladas al tole-tole que se viene en Les Foudres... El resto, nada que ver. Valerian captura a un bicho alienígena muy raro, que habla y morfa sin parar, Laureline cabalga por las colinas de Escocia, Monsieur Albert (que debuta en el noveno álbum de la serie y desde entonces se queda hasta el final entre los protagonistas) viaja en tren compartiendo té y bombones con unas distinguidas señoras inglesas y los tres Shingouz, avechuchescos traficantes de información al servicio de la Tierra, llegan desde el planeta Rubanis tras sonsacarle al Coronel Tloc algunos datos relevantes acerca de Hypsis, el planeta que –parece- se enfrentará a los agentes espacio-temporales en el próximo episodio.
Y ya está. El resto son diálogos muy ingeniosos que Christin aprovecha para darle onda a todos estos personajes, una sucesión de secuencias pachorras en las que no hay peleas, ni persecuciones, ni explosiones, más allá de unos robots que atraviesan un vidrio por equivocación. ¿Qué es esto? Una canchereada de Christin. Está al frente una serie exitosa, sabe que tiene la continuidad garantizada a largo plazo, sabe que los fans igual le van a comprar el álbum aunque no pase un carajo y así es como en 1983 empieza a serializar en las páginas de Pilote una extensa epopeya, sin la menor intención de cerrar nada en la página 46. ¿El álbum trae 46 páginas? Problema suyo. La saga tiene 92 (creo). Y por lo visto, todo lo grosso pasa en las segundas 46. No se puede opinar casi nada acerca de Les Spectres... sin leer Les Foudres... porque está bastante claro que se trata de un díptico, de una única historia dividida en dos álbumes por el capricho de una editorial (Dargaud) que no quería esperar hasta el final de la saga para tener un nuevo libro de Valerian en las bateas.
El trabajo de Mézieres, sublime. Aprovecha las páginas con pocas viñetas para lucirse, se fuma con la solvencia de siempre las páginas de 9 ó 10 viñetas, mete un homenaje a su amigo Moebius y otro al maestro Enki Bilal (co-equiper de Christin en muchas sagas gloriosas) y demuestra una vez más que no hace falta dibujar y colorear como Juan Giménez para ser un capo absoluto en la historieta de ciencia-ficción. Con un estilo anti-académico, decididamente semi-funny, con cero realismo, con un gran manejo del pincel y la mancha negra y un trabajo de color eficiente pero para nada pretensioso, también se puede meter al lector en la trama y hacerle sentir la fascinación que sienten los personajes.
Y sí, esta es una serie claramente enrolada en la ciencia-ficción, pero también en el misterio, porque en estas 46 páginas sólo podemos conjeturar y tratar de adivinar ya no cómo se resolverán los conflictos, sino cómo carajo se definirán. Un salto al vacío de la gigantesca dupla integrada por Christin y Mézieres, como para demostrar que en las aventuras de Valerian puede pasar cualquier cosa, incluso un tomo entero sin aventuras.

domingo, 27 de enero de 2013

27/ 01: EL ALMANAQUE DE MI PADRE

Y, no. Hermosos los dibujos, maravillosa la narrativa, copada la línea que baja, pero la verdad que el argumento que se le ocurrió a Jiro Taniguchi para El Almanaque de mi Padre no se banca ni a palos 270 páginas de historieta. Me animo a resumirlo así: Cuando muere su padre, Yoichi vuelve después de muchos años a su pueblo, se reencuentra con su familia y le cae la ficha de los muchos errores que cometió en la relación con su padre, al que él veía de una manera pero los hechos demuestran que era de otra. Fin.
Básicamente la obra habla acerca de cómo la falta de diálogo deteriora las relaciones familiares, genera rencores, potencia dolores y –a la larga- sólo sirve para que los vínculos afectivos se enfríen hasta desaparecer. Ya me lo explicaron Mike & the Mechanics en la bellísima canción “The Living Years”, allá por 1988, y les alcanzó con cuatro minutos. Taniguchi complementa esta idea chiquita y de entrecasa con un excelente trabajo de desarrollo de personajes, con su típico clima de pachorra provinciana donde todo pasa más por la contemplación que por la acción y por supuesto con dibujos tan perfectos que no parecen obra de un ser humano.
La primera mitad de la obra, en la que rememoramos la infancia de Yoichi, tiene bastantes puntos en común con Barrio Lejano, el gran clásico del sensei, y seguramente es la mejor parte de El Almanaque... La gran diferencia está en el conflicto: en Barrio Lejano, un elemento fantástico (el viaje en el tiempo de la mente del protagonista) hace que haya una chance de torcer el destino, o por lo menos de averiguar por qué carajo pasa lo que pasa. Entonces uno se ceba con la trama, hace fuerza para que Hiroshi descubra la verdad sobre lo que sucedió en su familia, para que se transe a la minita que le gusta... Hay una inclusión mayor del lector en la trama. Acá no. Vos sabés que el conflicto no tiene solución porque, como el padre de Yoichi ya está muerto, lo que se tienen que decir no se lo van a decir nunca. Taniguchi repite el tópico de una separación traumática de los padres por causas que los hijos desconocen, pero lo resuelve de otra manera: bastante antes de la mitad de la novela, ya sabés qué pasó, por qué, y sólo te queda preguntarte quién y cuándo se lo va a explicar a Yoichi para que no sufra tanto. Entonces no te involucrás, te resignás y decís “y bueno, que se jodan por no haber hablado las cosas en su momento”.
Otro elemento que Taniguchi no subraya es que Yoichi termina por hacer lo mismo que tanto le reprochaba a su padre. Supuestamente este, al estar absorbido por el trabajo, le daba cero bola a sus hijos. ¿Y Yoichi qué hace? Lo mismo, con el agravante de que vive en otra ciudad, lo cual le da la excusa perfecta para no volver nunca a visitar a su viejo, su madrastra, su hermana y su tío Daisuke (lejos, el mejor personaje de la novela). Sobre el final, Taniguchi pega un golpe bajo cuando hace reaparecer a la mamá de Yoichi, a la que este no veía hacía 30 años. Pero, ¿se van a poner las pilas para hablar y pasar en limpio todo lo sucedido allá lejos y hace tiempo, o seguirá la acumulación de rencores y de facturas que nadie tiene los huevos para pasar? Nunca lo sabremos. Al autor parece no importarle explorar esa veta, cuya aparición es la única sorpresa, la única situación impredecible de la segunda mitad de la novela.
En rigor de verdad, El Almanaque... es anterior a Barrio Lejano. Y visto así, como un ensayo fallido para una obra maestra, empieza a tener un poco más de sentido. Porque podemos teorizar (en una de esas mandando fruta) que Taniguchi se dio cuenta de qué cosas no funcionaban en El Almanaque... y las corrigió en su siguiente obra de corte similar. O no, qué sé yo. Por ahí hay gente a la que El Almanaque... le gusta más porque prescinde del elemento fantástico. A mí, realmente, se me hizo muy larga. Me parece una oda a la nostalgia, a lo lindo que era todo cuando éramos chicos y nada nos importaba una goma, a valores que tienen que ver con las raíces, la identidad, el lugar de donde somos, la gente con la que nos criamos... y está bárbaro, pero 270 páginas de eso, sin un conflicto fuerte atrás que lo sustente, se me hicieron demasiadas. Y eso que el dibujo de Taniguchi no baja jamás del nivel glorioso de sus mejores mangas...

