el blog de reseñas de Andrés Accorsi

lunes, 28 de febrero de 2011

28/ 02: PLANETARY Vol.4


Este comic tiene un sólo problema, bastante menor por cierto: Todo el protagonismo recae en un tipo extremadamente frío y calculador, el típico “yo me las sé todas y cuando vos te compraste el jean, yo ya lo hice bermudas”. Elijah Snow es grosso al estilo del Batman más grosso. El tipo siempre tiene el Plan B, C, D, E y varias estaciones del H. No hay forma de sorprenderlo ni de ganarle de mano, porque siempre va tres pasos adelante de todos los demás. Y bueno, por ahí esa clase de personajes te caen mal, o no te los aguantás 200 páginas. Pero si no te molesta leer acerca cómo el Guacho Estrategia le pasa el trapo a sus enemigos y eclipsa casi por completo a sus amigos, preparate porque este último tomo de Planetary es devastador.
Tal vez lo más notable de esta serie sea la generosidad de Warren Ellis a la hora de tirar ideas. Planetary siempre le escapó a la “Regla Preacher” de una idea por TPB. Al igual que en Global Frequency, el guionista desparramó (y hasta dilapidó) ideas espectaculares en todos los episodios, sin mezquinar ni estirar hasta el infinito para llenarte un TPB entero con cualquier huevada. Y esa consigna se mantiene hasta el final. Cada episodio es decisivo. Y si en alguno pasa poco, es porque Ellis lo usa para explicar mucho. Porque además, este es un comic que habla de la ficción que todos consumimos (no sólo superhéroes, también pulps, Matrix, Vertigo y hasta monstruos bizarros onda Godzilla) y como los protagonistas son arqueólogos, a todo le encuentran una explicación científica. Hasta tienen la sospecha de ser ellos mismos personajes de una ficción, pero la sostienen en términos científicos, no con visiones inducidas por el peyote como Animal Man.
Y lo que termina por primar es eso: una visión fría, seria si se quiere, de todo aquello que –cuando se nos aparece en una obra de ficción- rápidamente catalogamos como imposible o irreal. Para Snow y los suyos, todo es posible y todo tiene explicación. Como complemento (ganchero y atractivo como pocos) tenemos este enfrentamiento a muerte entre Snow, Jakita y Drummer por un lado y una versión brillantemente corrupta de los Fantastic Four por el otro. Sí, leíste bien. Acá los villanos son los Fantastic Four. O por lo menos los Fantastic Four de una de las tantas realidades posibles. La lucha contra The Four (como los llama Ellis) es el hilo conductor de toda la serie, lo que va más allá de cada aventura particular que viven “los buenos”. Que, como queda muy claro en este tomo, tampoco son tan buenos. Nadie duda de las buenas intenciones de Snow, pero los métodos… ma-mita! El tipo le miente a sus amigos, tortura a sus enemigos, rosquea con Dios y con el Diablo, manipula sin parar con tal de lograr lo que se propone y –como de última este no es un comic de héroes- todo le sale bien y Ellis lo “premia” con un final sumamente feliz.
¿Por qué esta serie de apenas 27 episodios (y un par de especiales) tardó 11 años en llegar a su fin? Porque la dibujó íntegra el impresionante John Cassaday. Y claro, la tuvo que interrumpir mil veces, cada vez que le caían laburos más rentables como Astonishing X-Men, Je Suis Legion, los diseños para la peli de Watchmen, o el capítulo de Dollhouse en el que debutó como director de televisión, entre muchos otros. Y siempre el que se fue al banco de suplentes fue Planetary. Pero la espera garpó con creces. El trabajo del “Facha” Cassaday en Planetary es demasiado bueno para ser real. El tipo tiene que dibujar varios géneros, un montón de locaciones (una más limada que la otra), muchísimos flashbacks a otras épocas, rediseñar a miles de personajes que todo el mundo conoce para que se note quiénes son sin infrigir los copyrights, comerse infinitas páginas de cabecitas que hablan… Multiplicá por diez los elogios que le prodigué cuando comentamos Astonishing X-Men y te vas a dar una idea de hasta qué punto lo que hizo acá el Facha te tira de ojete.
A todo esto, me olvidé de mencionar un detalle no menor: este es un comic ambientado en el universo WildStorm, o sea, parte del Multiverso DC. Y sí, tiene sutiles referencias a personajes y conceptos de Authority, WildCATs y otras series basadas en las creaciones de Jim Lee y sus esbirros. Por suerte son tan sutiles que si no las pescás, se disfruta todo igual. Brillante por donde se lo mire, Planetary es un comic que tenés que tener YA en tu biblioteca.

domingo, 27 de febrero de 2011

27/ 02: CHE GUEVARA (A MANGA BIOGRAPHY)


Durante su segundo siglo de existencia, la remota Argentina le regaló al mundo nada menos que cuatro mitos de alcance global: Gardel, Evita, Maradona y el que hoy nos ocupa. No está nada mal para un país periférico y con una población pequeña en relación a su territorio. La leyenda del doctor Ernesto Guevara, más conocido como el Che, recorrió el planeta y hoy nos llega recontada nada menos que por dos autores japoneses.
Este NO es el manhwa del cual Muñones publicó apenas un tercio hace ya muchos meses. Ese era un trabajo de casi 300 páginas y este tiene apenas 170. Y además era de autores coreanos. Acá, en cambio, se juntaron dos japoneses: el guión estuvo a cargo de Kiyoshi Konno, un coordinador y guionista especializado en sagas históricas ambientadas en las guerras del Siglo XX, mientras que el dibujo corrió por cuenta de Chie Shimano, una mangaka que debutara en 2003 y que luego cambiaría de rumbo para concentrarse en la ilustración de libros de texto y manuales sobre zoología.
Chie, querida: volvé a los manuales de zoología. Posta, el dibujo de esta chica es catastrófico. Un verdadero compendio de errores de principante, afanos descarados, tramas, texturas y líneas cinéticas mal aplicadas, narrativa muchas veces confusa… un desastre. Decí que es el Che Guevara y que es obvio que con un personaje así seguro vendés fortunas. Si no, no se explica cómo una editorial prestigiosa como Penguin publicó esto en EEUU. Chie Shimano cae en todos los lugares comunes, pisa todos los palitos, no hace una bien. Le salen lindas las caras de los nenes, es cierto, pero porque las afana de los artbooks del Estudio Ghibli. Y los primeros planos de las mujeres están calcados de los de Yukinobu Hoshino. Shimano trata de jugar al doble registro (fondos muy realistas y personajes más caricaturescos) y también le sale mal. Posta, no sabe ni copiar una foto. Su Fidel no se parece a Fidel, su JFK no se parece a JFK, su Camilo Cienfuegos tiene la misma cara que el Che… cualquiera, mal.
Menos mal que el guión de Konno está buenísimo. Sin romper la linealidad histórica, el tipo se las ingenia para mechar anécdotas personales del Che, contar la historia real, meter mucha data sobre el contexto político del mundo de aquellos años, apostar por escenas donde el texto le presta el protagonismo a la imagen (lo mal que hace, porque para eso necesitás la complicidad de un buen dibujante y Konno no la tiene) y hasta intercalar extractos de cartas y textos escritos por el propio Guevara, sin que el ritmo del relato se entorpezca ni se estanque. Konno hizo los deberes y se metió a fondo con el personaje. Le sacó la ficha, lo entendió y logró transmitir en la historieta no sólo lo que el Che hizo, sino también sus motivaciones, sus convicciones y hasta sus dudas.
El resultado es un manga que –si te olvidás de lo mal dibujado que está- te va a atrapar por completo, porque te va a mostrar de un modo ágil y atractivo una vida apasionante, 100% irrepetible como fue la del Che. Y además no te va a mostrar a un santo, ni a un prócer, sino a un tipo de carne y hueso con defectos y virtudes, con éxitos y fracasos. Si bien parece comulgar con los principios éticos y políticos de Guevara, Konno no confunde biografía con hagiografía. O para decirlo con palabras más simples, no le chupa las medias al personaje sobre el cual escribe. Si sos joven (o vivís en un tupper) y nunca estudiaste a esta figura seminal del Siglo XX, este manga es un buen punto de partida. Con el grosero problema de que Chie Shimano dibuja para el orto, pero bueno, no todas las biografías del Che las pueden dibujar Alberto y Enrique Breccia…

sábado, 26 de febrero de 2011

26/ 02: CUESTION DE TAMAÑO


Una de las señales más claras de que los editores de comics ya trabajan pensando en la librería como el ámbito primario para vender sus productos es el tamaño de los libros. El comic se quiere parecer a la literatura, no desde los contenidos (o no siempre desde los contenidos), sino más bien desde el soporte, desde la forma/ formato en que se publica.
Por el lado de EEUU, está en retroceso el clásico formato comic-book, el de 25,5 x 17 cm. Marvel y DC todavía lo bancan a muerte, pero en las otras editoriales yankis, ganan terreno todos los días los formatos más chicos, más cercanos al de las novelas no-gráficas. El que más se repite es 23 x 15 cm, pero hay muchos. En España, el otro país donde más notable fue el viraje al circuito de librerías a partir de 2000, pasa algo similar. Norma sigue aferrada al formato grande, de típico “álbum europeo” (29,5 x 22, o el más lujoso 30 x 23) y a veces se zarpa y publica algunas obras (las de Enki Bilal, por ejemplo) en un tamaño aún más grande. El resto de los editores busca por el lado de los formatos más chicos y casi siempre cae en el excelente 17 x 24, todavía un poco grande para mezclarse entre las novelas no-gráficas, pero óptimo para leer historietas.
Lo de Norma no responde a un capricho, ni a una vocación de inmolarse yendo contra los molinos de viento. Lo que hace la editorial catalana es respetar a rajatabla el formato en el que el comic europeo se publica en su principal mercado, que es el franco-belga. Ahí, la historieta coexiste desde siempre con la literatura en las librerías, y el comic no necesita “disfrazarse” de libro para entrar, lograr una buena exhibición y captar al lector al que apunta. El lector franco-belga sabe perfectamente que la historieta viene en libros más grandes que la literatura y los compra de una, donde haya que comprarlos. Incluso en los supermercados.
Donde sí se le nota a los editores franco-belgas una sana intención de mimetizarse con el resto de la industria del libro es en los integrales. Los integrales (hoy muy de moda) son reediciones de los típicos “álbumes europeos”, pero de a tres o más. Empezaron publcando integrales de las series largas (Astérix, Thorgal, Valérian, XIII, Lucky Luke, Blueberry, etc.) y hoy se publican integrales de cualquier serie que tenga más de tres tomos. Esto responde a la demanda del público de librerías, menos acostumbrado a la serie, a tener que buscar de a uno los episodios para completar la colección. Este lector quiere la fácil: un sólo tomo (o los menos posibles) con la saga completa, y a otra cosa. Los editores les dan el gusto y los integrales venden fortunas. Incluso a veces salen en blanco y negro, o en formatos más pequeños y más económicos. No importa, se venden igual.
Esta tendencia a reeditar las obras en la menor cantidad posible de tomos empezó a pegar fuerte también en EEUU, obviamente con los Essentials y Showcases, pero también con los Omnibus, los Absolute y los mega-TPBs a los que Marvel llama “Ultimate Collection”. En distintos tamaños y calidades, estos recopilatorios reúnen en pocos tomos lo que antes se publicó en varios TPBs, y que casi siempre se originó en los comic-books. La misma historieta pasa en pocos años de publicarse en entregas de 20 ó 22 páginas a aparecer en tomos de más de 300 ó 400 páginas, obviamente pensados para otro tipo de consumidor. Un consumidor que no comparte la “mentalidad coleccionista”, sino que quiere comprar de un saque las obras completas, como cuando te comprás una novela de esas grossas, de 600 páginas. Sabés que te van a costar un ojo de la cara, pero te llevás una bestialidad de páginas y –lo más importante- no tenés que volver al mes siguiente a la librería a preguntar si salió la continuación.
Por suerte hay público para todo. Además de este consumidor de “obras completas”, sigue existiendo (y supongo que existirá muchos años más) el que quiere leer Scalped todos los meses en dosis de 20 páginas, o el que se tira de cabeza sobre cada tomo nuevo de El Escorpión, para leer otras 46 páginas y esperar un año (o más) para las próximas 46. Lo cual no es tan descabellado si pensamos que hay gente que mira las series de TV el día que se estrenan, en episodios de 50 minutos cortados con publicidad, en vez de esperar a que se editen las cajas de DVDs que reúnen las temporadas completas…