sábado, 26 de enero de 2013

26/ 01: LOST DOGS

Ufff! Otro comic tremendo, desolador, desgarrador...
Esta es la opera prima de Jeff Lemire, realizada en 2004, cuando era un pibe canadiense totalmente desconocido. Lemire ganó la beca Xeric (bancada por el maestro Peter Laird) y pudo editar Lost Dogs con la irrisoria tirada de 700 ejemplares. Ahora, con el pibe canadiense ya totalmente asentado como una de las voces más interesantes del comic norteamericano actual (e incluso con acceso cuasi ilimitado al mainstream de DC), Top Shelf desempolva este clásico reciente para que los giles que llegamos tarde lo podamos descubrir.
Esto es, por decirlo en forma sencilla, historieta cruda. Se nota demasiado que cuando Lemire parió esta obra no había tenido ningún contacto ni con profesionales grossos ni con editores que le bajaran línea o le dieran consejos acerca de qué hacer y qué no en una novela gráfica. Entonces, por un lado tenemos una obra brutal (en todo el sentido de la palabra), rudimentaria, visceral, y a la vez una obra 100% honesta, que sólo refleja lo que Lemire quiso (y pudo) hacer con los precarios materiales y las escalofriantes ideas que tenía en aquel momento.
Lost Dogs me hizo acordar bastante a Stigmata (reseñada el 16/05/11), porque en ambas el protagonista es un chabón grandote, cuyo nombre no sabemos, y que evidentemente tiene pocas luces. En ambos casos, el grandote sufrirá pérdidas jodidísimas y lo distinto es cómo cada personaje encarará la lucha por salir del fondo de la tabla. Un poco por estas similitudes con Stigmata hice el ejercicio mental de imaginarme Lost Dogs dibujado por Lorenzo Mattotti y casi me viene a buscar la ambulancia... en fin, no nos vayamos de tema...
La novela de Lemire trata muy, muy mal a este personaje que habla poco, pero al que se le nota que es buen tipo. Tanto que sufrimos con él, queremos verlo dar vuelta la situación de mierda que le toca vivir, encontrar una nueva chance de ser feliz... forget it. Sólo encontrará crueldad, sordidez y desesperanza, en una trama lineal, sencilla y a la vez completamente impredecible, con esos estallidos de violencia que vimos en algunos pasajes de Sweet Tooth, pero mucho más bestial, porque acá Lemire todavía no tenía la sutileza de sus obras más recientes.
Creo que la crudeza del dibujo le hace el aguante a la del guión. Pareciera que Lemire bocetó las páginas en un papelito cualquiera, simplemente para planificar la disposición de las viñetas, y en base a eso dibujó directo en tinta, con pinceladas bien zarpadas de negro, algún detalle en rojo y un laburo de grisados increíble, con un manejo muy acertado y muy sutil de las aguadas (y sí, algo de sutileza se tenía que colar). Lemire venía de estudiar Cine y enseguida se da cuenta de que para meter al lector en la historia tiene que manipular, por un lado, los climas y por el otro, el tempo narrativo. En ambos rubros el pibe se desempeña como un campeón, como un profesional con 25 años de trayectoria. Los climas que logra son asfixiantes, sumamente coherentes con lo que transmite el guión, y ayudan muchísimo a que todo lo que sucede nos resulte mucho más estremecedor. El tempo está perfectamente controlado, con muchas páginas de 9 cuadros, alguna hasta de 12 (ya está, ya lo perdimos a Mattotti) y algunas splash pages de enorme impacto. Lejos las tres más originales, más logradas, más memorables son las del abrazo final entre el grandote y su esposa en el hospital, con las que Lemire busca lograr la versión historietística de un fundido, o de una imagen que se va distorsionando, pero con una expresividad y un vuelo conmovedores.
Acá empieza la leyenda de este narrador nato, de este autor siempre jugado a las historias fuertes, bravas, poco convencionales, a los climas extraños y potentes y a un trabajo con los personajes (generalmente bastante freaks) que hace que nos identifiquemos de una con ellos. Acá Lemire todavía estaba muy lejos del nivel de dibujo que pela hoy, y aún así, por la prepotencia de las ideas y por su carácter de labor genuina, sin contaminar ni condicionar por nada ni nadie, Lost Dogs no se lee como una obra precaria, ni mucho menos fallida. Se ve estéticamente rara, se siente cruda, pero no desentona para nada con la onda del guión que –repito, por si no quedó claro- es de una crueldad atroz y de una emotividad a la que pocas historietas se animan a aspirar.
En la pila del material pendiente de lectura (ya más montaña que pila) tengo The Underwater Welder, la nueva obra de Jeff Lemire. Ahí veremos cuánto de la magia de Lost Dogs le quedó al canadiense después de estos años de prostitución creativa al servicio de Dan DiDio, Bob Harras y demás encarnaciones del Mal.

viernes, 25 de enero de 2013

25/ 01: LOS REYES ELFOS: LA ESPADA DE LOS INOCENTES

Sigo leyendo en perfecto desorden esta magnífica serie del valenciano Víctor Santos, y ahora me encuentro con el que vendría a ser el tercer tomo de los cuatro que componen el tronco principal de la saga. La Espada de los Inocentes encaja (creo) entre La Emperatriz del Hielo (reseñado el 22/07/10) y Hasta los Dioses Mueren (lo vimos el 23/04/10).
El guión es excelente. Se nota que Santos tiene un plan a largo plazo y hacia allá va, sin prisa, sin pausa, con mucho cuidado por dosificar bien la información acerca de este mundo y estos conflictos, y sobre todo por no quedarse en la machaca, sino potenciarla mediante un recurso infalible: los personajes que pueblan la saga de Ehren Heldentod no son meros reyes, guerreros o mercenarios. Son tipos y minas reales, creíbles a pesar de su origen fantástico, con personalidades complejas y sentimientos fuertes, con los que uno (que no es rey, ni elfo, ni blandió una espada en su puta vida) se puede identificar. La epopeya está y está buenísima: hay combates de todo tipo, gestas repletas de heroismo y sacrificio, tremendas batallas y hasta la intervención de los dioses nórdicos (en este tomo la rompe el mismísimo Thor!). Y además están estos personajes logradísimos, casi tridimensionales, que rosquean, se enamoran, sufren, traicionan, se cuestionan miles de cosas y hasta a veces se resignan a aceptar un rol en esta gigantesca trama que –se dan cuenta- les viene impuesto de más arriba, por enigmáticos demiurgos a los que no tienen el gusto de conocer.
En Los Reyes Elfos este tema del destino, de la profecía, tiene mucho peso. Y tiñe a la saga de un cierto fatalismo, de un clima por momentos opresivo, triste, porque los personajes entienden que –por más que se hagan los locos- casi siempre tienen un sólo curso de acción y no es precisamente el más fácil, ni el más cómodo, ni el que garantiza que su gente va a dejar de sufrir y morir en estas guerras tan atroces como evitables entre las distintas razas. Hasta los más poderosos son, en algún momento, títeres de alguien más, y Santos se esfuerza por mostrarnos cómo esta idea le pega de distinta manera a los distintos personajes, en secuencias introspectivas muy bien resueltas.
Esta es una obra de 2003, o sea que a nivel dibujo estamos lejos del Víctor Santos actual. Esto es de la época en la que Santos todavía parecía el primo desprolijo de Chris Sprouse, una especie de Sprouse entintado a los pedos, o por un fan de Paul Grist. También hay algunos elementos (generalmente los que tienen una impronta fantástica) definidos con una línea un poquito más temblorosa, como la que usaba Jeff Smith en Bone, cuando aparecía la hermana malvada de Rose. Eso en la superficie, claro. Si miramos la narrativa y la planificación de las páginas nos encontramos con muchos truquitos típicos de Mike Mignola y Matt Wagner, incluso los que Mignola tomó de autores europeos como Andreas, Hermann o Tardi. Es muy loco que Santos sea europeo y que los pocos recursos claramente europeos que se ven en su obra sean los que heredó de Mignola. En fin... También hay momentos, en especial algunas peleas, en las que la narrativa es más japonesa, aunque con más viñetas por página y menos estridencia que en los típicos shonen en los que la machaca le disputa el protagonismo al guión. La aplicación de las tramas mecánicas está perfecta y el equilibrio entre espacios blancos y masas negras es ejemplar, digno de ser estudiado en las escuelas de dibujo. Y aún así me imagino estas páginas dibujadas por el Santos actual y me derrito de la emoción...
Si seguís hace un tiempo este blog, ya te habrás dado cuenta de que con este autor ya no puedo ser objetivo. En algún punto se convirtió en un fetiche, en un totem al que sólo puedo rendirle pleitesía. Y está todo bien, banco a full mi decisión de bancar a full a Víctor Santos. Me fascina cómo narra, me fascina la forma en que encara los géneros y me fascina verlo mejorar como dibujante de obra a obra. Ojalá algún día seamos legiones los que tenemos al valenciano en nuestro Olimpo de los intocables.

jueves, 24 de enero de 2013

24/ 01: JUDGE DREDD: CRUSADE

Si muchos años de comic yanki te convirtieron en un Morrisonzo o te dejaron en estado Millarvario (o dicho en castellano, si estás tan cebado con Grant Morrison y Mark Millar como para comprarte cualquier cosa que lleve sus firmas) mi consejo es: luz amarilla. Guarda, mirá bien a ambos lados de la avenida antes de cruzar el Atlántico y comprarte los comics que escribieron para las revistas británicas. Ahí vas a encontrar material buenísimo, no tengo dudas. De hecho, Dare me parece una de las mejores obras en la larga trayectoria de Morrison. Pero también hay bóñiga radioactiva hecha con fritas, para pagar las expensas.
Bajo esta majestuosa portada de Brian Bolland nos esperan, agazapadas, dos sagas de Judge Dredd una más chota que la otra. La primera, Crusade, está co-escrita por Millar y Morrison casi seguro en 1995. El planteo es casi decente: el juez Eckhart viajó a los confines del espacio y tras décadas sin contacto con la humanidad, cae con su nave a la Antártida. En su único mensaje a las autoridades dice haberse encontrado con Dios, con quien estableció contacto. Ahora los jueces de todas las mega-urbes (que vendrían a ser los países de este mundo post-holocausto) quieren capturar a Eckhart para enterarse de primera mano qué onda Dios, qué le dijo, qué poderes tiene, etc. Y ahí van, los jueces más grosos de cada urbe a competir entre ellos en plena Antártida. Por supuesto, Mega-City One (la que nuclea a las ciudades de la Costa Este de los EEUU) manda al siempre impertérrito Judge Dredd.
Hasta ahí, zafa. Después, el horror. Primero, vos sabés que Dredd va a ganar. Segundo, en las primeras páginas los autores se esfuerzan por darle mucha chapa al Judge Cesare, inquisidor a las órdenes del Vaticano, con lo cual sabés que va a ser el que más probablemente le haga el aguante más fuerte a Dredd. Tercero, esta serie parece jactarse de sus puntos débiles. Uno de los aspectos menos atractivos de Judge Dredd (tiene varios) es que le faltan secundarios copados. Aún así, la consigna de Crusade parece ser precisamente limpiar secundarios. Los duelos entre los jueces son siempre a muerte y acá palman varios que ya se habían cruzado con Dredd en aventuras anteriores. Ya fue, Morrison y Millar no dejan vivo a ninguno.
Y bueno, después de 62 páginas al palo, repletas de sangre, violencia y momentos que podrían ser tensos si uno no supiera que Dredd va a zafar de todo sin despeinarse, se termina la saga. ¿Qué se puede rescatar? El ritmo, que nunca decae, y los dibujos de Mick Austin. Austin es un ilustrador que hizo poca historieta pero realmente la tiene muy clara, en un estilo clásico recontra sólido, con una excelente puesta en página, buenas expresiones faciales, un gran manejo del color y alguna tirada a chanta a la hora de dibujar fondos.
Frankenstein Division es más breve, tiene sólo 24 páginas, y es obra de Mark Millar en solitario, o en realidad junto al dibujante Carlos Ezquerra. El guión es tan choto que parece de Cazador: aparece una especie de Frankenstein, un monstruo hiper-pulenta construído en Rusia con pedazos de cadáveres de los jueces a los que Dredd masacró en una saga anterior. El monstruo llega a Mega-City One en busca de venganza, mata a un montón de gente, parece una amenaza re-jodida, hasta que llega Dredd, lo confronta y lo hace mierda –de nuevo- casi sin despeinarse. Fin. Bueno, no; en realidad hay un girito shockeante más, después de la muerte de “Frankenstein”. Pero no alcanza para salvar los trapos. El dibujo de Ezquerra está bueno, bien salvaje, bien grotesco, coloreado en una onda Simon Bisley, aunque lejos de la magia de la Bestia.
Estas dos historias son de mediados de los ´90, cuando el éxito de Judge Dredd no llevaba ni 20 años. Ahora van 35. ¿Alguien me puede explicar cómo carajo se sostiene? Porque la verdad que, aunque cacemos la ironía, el personaje sigue siendo irreductiblemente chato, hueco, unidimensional, y –lo más grave- pensado para nunca evolucionar, para que el final de cada historia vuelva todo al status quo inicial, que es siempre el mismo. No digo que las sagas puedan ser leídas en cualquier orden, tipo Lucky Luke. Digo que el personaje llega al final igual que como lo vimos al principio, que jamás se replantea nada ni deja que nada de lo que sucede lo afecte en lo más mínimo. Eso funciona bien en un personaje cómico, un Boogie el Aceitoso, ponele. Pero cuanto más ambiciosas y grandilocuentes son las sagas, menos sustento tiene esa actitud.
Tengo otro libro del Juez sin leer, de la época clásica de Bolland, John Wagner y la Bruja Grant. Pero me faltan meses para leerlo. Por ahí para ese entonces ya me olvidé de lo mal que me trataron Morrison y Millar la vez que los seguí hasta Mega-City One.

miércoles, 23 de enero de 2013

23/ 01: AMERICAN VAMPIRE Vol.2

Después de un paréntesis de nueve meses, retomo esta serie que pintaba muy bien. Esta vez sin Stephen King, le toca a Scott Snyder bancar los trapos él solito y a riesgo de parecer un hereje, lo hace tan bien que este tomo me gustó más que el anterior.
La historia salta 11 años para adelante: de 1925 nos vamos a 1936, siempre en la Costa Oeste de los EEUU. El primer arco nos lleva a Las Vegas, un pueblucho perdido en el medio del desierto que vive una súbita y brutal transformación: se está construyendo la monumental represa Hoover y eso significa que se empieza a mover una guita muy importante, con sus obvias consecuencias: corrupción, timba, prostitución, chupi y –lógicamente- un mayor índice de criminalidad. Snyder lo dice sin medias tintas: la relación entre el capitalismo y el delito es intrínseca e irrefutable. Si a esto le sumamos la presencia de un vampiro gaélico, de ancestral estirpe, que asesina a los capos de la empresa constructora, la cosa se pone bastante espesa. Y si además sumamos a Skinner Sweet, el vampiro americano al que conocimos en el primer tomo, está claro que la vida del pobre sheriff del pueblo se va a convertir en una pesadilla. Cash McCogan es el héroe, “el bueno”, en este truculento festival de muerte, sangre y corrupción sin límites.
Si hilamos más fino, la saga gira en torno a los vínculos familiares (“lazos de sangre”, dirían los vampiros, que algo de eso entienden): Snyder le da bastante protagonismo a la esposa y la hija de Jim Books, el pobre sheriff al que Sweet le dio para que tenga en el tomo anterior. Y por el otro lado, tanto el padre como el hijito que espera Cash McCogan tienen bastante peso en la trama. Realmente, todo lo que pasa acá es tremendo, desde la primera página hasta la última. No sólo la violencia, el gore y los corchazos. La mala leche, la crueldad, los giros que le pega Snyder a la trama, uno más sórdido y despiadado que el otro.
En los últimos dos episodios el protagonismo se lo lleva Pearl, la actriz vampirizada en el tomo anterior, que en el primer tramo de este tomo aparece sólo en un subplot, muy bien llevado. ¿Te querés enterar qué fue de la vida de esta chica que soñaba con triunfar en Hollywood? Las respuestas te van a shockear. ¿Y Hattie Hargrove, su amiga? ¿Qué onda? Mejor ni preguntar. La saguita de Pearl y Hattie no se resuelve en estos dos episodios, simplemente levanta temperatura para estallar (supongo) más adelante. De todos modos, las páginas protagonizadas por las chicas también tienen tiros, torturas, mutilaciones y atrocidades a granel.
En este último tramo del libro tenemos dibujante suplente: Mateus Santolouco se hace cargo de estos dos episodios y cambia muchísimo su estilo (que generalmente va más para el lado de Simon Bisley) para parecerse lo más posible a su amigo (y dibujante titular de American Vampire) Rafael Albuquerque. El resultado es muy, muy atractivo. Es como un Albuquerque más espeso, con más volumen, como mezclado con dibujantes bien dark, tipo Tom Mandrake o Steve Pugh.
Y la saga más larga, la de Las Vegas, está toda dibujada por Albuquerque en su estilo de siempre, bien power, bien expresivo, con unas manchas negras alucinantes, casi sin referencias fotográficas y muy volcado a la acción. Pareciera que los personajes están todo el tiempo agazapados, a la espera del momento en el que pueden pelar garras o chumbos y masacrarse unos a otros. Hay un problema y es que Albuquerque mezquina bastante los fondos. No son pocas las viñetas en la que estos deberían estar y no están. Tampoco es que Santolouco se mate en los fondos: en sus páginas también hay menos de los que debería haber. Pero bueno, si les perdonamos ese detalle, no van a quedar obstáculos para entregarnos al vértigo y al impacto permanente que proponen desde los dibujos los próceres de Porto Alegre.
American Vampire arrancó bien y en este tomo se puso mejor, más jodido, más intenso, más al límite. Veremos hasta dónde está dispuesto a llegar Scott Snyder en los tomos siguientes y esperemos que la serie se retome pronto, que se haga corto el paréntesis que impuso el guionista para poder dedicarse a otros proyectos. Ah, y quiero ver MORIR (de modo definitivo, categórico, sin chances de zafar ni de volver) al hijo de mil putas de Skinner Sweet. ¿Será posible?

martes, 22 de enero de 2013

22/ 01: TITEUF Vol.1

Veníamos de mezclas raras: guionista francés y dibujante filpino, guionista portugués y dibujante argentino, guionista inglés y dibujante brasilero... Esta vez es todo más sencillo: un sólo autor, el helveta Zep, que viene de la Suiza francófona y –coherentemente- trabaja para el mercado francés. En realidad, reina sobre el mercado francés. Su último libro, el Vol.13 de Titeuf, fue el álbum de mayor tirada y mayor venta de 2012, en un año en el que las librerías francesas recibieron más de 5.500 novedades. También en 2012, una editorial argentina apostó a editar en nuestro país los álbumes de Titeuf y arrancó con “Los adultos, las chicas y otros misterios”, una traducción bastante frutihortícola de “Dieu, le Sexe et les Bretelles” (Dios, el Sexo y los Tiradores), que es como se llamó este recopilatorio en Francia, cuando se editó hace 20 años, en Diciembre de 1992. Esa primera edición (con un humilde tiraje de 8000 ejemplares contra el millón que tiró el Vol.13) se imprimió en blanco y negro. La edición argentina, en cambio, está tomada de la reedición de 2010, para la cual el primer álbum de Titeuf fue íntegramente coloreado.
Acertadamente, la editorial V&R apunta este libro (y el Vol.2, que prometo reseñar pronto) a los fans de Mafalda y Bart Simpson. Como la nena de Quino, Titeuf cuestiona a full todas las cosas que no termina de entender del mundo de los adultos. Muchas tienen que ver con el sexo (tema que en Mafalda prácticamente no se toca), pero también se habla de Chernobyl, de los turistas japoneses, las drogas y las guerras, todo en un tono en el que se mezclan la ingenuidad con la mala leche. Y la referencia a Bart es ineludible, porque acá también tenemos a un borreguito kilombero, eternamente sublevado a padres y maestros, aunque cuando se pasa de listo, a Titeuf suele irle bastante peor que a Bart.
Por otro lado, tanto Bart como Mafalda comparten algo fundamental, que define a esta obra maestra de Zep: son chicos, pero sus historias no son para chicos. Así como no le podés dar un libro de Mafalda a un nene de seis años porque no va a entender el 70% de los chistes, lo mismo pasa con Titeuf. A los más chicos seguro les llamará la atención el dibujo, el color y obviamente el hecho de que los protagonistas son chicos. Pero no es una historieta pensada para ellos. Esto no se podría publicar nunca en Genios ni en Billiken, digamos. Y no sólo por los chistes de pitos y pedos. En Titeuf hay, sin duda, una visión de la vida jodida, cínica, ácida... adulta, bah. Y si bien se basa mucho en el contrapunto entre cómo entienden la vida los chicos y los grandes, puesto a quedarse con un grupo etáreo, me parece que Zep se queda con los grandes, o por lo menos con los mayores de 12 o 13 años, que ya entendieron unas cuantas cosas.
Me falta decir que cada página es un chiste autoconclusivo, que desde el primer momento Zep rodea a Titeuf de un muy lindo elenco de personajes secundarios, que muchos de estos chistes me resultaron muy, muy graciosos, con remates impredecibles y muy efectivos, y que todo está dibujado maravillosamente por un virtuoso, un dibujante de enorme talento al que –si las ventas ayudan y salen más tomos- vamos a ver mejorar hasta niveles siderales. Por lo menos al principio, Zep no hace nada a nivel gráfico que no hayamos visto en los buenos dibujantes franco-belgas de estilo humorístico. Aún así, hay páginas y viñetas bellísimas, con composiciones exquisitas y –lo más importante- hilvanadas por una narrativa perfecta, en la que sobresale un timing para la comedia absolutamente devastador.
En estas páginas, Zep nos invita a mirar con otros ojos a los chicos de 8 ó 9 años. ¿Son demonios despiadados que gozan haciéndoles la vida imposible a los adultos, o pobres criaturitas que no tienen ni la más puta idea de lo complejo, perverso e injusto que es el mundo en el que les toca vivir? Eso lo vas a decidir vos cuando tengas bastante Titeuf leído. Mientras tanto, a disfrutar de esta verdadera joya del humor y de este clásico moderno que –a diferencia de nuestro famoso felino- tiene merecidísimo su escalofriante éxito.