viernes, 25 de febrero de 2011

25/ 02: MUSEUM OF TERROR Vol.2


Wow! Qué jodido es esto! Entre el primer y el segundo tomo, no sólo mejoró notablemente el dibujo de Junji Ito; también se le terminó de limar el cerebro y acá nos embiste con unas ideas tan pasadas de rosca que ya parecen más de Hideshi Hino que de Kazuo Umezu. Ito llega a ese nivel de virulencia en el que, más que miedo, las historias causan gracia por lo extremo, lo grotesco, lo escabroso más allá de la repulsión.
Pero primero admiremos un cachito el dibujo. En el primer tomo, Ito era un principante, muy torpe en las historias con las que abría la saga de Tomie (que de eso se trata, aunque los yankis le hayan puesto ese título frutihortícola), y para el final arrimaba a un nivel muy digno, aunque no muy original. Acá avanza a pasos agigantados y para el final de este tomo tenemos a un dibujante devastador, al que es un placer indescriptible mirar y estudiar. Las minitas le salen más lindas que a Manara, las páginas están mejor balanceadas, pela más recursos mejor usados a la hora de poner grises, texturas y líneas cinéticas; y aún así tiene esa frescura, esa cosa fluída, como de tipo que improvisa, que busca, que no repite un libreto aprendido de memoria. De las 11 historietas, la mejor dibujada es la octava (Gathering), donde Ito deja la vida en cada viñeta repleta de personajes fuera de control, pero la verdad es que todas están buenísimas y ya no hay prácticamente pifias ni errores de los que vimos en el primer tomo. Muy grosso.
Y claro, además Ito usa todo este arsenal para darnos cuiqui, para pegarnos un julepe (como decíamos en los ´70), para crear climas que nos hagan fruncir un poquito el ojete. A veces, decía, las ideas son tan descabelladas, tan zarpadas, que en vez de miedo te causan risa. Pero la construcción de los climas tensos está, funciona y por momentos es exasperante, como en la tercera historia (Adopted Daughter), la de la mansión donde viven los viejitos que torturan chicas. Esa y la quinta (Boy) son de lo más tremendo que leí en mi vida, con escenas más perturbadoras que bajarte una porno y descubrir que la protagonista es tu vieja.
La sexta historia recupera a un personaje secundario del primer tomo (uno de los que sobrevivió milagrosamente a su encuento con Tomie) y lleva el delirio a niveles alucinantes. Acá, el poder de Tomie de replicarse a partir de cada pedacito de su cuerpo pega una vuelta increíble y no podés parar de reirte de lo excesivo del planteo argumental. Y también hay que destacar las tres últimas historias del tomo, que componen una trilogía también muy limada: Tres réplicas de Tomie se enfrentan entre sí y manipulan a otros personajes para que maten a sus rivales. El episodio del medio parece no tener nada que ver, pero sobre el final Ito conecta de modo magistral esta historia (brillantemente maligna) con la trama central de la anterior y la siguiente. Un cierre a todo lujo para un tomo de escalofriante belleza.
Qué loco que esto sea virtualmente desconocido en Argentina, donde los cines se llenan cada vez que se estrenan películas de terror medio salvajes. Tomie tiene mutaciones asquerosas, descuartizamientos, mutilaciones, torturas, gente que apuñala gente, gente que se prende fuego, un erotismo insinuado pero no por eso menos hot, una crítica sutil al culto desmesurado a la belleza… y todo dibujado muy, pero muy bien. Ni siquiera tiene grandes pretensiones, ni un vuelo sofisticado, como para que los editores (especialistas en subestimarnos) crean que ”la gilada no lo va a entender”. Esta vez, esa excusa no corre. ¿Qué será, entonces, lo que impide que el lector argento vibre al ritmo de las truculentas muertes y las grotescas resurrecciones de Tomie? ¿Alguna idea, de aquel lado de la pantalla?

jueves, 24 de febrero de 2011

24/ 02: NORTHLANDERS Vol.4


Nunca vi el Vol.3 de Northlanders. Ni sé qué tiene adentro. Pero, como cada saga es autoconclusiva e independiente de las demás, ni bien se anunció el Vol.4 me lo pedí, cebado en parte por la presencia al frente del dibujo de Leandro Fernández, rosarino de ley y con mucho buen comic a sus espaldas. Creo que de todo lo que hizo para EEUU lo único que no me emocionó fue lo de Hulk, y en buena medida porque el guión era choto y venía firmado por un autor (Bruce Jones) que hasta ese momento estaba dando cátedra en la serie del gigante gamma. Acá Leandro la vuelve a romper. Recupera mucho de su estilo original, más cercano al de Marcelo Frusín, y le suma una sana influencia de otro ídolo, Michael Lark. Queda poco de aquel Leandro más personal y más arriesgado que disfrutamos a lo bestia en Queen & Country (donde le tocó darle vida a algunos de los mejores guiones de la carrera de Greg Rucka). Esto, al ser a color, para una editorial más careta y en un título con una propuesta a primera vista más clásica, requería otro enfoque.
Por suerte la versatilidad de Leandro le permitió no sólo salir adelante, sino pelar un trabajo absolutamente consagratorio. Lo que dibuja el rosarino en estas 180 páginas sobra para ponerlo en la lista de los cracks, de los tipos a los que todo editor quiere tener en alguno de los proyectos que coordina. Escenas multitudinarias, momentos intimistas, secuencias mudas, secuencias repletas de texto, paisajes extremos, violencia más extrema todavía, una cuidada ambientación histórica (estamos en una aldea a orillas del Volga en el año 1020) y un montón de personajes cada uno con sus rasgos y hasta sus movimientos perfectamente diferenciados, todo brota con categoría de los lápices y las tintas de Leandro y contribuye a ponerle emoción y garra a un guión tremendo.
Lo que te hace sufrir Brian Wood en esta historia no tiene nombre. Como en los peores arcos de DMZ, Wood te agarra de los huevos y te los aprieta cada vez más, hasta que llores sangre. Enseguida te identificás con Hilda, la protagonista, y a través de sus ojos te convertís en testigo y víctima de tantas atrocidades que cuesta juntar fuerzas para seguir leyendo hasta el final. Para la página 120, cualquiera que tenga corazón está pidiéndole la hora al réferi, dispuesto a suplicarle al guionista que se apiade un cachito de esta pobre mina y de su hijita. Pero el guacho le tiene guardados más sufrimientos, humillaciones y padeceres y ya para las últimas páginas te querés meter vos en la historieta (como la minita del video de A-ha) para darle una mano a Hilda.
No sé si Wood quiso transmitir algún mensaje con esta saga, pero a mí me sirvió para aprender algo: No lloremos por huevadas. ¿En invierno te cagás de frío? No mariconees, estos vikingos del 1020 se cagaban mil veces más de frío. ¿A veces te quedás con hambre? Estos tipos se cagaban de hambre siete meses al año. ¿Te jode engriparte o contagiarte algún virus? En el año 1020 aparecían día por medio plagas devastadoras que se cargaban a miles y miles de personas y nadie tenía la más puta idea de qué hacer para frenarlas. ¿Te molesta un cierto grado de autoritarismo en la cana, en el gobierno, o en las autoridades con las que tratás a diario? En una aldea como la de Hilda te podía tocar un hijo, nieto y bisnieto de puta como Gunborg y te lo tenías que fumar, o huir al bosque a morirte de frío y que te morfen los lobos. O sea, agradezcamos por lo que tenemos y no nos quejemos por giladas.
The Plague Widow (que así se llama este extenso arco argumental) está un cachito estirado, es cierto, pero igual te mantiene al filo de la silla, hipnotizado por la intensidad del relato, la humanidad de los personajes y la crueldad de los giros argumentales con los que Wood castiga a buenos y malos por igual. Un comic fuerte, que desafía tu aguante pero te premia con secuencias memorables, mucha data sobre una cultura histórica y geográficamente remota y unos dibujos inspiradísimos de un monstruo argento injustamente poco conocido en estas pampas. Papa muy fina.

miércoles, 23 de febrero de 2011

23/ 02: RUN, BONG-GU, RUN!