lunes, 21 de enero de 2013

21/ 01: DEMON KNIGHTS Vol.1

Es extraño lo que me pasó con este libro. Todavía no sé si me gustó o no. Me gusta que sea raro, que Paul Cornell haya buscado una ambientación tan atípica para un comic de superhéroes... Pará: ¿Es de superhéroes? ¿O es una especie de Lord of the Rings en esteroides? Es el medioevo y los héroes son guerreros, hechiceros, caballeros... Todo parece salido de un juego de rol onda Dungeons & Dragons bastante pasado de rosca, empezando por el hecho de que los protagonistas se conocen en una taberna. Por ahí lo que menos me gustó es que es un comic con cero sutileza. Desde la primera página se impone el palo y palo y no para nunca. Lo único que hace es crecer en grandilocuencia. Y me da la sensación de que los personajes que juntó Cornell en Demon Knights daban para plantear la epopeya de un modo un cachito más sutil, menos frontal, menos “in your face” y por supuesto menos obvio.
Lo que más me gustó es cómo Cornell reparte el protagonismo entre todos los miembros de este improvisado equipo. No son Demon y sus sidekicks. Todos tienen algo grosso para aportar y la trama se enriquece de esta multiplicidad de aportes. Me gustó también que recuperara a Sir Ystin, la Shining Knight creada por Grant Morrison para Seven Soldiers of Victory. Por supuesto desconfío de que Vandal Savage pueda funcionar como personaje recurrente en este rol de “juego para los buenos, pero no tengo drama en ensuciarme y hacer trampa como los malos”. Y los personajes nuevos me gustaron, les veo bastante potencial. Es obvio que, el día que haya que boletear a alguno de los buenos, tienen todos los números los personajes creados por Cornell. Pero hasta que eso suceda, sospecho que el guionista les va a sacar un rico jugo a Exoristos, Al Jabr y Horsewoman.
La trama en sí se zarpa un poco en lo extremo de la amenaza a la que deben enfrentar los Knights y en el protagonismo que tiene la machaca. El medioevo ofrece también jugar por el lado del género bélico, de la intriga palaciega, del romance... Acá todo se limita a lanzar conjuros y repartir espadazos y hachazos. Por suerte Cornell encuentra un huequito donde meter (casi a presión) un subplot que tiene que ver con la búsqueda del Santo Grial, al que le pongo una ficha, porque es un tema que me ceba desde siempre.
Toda esta orgía de violencia, destrucción y sangre está plasmada en imágenes por Diógenes Neves, un dibujante brazuca correcto, por ahí un poquito estridente, al que se le nota el esfuerzo de salir de la sombra del estilo pochoclero noventoso (Jim Lee, Marc Silvestri, Jeff Campbell, esa onda) y darle a su estilo más expresividad, más riesgo. Neves es una especie de Tom Derenick con línea más finita y más atención por los detalles. Y más allá de algunas pifias menores, el brazuca pone huevo. No dibuja todos los fondos que a uno le gustaría ver, pero los que dibuja están espectaculares. Se esmera para darle rasgos y gestos propios a cada uno de los protagonistas y cuando arriesga en la narrativa, sale bien parado. Hojaldre: me imagino esto en blanco y negro y me parece que se cae a pedazos, que se convierte en el festival pedorro de las líneas, las rayitas y los detallitos innecesarios. Por suerte mete mucha mano Marcelo Maiolo, un colorista al que no conocía y que hace muchísimo por sumarle onda, fuerza y hasta vuelo al dibujo de Neves. El combo entre dibujante y colorista funciona muy bien y también suman muchísimo esas secuencias de Sir Ystin que no sé si son de Michael Choi o de Robson Rocha, pero de todos modos están bárbaras, en un estilo mucho más clásico, más para el lado del maestro John Bolton.
Bueno, al final el balance da bastante decente. No te dejes engañar por esa horrenda portada de Tony Daniel: esto no es sólo Demon y no está ni remotamente tan mal dibujado como esa tapa. Es un comic raro, que por ahora abusa un poco de la grandilocuencia y mucho de la violencia, pero que tiene un guionista muy ingenioso, del que siempre se pueden esperar giros impredecibles y copados, y un elenco que seguramente con más desarrollo y más aventuras a sus espaldas puede dar buenos frutos. Por la chapa de Cornell (que ya se fue de DC, como tanto otros) y por ser fan de Demon, Madame Xanadu y Shining Knight, me juego a comprar un Vol.2 antes de dar un veredicto más categórico.

domingo, 20 de enero de 2013

20/ 01: DOG MENDONÇA AND PIZZABOY

La historia de este comic empieza en Mar del Plata, cuando el cineasta independiente portugués Filipe Melo viene al Festival de Cine a presentar un corto y pega onda con Pablo Parés (el hermano de Diego), referente fundamental del cine indie de género en nuestro país y el mundo. Filipe y Pablo comienzan a planificar juntos un largometraje a todo culo, Dog Mendonça e PizzaBoy, pero como no aparecía quién pusiera la guita para convertir ese guión en una película, a Melo se le ocurre convertirlo en una historieta. Ahí entran en escena otros tres argentinos: Martín Tejada hace la adaptación de guión de cine a guión de comic. Santiago Villa colorea y Juan Cavia dibuja estas casi 100 páginas.
El que mejor labura, para mi gusto, es Tejada. Esto se lee como una historieta clásica, sin sobresaltos, y si no sabés que la historia fue pensada como película, en ningún momento te pinta la menor sospecha. Villa se zarpa un poco: evidentemente es un buen colorista, pero acá le disputa demasiado el protagonismo a los dibujos de Cavia. El tipo acompaña bien los climas y mete efectos a rolete, le da al dibujo una pátina cuasi-pictórica que este no tiene (ni quiere tener), se lo lleva puesto, bah. Lo cual no es lo ideal, pero en este caso tampoco es taaan grave, porque el dibujo de Cavia a mí me pareció bastante del montón. Vos ves el currículum de este artista y te caés de ojete: metió mano en miles de productos grossos, desde comerciales y videoclips hasta largometrajes importantísimos. Sin embargo, como historietista, lo veo bastante limitado. Parece una especie de Carlos Meglia o Humberto Ramos de la B, que por suerte no entró en la animalada tipo Javier Solar de clonar los trabajos de los maestros viñeta a viñeta y dibujo a dibujo. De hecho, me imaginé esta novela gráfica dibujada por Meglia o por Ramos y se me paró la... imaginación.
El guión es muy ganchero, muy dinámico y se hace entretenido. No le pidas mucha profundidad, ni explicaciones racionales de por qué pasa lo que pasa, porque no da. A Melo le interesa más armar un elenco con personajes copados y meterlos en una aventura trepidante, ambientada en la maravillosa Lisboa, a la que de aquí en más le conoceremos su lado dark, su submundo repleto de criaturas crepusculares y pesadillescas. Desde el momento en que nombré a Pablo Parés, seguramente estabas esperando que aparecieran los zombies. Y sí, Dog Mendonça y PizzaBoy se enfrentan a un ejército de zombies nazis mutantes, liderado por el mismísimo Adolf Hitler, y también interactúan con vampiros, gárgolas, licántropos y demonios. La acumulación, el exceso, hacen que la cosa sea más cómica que terrorífica. El guiño cómplice al lector (“tranqui, fiera, esto es una joda, relajate y disfrutá”) está muy presente y no deja en ningún momento que el supuesto dramatismo de la historia te logre poner nervioso. Al final ganan los buenos y todo cierra prolijamente, aunque queda un margen interesante para la secuela (que creo que en Portugal ya se dio a conocer).
Y bueno, por esas triangulaciones místicas que tiene la vida, una historieta dibujada y coloreada en Argentina, pensada para publicarse en Portugal, me llega a través de la edición yanki de Dark Horse, que dicho sea de paso está muy buena. Si te gustan las historias de terror con ambientación urbana, coqueteos con el hard boiled, algo de comedia y mucha acción, acá vas a encontrar un pochoclo riquísimo, que te va a tener muy cebado un buen rato. Le falta un poco al dibujo, se pasa un poquito de rosca el color, pero el combo es atractivo, en ningún momento hacen ruido el hecho de que esto originalmente era una peli, ni el hecho de que fue dibujado en Buenos Aires por artistas que nunca habían estado en Lisboa. Acá hubo mucha gente que se rompió el culo para que muchos más pudiésemos disfrutar de esa historia que alucinaron Filipe Melo y Pablo Parés y eso, sin dudas, se agradece.