Hora de sacudir preconceptos chotos. ¿Te acordás de Baljak, Archlord, Maje, War Angels y esos manhwas bastante patéticos que nos infligieron hace unos años tanto Ivrea como Muñones? Bueno, tengo una buena noticia: eso no es TODO el manhwa, sino un pedacito. Por afuera de esos pantanos del oprobio, florecen las obras de un montón de autores y autoras abocados a historietas mucho más personales, en general de temáticas realistas y con estilos gráficos mucho menos pegados a los hitazos del manga y los videogames japoneses.
Si –como yo- te ponés a bucear entre esos autores, seguro te va a llamar rápidamente la atención Byun Byung-Jun, tal vez el más virtuoso de la segunda camada de lo que podemos llamar “manhwa de autor”. Byung-Jun es un dibujante completo y exquisito, con un ojo increíble para los detalles. Puede pasar como si nada de un dibujo simple, caricaturesco, a una ilustración zarpada de rostros o paisajes, sin nada que envidiarle a los grandes pintores impresionistas del Siglo XIX. Su paleta de colores y su manejo de los climas están más allá de cualquier intento de descripción. Además tiene un talento nato para variar los planos y para darle carnadura y credibilidad a los personajes. Y lo más importante: no es un clon, ni de los autores japoneses, ni de los maestros de Occidente. Tiene algunas cositas que lo emparentan con Taiyo Matsumoto, es cierto, pero le sobra personalidad.
Por suerte, y aunque sea tímidamente, las obras de este autor que debutara profesionalmente en 1999 se están empezando a ver fuera de Corea. Run, Bong-Gu, Run! es su tercer libro, publicado originalmente en 2003 y donde se empieza a manifestar con claridad el estilo propio del autor, que venía de realizar historias cortas en tono de comedia y una serie larga, más aventurera, más dramática y casi sin humor. Acá recupera el tono intimista, la onda de las historias chiquitas, reales, centradas en gente común y conserva un cachito de humor; el suficiente para que una historia en principio triste, logre gambetear con éxito al golpe bajo y llegar a un final feliz, que si lo leés con mala leche puede resultar un poco naïf, y si le ponés onda puede resultar un conmovedor canto a la esperanza.
La historia –repito- es chiquita, de pequeñísimo alcance, una anécdota casi, que afecta las vidas de cinco personas en una ciudad (Seúl) llena hasta las pelotas de gente a la que no le importa en lo más mínimo lo que le pasa a los personajes. Para que el planteo argumental se sostenga a lo largo de 92 páginas sin aburrir, hay que ponerle mucha onda, y la verdad es que a Byun Byung-Jun le sobra onda. Rápidamente logra que te encariñes con los personajes, los define con precisión y profundidad en un par de escenas, y una vez que te tiene enganchado, pela dos de sus mejores armas: el manejo de los climas, pausas, silencios, miradas; y su magia indescriptible para plasmar en el papel los paisajes urbanos que vemos todos los días, y hacernos sentir una sensación de maravilla, de que estamos viendo algo fascinante, con vida propia, con todo por descubrir. La primera escena, la del viejito mangueando monedas en el subte, la vimos todos mil veces con nuestros propios ojos. ¿Cómo hace este guacho para que -vista a través de sus dibujos- nos impacte, nos emocione y nos haga meternos en la historia? Ni idea, pero lo logra.
Run, Bong-Gu, Run! no es para cualquier lector. Visualmente sí, es a prueba de balas. Cualquiera con ojos se va a volver loco con el dibujo de Byung-Jun. Pero a nivel guión, tenés que sintonizar con las historias intimistas, los climas melancólicos, los ritmos pausados y las resoluciones en las que los personajes, que tenían todo para perder, encuentran la rendijita por la que se filtra una nueva oportunidad de tener una vida más o menos feliz. O sea, si venís a full con la onda cínico-malalechística y creés que Eric Cartman es el mejor personaje de ficción de todos los tiempos, mejor seguí de largo.

martes, 22 de febrero de 2011

22/ 02: FURY


Estamos en 2001 y empieza a tomar forma la Tercera Era Dorada de Marvel, de la mano de Joe Quesada y Bill Jemas. Uno de los hallazgos de ese momento es el sello MAX, un espacio para jugar con los personajes de siempre, pero apuntados al público adulto. Y no, el resultado no fueron comics de superhéroes con tetas y puteadas, sino unas cuantas historietas muy notables.
La que hoy nos ocupa tiene un sólo problema: la extensión. No era una historia para seis comic-books. En una novela gráfica de 96 se podría haber contado lo mismo, de modo más efectivo. Pero el guión es de Garth Ennis y la especialidad de Ennis es estirar. Estira lindo, con buenos diálogos, con escenas de desarrollo de personajes que están muy bien, y por supuesto, con su habitual culto a la violencia, los chumbos y la mala leche. En realidad, Fury es un comic contra la violencia, un alegato, una advertencia. Ennis se mete en la psiquis de Nick Fury y nos muestra un lado siniestro del longevo capo de SHIELD: terminada la Guerra Fría (y cuando todavía los fundamentalistas islámicos no eran el Nuevo Enemigo), el tipo se siente vacío y llega al punto de añorar los años de operaciones encubiertas, guerras sucias y aprietes a los espías contrarios para que revelen data top secret. ¿Puede un tipo que evitó miles de guerras enamorarse de la guerra? Eso es lo que se propone responder Ennis.
También, ya que está, baja una línea muy interesante acerca de la geopolítica del Siglo XX, explica las relaciones entre la O.N.U. y los gobiernos de los países centrales y las relaciones entre estos y sus respectivos servicios de inteligencia. Por supuesto, todo salpicado con una orgía de sangre, gore, torturas y atrocidades varias, en su mayoría cometidas por el villano (el ruso Rudi Gagarin), pero también algunas perpetradas por Fury y “los buenos”. Ennis le saca un enorme provecho al sello MAX: nada de lo que pasa acá podría pasar en un típico comic de superhéroes. No sólo porque estos intervendrían y desactivarían en segundos (y sin derramar una gota de sangre) el conflicto que intentar detonar Gagarin. El nivel de salvajada que se muestra en esta obra es sólo para el lector muy curtido, con mucho estómago. No son nada más los chistes groseros, la temática política o el abuso de la palabra “fuck”. Acá el héroe estrangula al villano con los intestinos de este último, expuestos gracias a un certero cuchillazo en el vientre.
Y por ahí lo más flojo es el intento de insertar un tercer género en la historia: Espionaje y bélico juntos se llevan bastante bien, pero cuando Ennis quiere meter comedia, cae o bien en un grotesco muy revulsivo (Fuckface, un guiño a Arseface) o en una boludez que casi no causa gracia (el personaje de Wendell). En Punisher, el chiste de meter elementos cómicos le salió bastante mejor que acá.
Para dibujar esta animalada, Ennis contó con un grosso al que no le cuesta para nada derrapar hacia el grotesco: Darrick Robertson tiene momentos de mucho realismo (con caras de Fury copiadas de fotos de Clint Eastwood), momentos mucho más caricaturescos y momentos (miles) totalmente desaforados, en los que potencia el impacto y el asco que nos tiene que generar todo este carnaval de los chumbos, las bombas, las torturas y las trompadas. Acá nace la dupla que luego se reunirá en Born y en The Boys y la verdad es que estos dos salvajes se entienden a la perfección. Sin ser un genio ni mucho menos (de hecho, tiene varios errores de anatomía), Robertson sabe acompañar al guionista: le pone onda a las escenas repletas de diálogos en las que nadie mueve un dedo y se zarpa más allá de lo descriptible en las escenas en las que estalla la violencia y vuela gente (y cachos de gente) por el aire. Bien Jimmy Palmiotti, también, que refuerza este laburo desde el entintado.
Fury no es una joya, ni un comic fundamental. Pero es un comic sólido, arriesgado, que se jugó a darle una vuelta de tuerca heavy y a la vez verosímil a un personaje de larguísima trayectoria, y que cumple con su cometido: arrancarte alguna sonrisa macabra y shockearte con un despliegue despiadado y visceral de muerte y violencia, cortesía de unos pocos hijos de puta para los cuales la guerra no significa tragedia, sino poder.

lunes, 21 de febrero de 2011

21/ 02: LILI FATALE


Hoy nos vamos en un trip bizarro a 1974, una época en la que el mundo estaba bastante convulsionado por la famosa Guerra Fría, pero además por la guerra de Vietnam y por la constante aparición de dictadores muy crueles (algunos incluso caníbales) en varias naciones africanas. En este contexto tenso, enrarecido, cualquier autor que se propusiera plantear con inteligencia un thriller de espionaje tenía un terreno sumamente fértil para explorar. Y si en vez de “cualquier autor” el que sale a la cancha es un genio, el resultado se puede ir al carajo y más allá. Claro, en 1974 nadie sabía que Gerard Lauzier era un genio, porque este fue su primer trabajo publicado. Tan raro, que ni siquiera se serializó previamente en ninguna publicación semanal o mensual. El tipo debutó directamente en un álbum, algo que hasta ya entrados los ´90 no volvería a ser normal. Por ende, nadie estaba preparado para Lili Fatale.
Lo primero que llama la atención es la complejidad de la trama que Lauzier logra urdir en 60 páginas. Y lo segundo, su capacidad de entrar y salir del género elegido una y otra vez. Básicamente, es una historia de espionaje, pero de pronto se cuelan la comedia costumbrista, el erotismo, y –cosa muy frecuente en el comic de los ´70- un alto componente de sátira política. Lili Fatale es la heroína, la grossa, una agente no muy secreta, famosa por su impecable desempeño en una y mil misiones a lo largo y a lo ancho del planeta. A lo largo de la novela tomará partido por una de las facciones que luchan por el poder en el país africano de Bobocaland y deberá enfrentarse a terroristas, a una tribu de nativos antropófagos que además la quieren enfiestar, a agentes de la CIA, la KGB y los servicios de inteligencia chinos, a un traidor infilitrado en su célula guerrillera e incluso a su propio marido que (en un giro 100% brillante y digno de Fontanarrosa) dirige una empresa que se dedica a buscar sponsors para los movimientos revolucionarios del Tercer Mundo.
Si bien hay mucha acción (mucha más que en el comic promedio de Lauzier) también se habla mucho. Y al haber muchas viñetas por página, mirado de lejos la proporción entre texto y dibujo asusta un poco. Si nunca leíste a Lauzier, claro. Si lo conocés, sabés que eso es normal en este autor y que igual se las ingenia para que el ritmo de la historia no pierda agilidad ni sorpresa. Acá incluso tiene varias secuencias mudas, varias de ellas magistrales. En lo que sí se pasa un poquito de rosca (y se lo perdonamos, por ser su primera historieta) es en la cantidad de personajes que entran y salen constantemente de escena. Para 60 páginas, son muchísimos y si no prestás mucha atención te pueden llegar a marear.
El dibujo de Lauzier es tan grosso como siempre. Cuando empezás tan arriba, no se te puede criticar si no se notan grandes mejoras en tus trabajos posteriores. Esto está realmente muy, muy bien dibujado. Y tiene un pequeño bonus que no veremos en las obras posteriores: en algunas viñetas ambientadas en la jungla, Lauzier se zarpa con dibujos hiper-realistas, seguramente basados en fotos, de animales y paisajes selváticos.
Lili Fatale se ríe de las convenciones del género de los espías, de las cruzadas colonialistas de los países centrales y sus poco creíbles justificaciones ideológicas, en un punto también del feminismo, del consumismo, de las religiones, de las costumbres sexuales de Occidente, de las intrigas palaciegas, de todo, bah. Política y negocios, acción y comedia, sexo y violencia, personajes complejos y tridimensionales, gran dibujo y gran guión. Magnífico puntapié inicial para la breve pero intensa carrera de Gerard Lauzier en el mundo de la historieta.