sábado, 19 de enero de 2013

19/ 01: SEVEN WARRIORS

Si hace mucho que seguís el blog, en una de esas te enteraste por la reseña del 29/12/2010 que en Francia hay una colección de álbumes llamada Sept, en la que cada tanto moja algún autor conocido en el mainstream yanki. Cuando eso sucede, Boom! Studios se pone las pilas y edita esa novela gráfica en EEUU, para beneplácito de los que no las queremos pagar una fortuna.
Esta vez, Boom! rescató Seven Warriors (Siete Guerreras) porque el dibujo corrió por cuenta de Francis Manapul, hoy consagrado gracias a su etapa en Flash. Lamentablemente, el paso del álbum francés al TPB yanki tiene varios problemas. Primero, Boom! se mandó la grasada de pre-publicar el tomo en tres comic-books, para lo cual le inventó a Sept Guerriéres cortes que el original no tiene. La novela francesa iba palo y palo sin pausas durante 62 páginas y los yankis no sólo la fetearon, sino que conservaron esos cortes arbitrarios y ridículos en el TPB. ¿Para qué, digo yo? Sólo sirven para interrumpir innecesariamente la lectura y para rellenar el libro con carátulas y páginas en blanco que no aportan nada. Por otra parte al pasar del formato francés al yanki, hubo que achicar bastante las planchas, y los dibujos pierden definición y fuerza. Además de lo feas que quedan esas “canaletas” blancas por arriba y/o por abajo de las páginas de Manapul.
Este es un trabajo de 2007-2008, cuando el filipino radicado en Canadá todavía no tenía por casualidad el estilo que peló en Flash, sino que era un dibujante más de Top Cow, digno clon de Jim Lee, con cositas de Adam Kubert, al que no le costaba demasiado dibujar bien sin pegarse palos en la narrativa. Seguramente el paso de esos “guiones” de Witchblade y Tomb Raider con dos o tres cuadros por página a este álbum, repleto de viñetas chiquititas que casi siempre son 9 y a veces llegan a ser 11, debe haber sido una pesadilla para Manapul. Por suerte se banca muy bien el desafío. La narrativa está perfecta y el dibujo –si bien se desluce en la edición yanki- es realmente sólido, sin el menor margen para verdulear o tirarse a chanta. Se nota el esfuerzo del dibujante en cada viñeta, en el vestuario, en los fondos, en las expresiones faciales, en esas tomas panorámicas que captan fastuosos paisajes... todas cosas que en los típicos comics de “tetas y espadas” de Top Cow brillan por su ausencia. Manapul opta por un lápiz trabajadísimo, acabado al detalle, pero sin entintar, reventado en el photoshop para que no pierda frescura ni sutileza en las texturas. Seguramente las masas negras están agregadas en un layer aparte, y sobre eso trabajó la colorista Christelle Moulart, a la que Manapul le tiene que levantar un monumento, porque dejó la vida en cada una de las viñetas del filipino para que esto, que estaba bien dibujado, a color se viera espectacular. Si te emocionaste con ese estilo hiper-dinámico y diseñoso que mostró Manapul en Flash, te repito: esto no tiene nada que ver. Ahora, si te hiciste fan del dibujante y querés leer otras obras suyas con buenos guiones (aunque el estilo sea otro) esto te va a cebar muy mal.
Porque si bien el gancho para publicar la novela fuera de Francia es el dibujo de Manapul, lo más notable es el guión de Michaël Le Galli, que funciona como un relojito. No hay tiempo para desarrollar mucho a los protagonistas, es cierto. La única que muestra algo así como rasgos distintivos de personalidad es Izza. El resto de los personajes se mantienen dentro de estereotipos bastante clásicos, lo cual no es óbice para que Le Galli les pegue sacudones sumamente efectivos e impredecibles. Si algo no le falta a Sept Guerriéres son giros argumentales impactantes, sobre todo en el tramo final. Lo que parece la clásica epopeya, la Gran Señor de los Anillos de “un grupo de valientes se embarca en una misión jodida en la que casi todos van a morir pero uno va a llegar y la va a cumplir”, en un momento se convierte –gracias a una voltereta muy bien orquestada- en otra cosa. En el medio hay machaca, sacrificios, amor, lealtad, sexo y hasta espacio para que el guión de Le Galli “se calle la boca” y deje que el dibujo de Manapul nos transporte a esas locaciones maravillosas de un Medio Oriente antiguo y fantástico.
Linda historia, fuerte, poco predecible y dibujos realmente logrados por un tipo por el cual hasta hace poco yo no daba un mango. Lástima la edición yanki, que no está a la altura. Si alguna vez la veo en francés, me la compro y esta la regalo o la tiro a la mierda.

viernes, 18 de enero de 2013

18/ 01: CYBERSIX Vol.1

Hace ya seis largos meses, un team-up entre dos editoriales y una librería generaron algo que –a priori- parecía un sueño: una colección que reeditara Cybersix, el clásico de Carlos Trillo y Carlos Meglia en un formato práctico, atractivo y a un precio más que razonable. Todos hacíamos las cuentas de cuántas páginas tiene en total la serie y cuántos tomos de 196 harian falta para reeditarla completa y los que tenemos algunas historietas en italiano o francés pensábamos en que orificio nos las íbamos a meter cuando salieran editadas –muchas por primera vez- en castellano. Como sucede tantas veces, la cosa nunca pasó de un primer tomo, que es el que tengo para comentar hoy.
Lo más raro que me pasó es que me acordaba de muchas cosas. Yo había leído estas historietas en 1992, cuando las editó Puertitas y a decir verdad, son pocas las historietas que leí hace 20 años y de las que me acuerdo algo más que lo básico. Por ahí es porque en los años siguientes uno siguió leyendo la serie y hasta tuvo la suerte de charlar bastante acerca de ella con los autores. O por ahí es porque a lo largo de los episodios (no sólo de estos 15) hay conceptos, climas, situaciones y hasta dibujos que se repiten muchas, muchas veces.
Creo que ese es el punto débil de Cybersix. Para esta obra, Trillo adopta TODOS los clichés del género de los superhéroes: la doble identidad, el secret origin, los villanos recurrentes, la ciudad como foco de los conflictos, la telenovela con un triángulo en el que participan las dos identidades del héroe/ heroína... y un cliché más, que uno no lo nota tanto en los comics de superhéroes de hoy, pero que a principios de los ´90 era más frecuente: la reiteración. La cantidad de veces que los guionistas nos recuerdan quién es este personaje, por qué hace lo que hace, dónde vive, de qué se disfraza cuando no está combatiendo al crimen, qué poderes tiene, de dónde los saca, cuáles son sus debilidades... En Cybersix eso vuelve y vuelve y vuelve, encima en episodios de 12 páginas, o sea que en casi 200 páginas nos lo repiten 150.000 veces.
Si te acostumbrás a esto (o si no te jode) vas a poder disfrutar de un Trillo muy sólido, a la altura del desafío no menor de embarcarse en una saga superheroica de duración indefinida, algo que nunca antes había encarado. Con una protagonista muy compleja e interesante, buenos personajes secundarios, villanos atractivos y poco énfasis en la machaca, el prócer logró construir un híbrido efectivo entre el comic para adultos típico de Argentina y Europa y el típico comic de superhéroes yanki. Le puso diálogos cuasi-poéticos, conflictos que no son los obvios y una bajada de línea muy linda contra el autoritarismo.
Claro que, con un ancho de espadas como el dibujo de Meglia, podés escribir los guiones más chotos del mundo y la horda igual te la va a comprar. Acá se nota poco que Meglia coordinaba un equipo de asistentes, porque la serie recién empezaba, todavía no eran un malón de dibujantes haciéndole un gang-bang a los guiones de Trillo. Las secuencias del origen de Cybersix, todas las escenas de la selva, los primeros planos de Data, las tomas panorámicas de la ciudad de Meridiana... en todos esos momentos (y unos cuantos más) el dibujo de Meglia explota como en sus mejores trabajos. Y después, cuando no le toca brillar (o cuando no tiene tiempo) cumple sobradamente con esa narrativa tipo dibujo animado en la que los personajes se desplazan sobre unos fondos laburadísimos que son siempre los mismos. Otro grande que acá afrontó un desafío bravo y salió recontra-bien parado.
Por los comentarios que a uno le llegan, parece que el principal motivo por el cual todavía no salió el Vol.2 es que esto vendió muy mal en el circuito de kioscos. Y se supone que, cuando finalmente se edite ese dichoso segundo tomo, será con una tirada mucho más baja, pensada para abastecer sólo a comiquerías (y eventos, obvio), donde sí obtuvo la repercusión esperada. El bajón es que seguramente la tirada más baja implicará un precio de tapa más alto, pero bueno, ya lo esperamos tanto, que nos lo pueden cobrar tres lucas y lo vamos a pagar igual. Y si realmente van a apuntar los futuros tomos al lector “del palo”, no estaría mal cuidar más la calidad de la impresión y chequear mejor los textos, que ostentan unas cuatro o cinco faltas de ortografía bastante bochornosas. Vamos, que quiero más Cybersix en mi biblioteca.