domingo, 20 de febrero de 2011

20/ 02: 100 BULLETS Vol.12


Aaaggghhh! Más de dos meses aguanté sin abalanzarme sobre este libro para ver cómo corno sigue la historia que me atrapó por completo y me dejó el cerebro en llamas! Una proeza digna de todos los superhéroes de todas las editoriales de la Golden Age para acá. Y cuando lo terminé quedé más caliente que antes, a apenas 12 episodios (un TPB) del final.
Acá la historia ya es una sóla y avanza en una única dirección. Los nuevos Minutemen reunidos por el agente Graves empezaron con la eliminación sistemática de las familias que componen al Trust y todavía no apareció nadie con un plan convincente para frenarlos. ¿Habrá tiempo para evitar una masacre? ¿Hará falta? ¿O lo que Graves nos vende como una cruzada épica y noble terminará por ser un bluff, o un apriete para rosquear en mejores condiciones? Por ahora, nada es negociable y la sangre corre a raudales, por lo menos del lado del Trust.
Una vez más, me impresiona el trabajo de Brian Azzarello. El tipo sigue poniendo TODO en el armado de personajes secundarios, con ínfima injerencia en la trama central. Vos decís “este tipo, tan bien desarrollado, al que en pocas secuencias le dan una onda infernal, seguro va a tener peso más adelante”. Pero enseguida te respondés “Pará, ¿qué más adelante, si esto está a milímetros de terminar?”. Y antes de que te pongas de acuerdo con vos mismo, llega la escena en la que ese personaje que tanto te enganchó recibe unos hermosos comprimidos de plomo que lo liquidan sin piedad, en el acto, y ya está. Con suerte, se lo volverá a nombrar, pero no va a aparecer más. Azzarello se da ese lujo: en la recta final, sigue construyendo personajes tercerones con el empeño que otros autores ponen para presentarte a los protagonistas, y ya que está te los boletea 15 páginas después, cuando ya les tomaste cariño, o te intrigaron como para buscar los tomos anteriores, a ver si es un personaje 100% nuevo, o alguien a quien el guionista está retomando, después de muchos capítulos en el freezer.
Esa crueldad es mínima al lado de otras crueldades que despliega este príncipe de la mala leche, que además sigue dando clase de virtuosismo, de cómo armar y ejecutar secuencias memorables. El mejor episodio del tomo es uno que narra dos historias en paralelo: por un lado una cena muy tensa entre Megan Dietrich, Augustus Medici y su hijo Benito; y por el otro una “aventura” de Lono que, por primera vez, nos lo muestra como un ser humano, como un tipo al que se lo puede vencer. Azzarello logra que estas dos secuencias -a priori inconexas- interactúen entre sí mediante un uso de los bloques de texto absolutamente brillante, digno del mejor Alan Moore. Como un juego de espejos, contrapone a víctimas y victimarios, traidores y traicionados, valientes y cobardes. Hay que ser MUY capo para que te salga bien una cosa así. El último episodio también se destaca, porque avanza bastante el plot del famoso cuadro que Cole Burns está intentando recuperar y termina con la muerte de uno de los personajes secundarios con más peso en la trama.
Todo esto, por supuesto, dibujado como los mega-dioses por Eduardo Risso, asesino serial del lápiz y la tinta que sigue sin mezquinar ni un ápice de su magia en el diseño de los personajes que se suman (estos nuevos, llenos de hallazgos pero con menos futuro que Miguel Del Sel en la política) y está siempre listo para dibujar la violencia de modo tremendo, impactante, jodido pero no revulsivo. Y los fondos… el laburo de Risso en los paisajes y las locaciones (que nos llevan por varias ciudades y pueblos de EEUU) es absolutamente devastador.
Con su ritmo descomprimido y su incesante acumulación de personajes y puntas argumentales, este hito del comic contemporáneo se acerca a su fin. A menos de 300 páginas de que baje el telón, los pocos que quedan vivos se preparan para definir quién será el ganador de esta guerra sucia que le cagó la vida a tanta gente ficticia, y se la alegró a tanta gente real. No creo que aguante más de una semana sin leer el último tomo.

sábado, 19 de febrero de 2011

19/ 02: EL REGRESO DEL COGA


Me quedaban por “pensar en voz alta” algunas puntas sugeridas por las respuestas y los comentarios de los lectores al tema del COGA.
Rodrigo López decía “yo no soy un COGA, y me resulta muy raro la gente que lee "de todo". Yo ya no leo casi nada de superhéroes… No le veo nada de malo a discriminar un poco. Seguramente me estoy perdiendo alguna historia buenísima de superhéroes por ahí, pero también si soy rockero me estoy perdiendo algún album grosso de country o algún concierto branderburgués de Bach...o no?”
El planteo es válido: vale discriminar y en un punto hasta es sano. Lo que no funciona es la analogía: El COGA y el rockero no se pueden comparar, simplemente porque el comic es un arte y el rock es un pedacito de un arte. Por ahí se puede comparar al rockero con el fan del shonen (o el shojo, o los superhéroes, o el género que a cada uno más le guste) que, efectivamente y como bien ilustra el ejemplo de Rodrigo, se pierde los análogos historietiles de la música country, clásica, etc. Pero el rockero es –por definición- sectario. Es un tipo que eligió un terreno (vasto, de indudable riqueza) dentro del inmenso espectro de la música y eligió no moverse de ahí. Nada más alejado del COGA.
¿Y en serio te parece tan raro que haya gente que lea de todo? Yo creo que cuanto más te metés con el comic, más lo estudiás, más lo entendés, más te gana el impulso de probar otras cosas, de descubrir lo menos obvio. Es cierto, no conozco gente que en sus mp3 tenga a Shania Twain, Morbid Angel, Elvis Costello y los Charros de Lumaco juntos. Pero mi amigo que más sabe de música (el legendario Dr. Sax) pasa sin mayor inconveniente de Alice in Chains a Víctor Jara y de ahí a Duran Duran o a Vivaldi. Yo al principio creía que me estaba jodiendo. Nunca pensé que un fan de Led Zeppelin pudiera soportar (ya no disfrutar) a Christina Aguilera, a Sandro, o a Joan Manuel Serrat. Pero el Dr. Sax es fan de la música ante todo, y al estudiar, al interesarse y comprometerse en serio con la música, aprendió a encontrar valores y placeres en estilos muy, muy distintos. Y también discrimina, eh? Jamás lo vas a sorprender escuchando a Palito Ortega ni a Chayanne, por ejemplo, porque –como decíamos la vez pasada- una cosa es ser omnívoro y otra es ser coprófago.
Pero volvamos al COGA. Berliac señalaba que la división entre sectarios y COGAs “se aplica a quienes sólo leen comics, una categoría aparte, y para mí bastante más preocupante. Por el contrario está aquel público que se acerca desde de distintas disciplinas culturales y de vez en cuando asoman la cabeza a los comics”.
Estoy de acuerdo, pero creo que son dos problemáticas distintas. La de sectarios vs. COGAs tiene que ver con qué leemos los comiqueros y por qué no leemos aquello que no leemos. La del nuevo público tiene que ver con qué y cómo la industria del comic le quiere vender al que no forma parte activa de ella. Cuáles son los ganchos, los anzuelos, para traer gente nueva al palo del comic, ya sea en calidad de nuevos adictos o de consumidores ocasionales. Ese es un tema apasionante y también en un punto frustante, porque no depende en lo más mínimo de nosotros (los comiqueros) sino de los editores, distribuidores y comerciantes. Por ahí nosotros tenemos injerencia en lo que este público ve el día que entra a una comiquería, o a un evento del palo. Pero cómo y con qué se lo seduce para que entre a esos ámbitos es algo que nos excede por completo. El marketing de la Historieta, como algo nuevo, como un producto con grandes chances de captar adeptos entre los que consumen “distintas disciplinas culturales” no está en manos de los fans. Ni siquiera los artistas o los críticos tenemos una injerencia importante en esa estrategia de expansión. Por ende, esperemos que se preocupen por este proceso los que tienen el poder para hacerlo triunfar o fracasar, y nosotros simplemente estemos listos para recibir a los lectores que se sumen, con la mente y los brazos abiertos. Y si llegan al comic con una visión sectaria, tratemos de adoctrinarlos para el lado del COGA.