jueves, 17 de enero de 2013

17/ 01: COMPLETELY PIP AND NORTON

Dave Cooper es uno de los mejores dibujantes del universo, tanto que se cansó de romperla en la historieta y ahora es grosso en la plástica, pintando cuadros. Gavin McIness es un inglés transplantado a EEUU, donde fue fundador de la influyente revista Vice y denominado “padrino del hipsterismo”. En algún momento de los ´90, ambas bestias se encontraron y el resultado fue un puñado de historietas brutalmente geniales. Este librito reúne prácticamente todas las historietas de Pip y Norton. Varias habían aparecido en las antologías de Dark Horse, otras en la revista Vice y una se hizo especialmente para esta publicación.
Lo primero que llama la atención de Pip y Norton es la similitud con Ren & Stimpy. Las personalidades son distintas, pero el clima de las historias, la estructura de cada relato, el ritmo, y por supuesto las asquerosidades, nos remiten de una al mítico dibujo animado creado por John Kricfalusi. El delirio, la tensión siempre al borde, el capricho irracional como motor de los acontecimientos, los chistes de vómitos y medias hediondas, todo va para un lado que –si consumiste a Ren & Stimpy- ya sabés lo fértil que puede llegar a ser a la hora del humor guarro.
El libro, chiquito y con menos de 70 páginas de historieta, ofrece muchísimo material, una verdadera maratón, loca y desenfrenada, de Pip y Norton. Es muy notable como la gran mayoría de estas historietas se hicieron pensando en otros formatos y aún así, acá se ven perfecto, como si estuvieran concebidas para esta publicación. No sé quién se encargó de adaptarlas, pero lo hizo perfecto. Tampoco sé cuál es mi favorita: está peleado entre Spinning Buddha y Toxic Sock Syndrome. Las dos son historias totalmente desquiciadas, de una intensidad hipnótica, en las que pasan miles de cosas y todas son muy zarpadas y muy graciosas. Además en las dos los autores le sacan muchísimo jugo al contrapunto entre Pip, el subnormal, caprichoso, inescrupuloso y venal, y Norton, el intelectual, el genio cool que en vez de caminar flota a 15 centímetros del piso.
No me puedo extender mucho más sin dar detalles de los argumentos y prefiero no hacerlo, porque la gracia de estas historietas está en que son completamente impredecibles, con planteos y desenlaces a un mismo nivel de bizarreada. Así que vamos rapidito a lo más importante, a lo que pone a este libro en la lista de los fundamentales: el dibujo de Dave Cooper. Sí, es probable que sin Kricfalusi, Cooper nunca habría existido. Como también es cierto que sin Cooper nunca habrían existido Gastón Souto y el Polaco Scalerandi, los dibujantes estrella de la Lule le Lele. Casi desde el principio, Cooper demostró que le sobra el talento para seguir fiel a la línea de su referente, pero a la vez despegar en nuevas direcciones. Al trazo nervioso, grotesco, hiper-expresivo tan típico de Ren & Stimpy, Cooper le suma una forma caricaturesca de reflejar a los seres humanos “normales” más cercana a la de Bob Fingerman, una narrativa también más próxima a la de los referentes del comic indie americano y un manejo del color que desafía toda explicación y que es lo que lo elevó muy por sobre todos los otros dibujantes de su generación.
Cooper, que en blanco y negro es MUY grosso (acá lo podemos apreciar en la breve Zzzombie Grrll), a color rompe todo. Con la computadora (y el talento, porque yo a la Mac la quiero mucho, pero no le editan un puto comic en ningún lado) le da volúmenes y texturas increíbles a los dibujos y logra realzar aún más ese contraste brutal entre personajes bonitos y amistosos y tramas donde hay atentados, muertos, trips alucinógenos, vómitos y un grado de violencia bastante pasado de rosca. Cooper no da puntada sin hilo y logra que su dibujo, que ya de por sí llama muchísimo la atención, se convierta en algo único, irrepetible y sobre todo inolvidable. Si nunca leiste historietas de este monstruo canadiense, nunca es tarde para empezar.
Este librito es barato, lindo, está lleno de historietas muy cómicas y muy limadas, dibujadas como la hiper-concha de Dios, y además trae prácticamente todo lo que hizo Cooper por afuera de Fantagraphics, que es el sello que le editó sus obras más conocidas (Suckle, Weasel, Ripple, etc.) con las que se cansó de ganar premios. Y corto acá, que empezó el partido de Racing!

miércoles, 16 de enero de 2013

16/ 01: LA MANSION DE LOS PAMPIN

Me reencuentro con el genio de Galicia, el insumergible Miguelanxo Prado, que en 2004 publicó esta breve novela gráfica con la que –predeciblemente- ganó unos cuantos premios.
La Mansión de los Pampín tiene apenas 45 páginas, casi todas de 6 viñetas, una que otra de 7 y una sóla de 8. Los textos son escuetos y no escasean las secuencias mudas, con lo cual se lee muy rápido. Una cagada, primero porque el libro es caro y uno quiere que –cuando desembolsa una fortuna por un libro- la lectura rinda un poco más. Y segundo porque uno rápidamente pega onda con los personajes (especialmente con el protagonista, Indalecio Pampín) y los quiere ver más “tiempo” en escena. De todos modos, me doy cuenta de que este mismo argumento, desarrollado en más páginas, se caía a pedazos. 45 páginas es la extensión máxima. Se podía contar lo mismo en menos páginas (y con menos gracia, menos desarrollo de personajes, etc.) pero en más, imposible.
La historia nos cuenta cómo cambia la vida de Indalecio Pampín y su familia cuando este hereda de su tía Isolina una casa en la campiña de Galicia. El primer tramo es gracioso, pero predecible: Prado se regodea con el brutal contraste entre lo que Indalecio cree que era la “mansión” de su tía y lo que realmente acaba de heredar. De ahí en adelante, el autor se dedica a meterle el dedo en la llaga al protagonista: todos sus intentos por levantarle el valor a la propiedad se verán obstaculizados por normativas absurdas y todo parecerá jugarle en contra, hasta su propia familia, que se desentiende cada vez más de la herencia y lo deja a Indalecio remando solo, en medio del océano de polenta. Este segundo tramo, en el que más que la risa se impone la indignación, es brillante.
Y en el final, un pase mágico de Prado hará que combinemos las dos cosas: risa e indignación, como en los mejores textos polémicos de Arturo Pérez-Reverte. No quiero contar cómo se resuelve la trama. Digamos que, visto muy de lejos, parece un empate.
Como en sus mejores historias cortas del ciclo Quotidianía Delirante (vimos un par de tomos a principios de 2011), acá Prado utiliza el humor para invitarnos a reflexionar acerca de un montón de cosas que están mal en nuestra sociedad: la burocracia, el egoismo, la búsqueda del status que nos lleva a creernos mejores por poseer o consumir más que el vecino, la distorsión de los valores, la falta de ética en los poderosos... En algún punto, uno se pone de la vereda de enfrente de la esposa y los hijos de Indalecio, y obviamente de las autoridades del pueblo y del empresario de la construcción que –también obviamente- los quiere cagar. Pero después pensás... “pará: ¿qué habría hecho yo en su lugar?”. Y la respuesta es bastante más heavy y menos placentera que la lectura de este comic.
El dibujo de Prado no tiene desperdicio. Se nota que sus años en la animación lo ayudaron a limpiar la línea, a sintetizar, a no derrochar trazos. Te imaginás estas páginas sin el color y ves apenas una línea negra finita, muy dúctil pero siempre del mismo grosor, muy expresiva y casi sin masas negras. Y claro, a color esto explota. Con la asistencia de Víctor Galdón, el prócer gallego mete su clásica catarata de colores pastel, sutiles juegos de iluminación, hermosas texturas para realzar los paisajes y todas esas cosas que muy difícilmente se puedan hacer en un dibujo animado. Pasan los años y Prado está cada vez más afilado a la hora de identificar y plasmar en el papel los detalles, los gestos, los tics de esta clase media de la que es agudo observador y despiadado verdugo.
La Mansión de los Pampín es un comic inteligentísimo, ameno y obscenamente bien dibujado. No me quiero cebar mal en la exégesis para no hacerles el juego a los delirantes que, con la excusa del tamaño grande, el papel finoli y las tapas duras, pretenden que paguemos más de $ 100 por míseras 45 páginas de historieta. Eso no tiene pies ni cabeza y hay que replantearlo. Ahora, si sos muy fan de Miguelanxo Prado, podés dejar los replanteos para más adelante y, si te da el cuero para pagarlo, tirarte encima de este excelente álbum del maestro.