viernes, 18 de febrero de 2011

18/ 02: DOOM PATROL Vol.1


No, no es un flashback al 24 de Enero. Este es el primer recopilatorio de OTRA serie de la Doom Patrol, la que DC acaba de anunciar que cancela en Mayo. Yo, como siempre en la retaguardia, la empiezo a leer justo cuando avisan que se acaba.
Este primer tomo es más promisorio que bueno. Tiene un problema básico y es que pasa poco. No mucho menos que en seis episodios de cualquier comic mainstream promedio, pero poco. El primer arco tiene tres capítulos y podrían ser tranquilamente dos, si el mítico Keith Giffen (acá en el rol de guionista) se tomara menos páginas para presentarnos a los protagonistas. Lo hace bien, logra que lo que les pasa te interese, se saca de encima decorosamente a personajes que quedaron de la etapa anterior (la de John Byrne, infame por donde se la mire), presenta a un personaje nuevo con potencial, y además hace que la serie se pueda disfrutar sin saber casi nada de lo que les pasó a Cliff, Larry, Rita y el Jefe desde los ´60 hasta acá. Pero va lento.
El segundo arco son dos numeritos, crossovers de Blackest Night, y no aportan demasiado más que la machaca entre la Doom Patrol actual y los miembros de la era Kupperberg (Celsius, Tempest y Negative Woman). Hay un giro interesante (el cadáver de Cliff cobra vida, sin cerebro, pero de última es un zombie, no lo necesita) y no mucho más. Ni siquiera vemos cómo se resuelve la pelea. Y el mejor número es el 6, el que cierra el tomo, en el cual el ser de energía negativo repasa toda la historia de la Doom Patrol, como para despejar las miles de dudas que genera entre los fans una serie que tuvo más de un reboot de continuidad y guionistas tan demenciales como Grant Morrison y Rachel Pollack. Acá no hay acción, ni siquiera un amague de conflicto. Simplemente Giffen se toma 20 páginas para pasar en limpio la historia del grupo, como si fuera un Secret Files & Origins. Para el lector que recién se engancha con la Doom Patrol está buenísimo, y para el que se re-engancha (y no leyó lo de Morrison, o lo de John Arcudi, o lo de Byrne, o el numerito de Teen Titans donde Geoff Johns volvió a poner en continuidad todo lo que Byrne dejó afuera) es fundamental.
Lo mejor que tiene hasta ahora esta Doom Patrol es el trabajo de caracterización, tanto en los cuatro protagonistas como en los secundarios. Giffen abusa un poquito de los diálogos “filosos”, en los que todos los personajes se hacen los cancheros y pretenden sobrar a sus interlocutores. Pero estos firuletes verbales no llegan a empatanar el ritmo de las historias (porque es lento de por sí) y tienen varias frases muy ingeniosas. Si el próximo arco argumental viene más fuerte, más jugado, la sigo hasta el final.
Al dibujo le tenía bastante desconfianza, porque está a cargo de Matthew Clark, un dibujante que en Outsiders no me gustaba para nada y que huele a ex-clon choto de Jim Lee y Travis Charest en busca de la improbable redención. Pero está bien, zafa, no se mete en bretes narrativos ni se pasa demasiado de pochoclero. Seguramente Giffen le tirará algún boceto, alguna sugerencia de cómo armar la página para que la historia –además de verse bien- se lea bien. Y en los dos numeritos de Blackest Night, en vez de Clark dibuja Justiniano que, sin poner el 100% de lo que puede llegar a dar, logra secuencias y dibujos que me convencen mucho más que los de Clark. En todos los números el entintador es Livesay, especialista en sobrecargar los dibujos con trazos innecesarios, en meter muchos más detalles de los que el lector requiere para engancharse con los dibujos. Pero bueno, en una industria en la que los editores serían muy felices si tuvieran en todos los títulos a David Finch, Ethan Van Sciver o Leinil Francis Yu, el tema de sobredibujar, de saturar con detallitos barrocos al pedo, no está mal visto, sino todo lo contrario.
En suma, un debut muy digno. En el contexto del mainstream actual de DC, “muy digno” es un montón. Mucho más de lo que se puede decir de la inmensa mayoría de los títulos que, en general, huelen a mondongo recién vomitado por el Ogro Fabbiani.