martes, 15 de enero de 2013

15/ 01: BATMAN & ROBIN Vol.3

Y bueno, se acabó la fiesta. Otra vez ha fracasado el funeral, otra vez el muerto regresó y su cara y su emblema están en todas las remeras. Era obvio que tarde o temprano iba a volver el agotadísimo e insufrible Bruce Wayne pero –sinceramente- yo pensé que lo iban a dejar fuera de circulación un tiempito más.
Este TPB arranca muy arriba, con tres numeritos contra el Joker en los que Grant Morrison deja la vida: escribe a un yosapa magistral, con diálogos excelentes y que te dejan pensando; le da forma a una amenaza que Batman, Robin y Gordon van a poder desactivar muy, muy sobre el filo; termina de redondear al Professor Pyg, que acá cobra toda la chapa que no cobró en el primer arco de esta serie; y retoma el tema del Dr. Hurtt y el Black Glove que habían quedado colgados de cuando Bruce todavía era Batman. Esto es comic de palo y palo, pero muy fino, muy pensado, muy bien condimentado con muchos ingredientes que a la mayoría de los guionistas del mainstream ni se le ocurre que pueden existir.
Por si faltara algo, el dibujo es de Frazer Irving, completamente prendido fuego, en el que es –por ahora- el mejor trabajo de su carrera. Cuando se limita a dibujar y entintar, Irving es un monstruo , un virtuoso, un distinto. Acá además lo dejaron colorear sus propios dibujos y lo que hizo el británico fue absolutamente devastador. Me cuesta recordar tres números al hilo de una ongoing de DC dibujados a ese nivel. La paleta, los engamados, los efectos, todo estalla en un festival para tus retinas y además se complementa perfectamente con lo que hace Irving en caras, cuerpos y fondos. Morrison juega en base a Irving: se nota que le pide menos viñetas por página que a otros dibujantes, simplemente para que esta bestia se pueda lucir un poquito más.
Irving se hace cargo también de algunas páginas del episodio final de Morrison en esta serie, que en vez de 22 páginas tiene 32. Acá el escocés cierra el plot del Professor Pyg, el del Dr. Hurtt (por ahí un poquito apresurado, si pensamos que lo desarrolló durante años, paso a paso, misterio a misterio) y nos trae de vuelta a Bruce disfrazado de murciélago, después de ese viaje en el tiempo que tan gentilmente le pagara Darkseid. Ah, y ya que estamos, en las dos últimas páginas Morrison presenta su nuevo upgrade a la mitología batmaniana: Batman Inc., una idea que a mí me parece sumamente pelotuda, aunque las masas la amaron. Las páginas que no dibuja Irving se las reparten entre Chris Burnham y Cameron Stewart que –pobrecitos- al lado de Irving parecen aficionados.
Ahora, das vuelta la página y de nuevo parecen grossos. ¿Qué digo grossos? Dioses del dibujo! ¿Por qué? Porque este TPB termina con un especial llamado “Batman: The Return”, 30 páginas dibujadas por el abominable e infumable David Finch, un tipo al que una parte del fandom yanki venera y al que los editores le viven dando laburos grossos a pesar de su imposibilidad de dibujar 20 páginas por mes y de su –a mi juicio evidente- falta de idoneidad. Aún con menos errores de narrativa que en otros trabajos, el dibujo de Finch es horrendo, oscuro al pedo, repleto de rayitas que no aportan nada, con fotos en vez de fondos, caras horrendas, poses y músculos imposibles... Un asco.
En estas 30 páginas, Morrison no se calienta demasiado en avanzar ningún plot. Bruce, con sus habituales modales autoritarios, pone orden en su tropa, convence a Dick de que ambos pueden seguir siendo Batman, nos muestra sus nuevos tecno-chiches desarrollados por Lucius Fox, y el resto... una machaca sin ton ni son contra un villano musulmán que reaparecerá en Batman Inc. De hecho es más un número cero de Batman Inc. que el cierre de Batman & Robin. Que en realidad no cierra, sino que sigue adelante con Dick y Damian como Dúo Dinámico, hasta el momento del infausto reboot. Pero claro, sin Morrison al frente, me interesa menos que las peleas de las vedetongas con las que la tele nos lobotomiza verano tras verano.
Festejen, muchachos. Volvió Bruce, que es a quien la mayoría quiere ver de protagonista en las series de Batman. Yo pertenezco a la minoría (a los cuatro ebrios) que estamos asqueados de Bruce. Tanto que no me engancharon ni con Morrison para leer Batman Inc.. Me queda por explorar lo de Scott Snyder en Detective, antes del reboot. Y aunque eso sea grosso, ahí bajo la persiana. No más Batman con Bruce Wayne debajo de la capucha. En estos tres TPBs, Grant Morrison demostró que se puede, que con Dick Grayson la cosa también funciona. Fueron sólo 16 episodios, pero difíciles de olvidar.

lunes, 14 de enero de 2013

14/ 01: LA LECTURA DE LAS RUINAS

Hora de reencontrarme con el maestro Pierre-François Beauchard, mucho más conocido como David B., para una nueva aventura repleta de belleza y de ideas delirantes, dignas de la Doom Patrol de Grant Morrison.
La bomba de sueños, el alambre viviente, los hombres de fécula y el lenguaje de las ruinas, una escritura que se devora a sí misma y que no construye palabras sino cadáveres, son algunos de los conceptos maravillosamente limados que David B. introduce para darle vuelo poético y tintes oníricos a una típica historia de espionaje ambientada en el fragor del combate de la Primera Guerra Mundial. No quiero contar mucho acerca de esta novela. Esto es demasiado bueno, hay que verlo para creerlo.
El protagonista, Jan Van Meer, es un poquito plano, le falta un toquecito de onda. Todo lo demás es una avalancha de onda. David B. pela un puñado de personajes increíbles, bien trabajados, enigmáticos, profundos, con la habilidad de tirar frases alucinantes sin que suenen forzadas. Los hace crecer de modo impredecible al calor de las batallas y los bombardeos, trepar como enredaderas por ese bosque siniestro que crece en las afueras de Londres, por esos campos de Francia minados y tajeados por las trincheras, y a donde quiera que aparecen los persigue el misterio del genial ingeniero Hellequin y la violencia de una guerra que no da tregua. Por momentos también el amor, la corrupción y el sacrificio.
La Lectura de las Ruinas es una novela gráfica bastante extensa para los standards franceses (76 páginas), lo que le permite al autor dosficar muy bien la información y sobre todo mechar muy buenas escenas tranqui entre las escenas de acción, que son unas cuantas, porque a lo largo de la historia pasan muchas cosas y casi todas se resuelven de modo físico, a veces bastante truculento. También gracias a la extensión de la obra, David B., además de fumarse páginas de 9 cuadros, se puede dar el lujo de mechar páginas de 4 cuadros, para descomprimir un poco.
De todos modos, esta bestia no espera a la página de pocas viñetas, o a la viñeta extra-large rodeada de viñetas chiquitas para zarparse con el dibujo. El dibujo es impresionante de punta a punta, no hay una sóla viñeta en la que David B. ponga menos que lo mejor que puede dar. Con su claroscuro extremo, sumamente expresionista, y su estilización de absolutamente todo el universo gráfico que recorre la novela, el autor conjura imágenes potentes, dinámicas, de gran belleza plástica y por momentos muchísimo vuelo. Los colores son planos y siempre ajustados tanto a los climas que plantea el guión como a los trucos de iluminación que sugiere el dibujo. Una labor realmente extraordinaria.
Y la reseña va a quedar corta, porque no quiero contar nada más del argumento ni de la dinámica entre los personajes. Ojalá este texto te genere el 1% de la intriga que me generó a mí la lectura de este libro. Y ojalá lo leas y lo disfrutes tanto como yo. David B. tomó los mejores relatos bélicos de Hugo Pratt y Jacques Tardi, los mezcló con un poquito de Grant Morrison, más algún menjunje secreto que sólo él conoce, y batió. De ahí salió una joya fundamental para cualquier fan del comic. La lectura de La Lectura de las Ruinas es un placer del que no te podés privar.

domingo, 13 de enero de 2013

13/ 01: THE BEST OF THE THREE STOOGES Vol.1

Entre muchas otras películas, en 2012 se estrenó una de los Tres Chiflados, que por supuesto no vi. Para coincidir con ese estreno, Papercutz (el sello “para todo público” de NBM) reeditó en un lujoso libro varias historietas de los Stooges originalmente publicadas entre 1953 y 1961, o ´62. Jamás se me hubiese pasado por la cabeza leer este material, pero un amigo (Diego Jourdan, gran dibujante y autor de la portada del libro) me lo mandó de regalo y así fue como cayó a mi pilón de lecturas.
La verdad que lo que más me interesó fue la biografía de Norman Maurer, autor de los tres primeros comic-books que trae el broli: el tipo era dibujante, socio de Joe Kubert, y a raíz de que la editorial St. John lo puso a dibujar estas historietas, el tipo conoció a los Tres Chiflados, se puso de novio con la hija de Moe y se casó con ella. Y no sólo eso: años más tarde se convirtió en el manager del trío y hasta llegó a producir y dirigir algunas de sus películas, ya de la última (y bastante patética) etapa. Una historia realmente increíble.
Como historietista, Maurer es un Bill Elder de la B Metropolitana, o un Sheldon Mayer de la B Nacional. Correcto, esmerado, pero para nada genial. Sus aventuras, protagonizadas por Moe, Larry y Shemp, nos muestran a los Chiflados como tres tarados con mucha suerte. En todas ellas aparece un personaje al que Maurer labura muchísimo: el avechuchesco Benedict Bogus, que urdirá planes para estafar a los Chiflados y quedarse con guita o propiedades. La suerte y las casualidades más improbables jugarán siempre para los Chiflados y Bogus terminará siempre tan pobre como empezó. Esa es la dinámica que movilizará a estas historietas, que lamentablemente están reproducidas de revistas impresas en los ´50, con el color, la tipografía y los puntos de impresión de aquella época. Esto mismo, laburado a partir de mejores materiales de reproducción, seguramente se vería bastante más lindo, y hasta más moderno.
Lo más flojo de esta mitad del tomo son las breves historietas de Lil Stooge, un nene cualquiera, sin ninguna conexión con los Chiflados, que vive mini-aventuras no muy distintas de las de Tubby, el amigo de Little Lulu, ambientadas en un barrio cualquiera de EEUU. No sé por qué Maurer firma estas historietas con pseudónimo, porque los dibujos son iguales o mejores que los de las historietas de los Stooges. Será por lo intrascendente de los guiones, digo yo...
La segunda mitad del tomo ofrece tres comic-books de principios de los ´60, cuando los derechos de la franquicia los tiene la editorial Dell y cuando el trío –ya en decadencia- está integrado por Moe, Larry (ya veteranos, bastante baqueteados) y Curly Joe. Es la época en la que los Chiflados se dedican a hacer largometrajes y shows en vivo, mientras en la tele se emiten una y otra vez los 190 mediometrajes en blanco y negro que originalmente se proyectaban en los cines. Guiados por un autor bastante mediocre llamado Pete Alvarado, los Chiflados del comic trataban de hacer lo que los de carne y hueso ya no podían hacer por estar viejos y chotos: guerra de pasteles, guerra de manguerazos disfrazados de bomberos, luchas con boxeadores pulentosos, gorilas y osos, gente que atraviesa vidrios y los hace añicos... todas cosas que eran moneda corriente en los cortos con Curly (y por ahí con Shemp) y después se dejaron de ver. Por supuesto, además de ser viejos y remanidos, los chistes no tienen la misma gracia dibujados que actuados por gente de carne y hueso. Y tampoco ayuda el dibujo de Alvarado, chato, obvio, falto de imaginación. Estas historietas también están levantadas de publicaciones de la época, pero aparecen mucho mejor impresas, más limpitas, más nítidas que las de Norman Maurer.
La excelente calidad de la edición de Papercutz, las tapas duras, el papel de primera, incluso los muy buenos dibujos de Maurer, no alcanzan para ocultar lo evidente: estas son historietas pensadas para ser vendidas como merchandising de los Tres Chiflados a pendejitos con bajísimo nivel de exigencia, que caían al kiosco muy cebados por las desopilantes animaladas que les veían hacer en la tele (o el cine) a estos íconos del humor del Siglo XX. Leídas en frío, y más de 50 años tarde, no es mucho lo que te pueden aportar.

sábado, 12 de enero de 2013

12/ 01: DMZ Vol.12

Y bueno, aguanté lo más que pude y acá estoy, en la despedida de una serie que nos acompañó desde Enero de 2010 (el Vol.1 lo reseñé aquel binario 11/01/10, hace justo tres años) y de la que vimos desfilar los 12 tomos que la componen.
El giro con el que terminaba el Vol.11 era tan zarpado, tan definitivo, que el Vol.12 corría el riesgo de ser totalmente anticlimático, o de tener que raspar el fondo del tarro en busca de algún conflicto (obviamente menor) que le diera aire a la trama durante 120 páginas más. Y sin embargo, Brian Wood tenía guardado un as bajo la manga, una última carta shockeante, impredecible, de enorme impacto para los lectores fieles a esta serie y la juega 40 páginas antes del final, cuando uno ya se había convencido de que no quedaban más sacudones para pegarle a Matty Roth y a la castigada ciudad de Manhattan.
Hasta que llega ese último golpe de timón, el tomo arranca en una onda más descriptiva que narrativa. Además de pasarse alguna vieja factura, Matty y Zee recorren los barrios de la ciudad para ver cómo se va reconstruyendo lo que hasta unos días antes fue un cruento campo de batalla. La vuelta de la paz trae la vuelta de la política, de la economía, del consumo, y obviamente de los avechuchos que quieren sacar tajada de este “barajar y dar de nuevo” y empezar la nueva etapa con prevendas y privilegios muy por encima de los de la gente común. Como no tiene espacio, Wood no explota los conflictos que este nuevo orden político puede llegar a generar. Se conforma con mostrarlos.
Aquel magnífico unitario protagonizado por Zee con el que cerraba el Vol.11 acá resulta ser central. De pronto, Matty tiene a su disposición todas sus crónicas de la DMZ, todo lo que grabó, filmó y escribió en los seis años en los que corrió como un boludo de acá para allá tratando de llegar vivo al final de la guerra civil. Ahí hay material de primera mano, data posta, filosa y dura de refutar, que a Matty le debería servir para zafar de... lo que sucede en ese último volantazo que Wood se reserva para el final. Y no. Esta vez, el periodista prefiere pagar todo más caro de lo que le corresponde y bancarse lo que venga. Perdón por ser tan ambiguo, pero no quiero spoilear. El compromiso de Matty con la verdad, con lo que realmente sucedió en Nueva York durante la DMZ, resurge en el epílogo, con un combo devastador entre fuerza dramática y vuelo poético, que pone al final de la serie muy, muy arriba. Si leíste DMZ desde el principio, o si sos fan de la ciudad de Nueva York, es difícil no emocionarse con esas 20 páginas con las que Wood cierra la que –hasta ahora- es su obra maestra.
Como no podía ser de otra manera, estos seis últimos episodios los dibuja íntegros el italiano Riccardo Burchielli, el titular de la serie. Con menos fondos que de costumbre, con miles y miles de primeros planos, con la referencia fotográfica muy bien integrada al grafismo en esas inmensas splash pages, Burchielli dice presente de punta a punta de este arco final. Esta vez no hay tiros, ni acción, ni un mísero cachetazo, y aún así el tano le pone emoción a lo que cuenta, en ese estilo que por momentos parece una amalgama dark entre John Romita Jr. y Scott McDaniel. Sin buscar nunca el lucimiento, Burchielli evolucionó muchísimo con el correr de estos 72 episodios y se fue de DMZ no sé si elevado al status de estrella, pero sí con la chapa de dibujante eficiente, sólido y que se compromete a full con lo que le dan para narrar.
Con algún altibajo menor, DMZ fue una serie fundamental. Una distopía ambiciosa, audaz, que se animó a hablar de los militares, los políticos, los jueces, las empresas, los medios de comunicación y sobre todo del sufrimiento de la gente común cuando todos estos se miran el ombligo, o priorizan sus cuentas bancarias por sobre el bien de una nación. Lo peor de todo es que, a pesar de las alertas que enciende Brian Wood en este comic, la guerra sin cuartel entre los propios yankis y en su propio territorio todavía se ve posible. Lo mejor de todo es que, al margen de las especulaciones, nos quedan 12 libros tremendos, repletos de ideas potentes, personajes complejos y situaciones que nunca habíamos visto en ninguna otra historieta. DMZ es mucho más que una oda escrita por Wood a su querida Manhattan. También es un comic que te atrapa, te intriga, por momentos te caga a palos, te asfixia, te enfurece y al final te deja la maravillosa sensación de haber leído algo único, irrepetible y demoledor. Papa estremecedoramente fina.

viernes, 11 de enero de 2013

11/ 01: CARDAL

Se termina (por ahora, ya volverá) mi recorrida por el comic latinoamericano reciente y vuelvo a Uruguay donde –una vez más- hay que leer las historietas con los libros de historia muy a mano.
Es así: en el país vecino el Ministerio de Educación y Cultura otorga a los autores fondos para poder publicar sus obras, pero no es un “viva la pepa” en el que cualquiera publica lo que se le canta la chota. Para que el MEC premie tu proyecto, se tiene que ajustar a algunas pautas y entre ellas la más heavy es la que exige que las historietas se refieran a temáticas propias de Uruguay y estén ambientadas en ese ámbito geográfico. Se me ocurre que, si esto sigue así 15 ó 20 años más, o el MEC va a tener que derogar esa clásula, o los autores van a encontrar formas sumamente ingeniosas de gambetearla sin hacer trampa. Por ahora, todos hacen buena letra y buscan en la historia uruguaya (o proto-uruguaya, porque hay varias obras ambientadas antes de la independencia) sucesos interesantes que puedan convertirse en historietas fuertes, atractivas tanto para el fan del palo como para el lector ocasional.
En Cardal, el guionista Martín Betancor (que nunca antes había escrito guiones de historieta) nos interna en el día en que desembarcaron los ingleses en las afueras de Montevideo, allá por 1807, en sintonía con lo que fue la segunda invasión inglesa a Buenos Aires de ese mismo año. Y es raro, porque acá pierden los buenos. Eventualmente, estos fieles súbditos de la corona española lograrán repeler a los invasores británicos, pero al final de Cardal, el resultado favorece a los visitantes. Betancor elige narrar (en unas 60 páginas para nada sobrecargadas de viñetas ni de textos) sólo la primera parte de esta invasión, en la que las tropas inglesas logran tomar la ciudad de Montevideo, a pesar del intento de aguante de los locales. El resto, andá a buscarlo a los libros de historia, o quedate ahí, convencido de que Uruguay es colonia inglesa...
Como ya vimos en Bernardina Hacia la Tormenta, en Cardal el foco está puesto en un par de tipos normales que, en aquella noche de 1807, estaban haciendo lo mismo que cualquier otra noche de sus vidas, sólo que esta vez les tocó involucrarse en una batalla improvisada y desprolija para tratar de repeler una invasión. Me parece que este guión aventaja al de Bernardina... en la forma en que está dosificada la información que se le brinda al lector. Acá con poco, Betancor logra mucho. De hecho, los protagonistas “civiles” hablan menos y explicitan menos lo que les pasa y tampoco hace falta. Están definidos con lo mínimo y eso alcanza para que nos logren enganchar con la historia y nos encariñemos con ellos.
Por el lado del dibujo, Cardal no arriesga: cruza el charco y se trae de Buenos Aires nada menos que a Dante Ginevra, un dibujante todo-terreno al que no le asusta ningún género. Acá, después de muchos años, Ginevra vuelve al blanco y negro puro, crudo, sin tonalidades, ni grises, ni tramas mecánicas. Papel blanco, tinta negra y arreglate, flaco. Hay que ir muy para atrás en la bibliografía de Ginevra para encontrar otros trabajos realizados con esta limitación y así llegamos a Perfecto (con guión de Jok, editado por la Productora), que es la historieta con la que más puntos de contacto tiene la faz gráfica de Cardal. Lo único flojo son las escenas multitudinarias en las que el guión le pide a Ginevra mostrar una cincuentena de jinetes armados embistiendo contra otros 50, algo típico de guionistas neófitos. Ahí el dibujante resuelve de modo expeditivo, con un grafismo medio bestial, casi de palotes, pero a los pincelazos limpios. Esto es más o menos todo lo contrario de lo que hacía Cándido López. Un Cándido López del Mundo Bizarro.
A medida que los planos se van acercando, se ve a un Dante mil veces más aplicado, aunque siempre zarpado, dispuesto a jugar al límite entre la experimentación y el mamarracho. Así pela viñetas donde las pinceladas nos remiten a Alberto Breccia y otras que van más para el lado de (otros) pintores como Carlos Alonso o Juan Carlos Castagnino. Por cada viñeta en la que me lo imaginé a Dante puteando al guionista y diciendo “ma´sí, sale con fritas”, hay dos o tres en las que se nota la diversión, el placer, la pasión de este monstruo del dibujo que –de Perfecto para acá- no sólo no perdió la solvencia con el blanco y negro puro, sino que además incorporó una grosera cantidad de truquitos de narrativa que hacen que la historieta se vea bien y se lea mejor.
Si sos uruguayo o te interesa la historia de Uruguay, no te lo pierdas ni en pedo. Si sos fan de Dante Ginevra y lo querés ver jugar de visitante en un desafío jodido, tampoco. Cardal no es una joya imprescindible pero (en parte por su brevedad) se puede leer y disfrutar sin ningún inconveniente.