jueves, 17 de febrero de 2011

17/ 02: BLOTCH


Blotch es un personaje abyecto y canallesco. Soberbio con sus pares y genuflexo con sus patrones, racista con los negros, clasista con los trabajadores, tramposo con las mujeres, despectivo con los provincianos, envidioso con los artistas de talento, una verdadera basura humana, bah. Y aún así, a las pocas páginas de este libro ya sentís que lo querés, que estás frente a un grosso de aquellos.
El milagro tiene nombre, y se llama Blutch (en realidad se llama Christian Hincker, pero se lo conoce en todo el mundo como Blutch). Este autor francés del ´67, conocido sobre todo por sus aportes a La Mazmorra, tiene varias obras importantes en su haber, no todas publicadas en castellano, lamentablemente. Por suerte La Cúpula editó Blotch (de 1999), un recopilatorio de historias cortas (no más de 5 páginas) que Blutch realizó para la mítica revista humorística Fluide Glaciel. Y ahí está el secreto: las bajezas misérrimas de Blotch nos arrancan sonrisas cómplices, porque las historias son 100% en joda. Sin estridencias, sin slapstick, sin apostar fuerte al remate gracioso, Blutch construye breves comedias de situación en las que el irredimible protagonista a veces triunfa, a veces saca un decoroso empate y a veces termina merecidamente humillado.
Me falta un dato interesantísimo y es que Blotch es dibujante. Se cree un genio de la pintura, pero labura como humorista gráfico en un diario de una París de los años ´30 que Blutch recrea a la perfección. (Pará: humorista gráfico, con ínfulas de estrella, ideológicamente nefasto, servil con los patrones e insolidario con los colegas… ¿No conocemos uno de esos, por acá? Sí, y su nombre aparece en algún lugar de esta reseña…) Este es otro dato relevante: estamos en la era pre-televisión, donde los chistes de los diarios eran lo más parecido a un entretenimiento popular y masivo, lo cual explica la feroz competencia entre los dibujantes por acceder a los espacios de mejor exposición dentro de los medios de prensa parisinos. O sea que si te gusta el mundillo de los dibujantes y los editores (siempre fecundo para el puterío), acá Blutch te tira un muy lindo plus.
Y a pesar de tooodos los hallazgos a nivel guión, las tramas redonditas, la capacidad de no repetirse, el muy buen trabajo de armado de personajes (sin eso, no hay sitcom que funcione), la pulenta, lo que hace irresistible a este libro, es el dibujo. Esto es algo así como From Hell con onda. Blutch pela absolutamente todos los recursos gráficos que pelara Eddie Campbell en From Hell, pero logra que el resultado -en vez de agobiante, opresivo y por momentos alienante- sea una verdadera fiesta para los ojos. Excesiva, claro, porque –como Campbell- Blutch se pasa de rosca con la documentación, los tramados y los cross-hatchings, pero pone el freno justo antes de que la estética pase de sobrecargada a asfixiante. Y por supuesto, lo ayuda el hecho de no tener que dibujar más de ocho viñetas por página. ¿Se puede pegarle un toquecito sutil al estilo gráfico de From Hell y lograr que en vez de lúgubre y amenazante se vea festivo y vital? Blutch lo hizo. No me preguntes cómo, porque desafía mi capacidad de explicarlo, pero lo hizo.
Esto es prácticamente historieta perfecta. Sin mayores pretensiones que las de entretener, es cierto, pero con un nivel tanto en guiones como en dibujos que muchas obras más “importantes” envidiarán hasta el fin de los tiempos, o hasta que 6-7-8 gane un premio Clarín. La única cagada es que, después de ver a Blutch dar semejante cátedra de historieta en blanco y negro, voy a putear cada vez que lea (o relea) algún trabajo suyo a color.

miércoles, 16 de febrero de 2011

16/ 02: Y: THE LAST MAN (DELUXE EDITION) Vol.3


“La iglesia no era una mierda porque la dirigían hombres; era una mierda porque la dirgían personas”. Esa frase, tirada casi al voleo por la teóloga que intenta impedir que un grupo de extremistas incendie una catedral, ilustra con bastante claridad de qué va Y: The Last Man y por qué es una joya del comic reciente.
El planteo básico no puede ser más ganchero: de repente, un día de 2002, murieron al mismo tiempo TODOS los seres vivos con cromosomas Y. O vulgarmente, todos los machos. Tras el “genericidio”, las mujeres se tienen que hacer cargo de que el mundo siga andando y se las arreglan bastante bien para que no desaparezcan la corrupción, la violencia, la discriminación, el narcotráfico y todas esas cosas tan lindas de nuestra vida cotidiana. El mensaje es un poco ese: el mundo sin hombres es distinto del mundo con hombres, pero tampoco la pavada.
El genial guionista Brian K. Vaughan nos propone recorrer ese mundo de la mano de los únicos dos machos que sobrevivieron al “genericidio”: Yorick Brown y su monito Ampersand, que por supuesto se meten en un kilombo atrás de otro, mientras le buscan explicación a los bizarros fenómenos ya enumerados. En los tres libros que llevo leídos (36 comic-books) ya recorrieron todo EEUU y ahora están en el Océano Pacífico, tratando de llegar a Japón, aunque algo me dice que primero van a caer en Australia, que es “casualmente” donde está Beth, la prometida de Yorick, con quien este se propone reencontrarse desde el inicio mismo de la serie.
Todo esto está magníficamente escrito. Los personajes centrales están perfectamente construídos, los secundarios hacen aportes muy copados, todos tiran chistes y frases memorables, la tensión no decae nunca, hasta los momentos en los que la Doctora Mann trata de explicar científicamente por qué no murió Yorick se hacen atrapantes. Como esta es una serie de aventura, todo el tiempo los protagonistas entran en conflicto con minas que los quieren capturar o matar. Lo bueno es que estas peleas no se sienten como algo forzado, ni como un relleno para estirar, sino que cada facción que toma cartas en el asunto está bien explicada y tiene un rol claro y grosso dentro de la trama mayor. Y además en todos los episodios predominan los momentos más tranquilos, en los que Yorick y sus aliadas tratan de relajarse mínimamente (a veces a la fuerza, porque reciben heridas o están prisioneros), y de ahí salen las secuencias más logradas. Vaughan elige con gran criterio dónde mechar los flashbacks, cuándo contarnos más sobre el “genericidio”, cuándo indagar en el pasado de los personajes, cuándo explorar consecuencias de lo narrado en los capítulos anteriores. Un trabajo absolutamente consagratorio para este tipo que venía de fracasar estrepitosamente con ese barrilete de cemento que era la serie de Swamp Thing en la que la protagonista era Tefé.
Por el lado del dibujo, alguien se pasó de listo y creyó que, al ser una serie donde el 99% del elenco es femenino, la tenía que dibujar una mujer. Y la elegida fue la canadiense Pia Guerra que –digámoslo de una vez- es de la B y siempre lo será. Cumple con lo básico, no descolla, no busca sorprender y zafa con lo justo de aburrir. Lo peor es su limitadísimo repertorio de expresiones faciales, dato especialmente preocupante en un comic donde las emociones son tan importantes. Por suerte este tomo incluye cuatro episodios dibujados por el croata Goran Sudzuka, un tipo muchísimo más solvente y –como todo dibujante croata- muy influenciado por los maestros argentinos. En este caso, los totems de Sudzuka son Ernesto García Seijas y el uruguayo Eduardo Barreto, influencias que se ven sólo en la superficie del dibujo, porque la narrativa del croata es 100% yanki. Lo cierto es que si Guerra cumple, Sudzuka dignifica y pone lo que hay que poner para que la historieta se disfrute a pleno. Como pocas veces de Sandman para acá, este es un comic BIEN de guionista, donde se necesita que el dibujante simplemente traduzca al lenguaje visual lo que el guionista crea viñeta a viñeta, sin lucirse ni mucho menos zarparse. Pero igual, uno que es malo y exigente, quiere que ese dibujante transmita algo más de pasión que la que pone Pia Guerra.
No puedo creer que en 2010 no haya avanzado en mi lectura de esta serie, que terminó hace años, pero que yo estoy descubriendo ahora. Esto es excelente de verdad y me encantaría que lo leyera muchísima gente (especialmente mujeres) que habitualmente no lee historietas.

martes, 15 de febrero de 2011

15/ 02: DC COMICS PRESENTS BATMAN Vol.2


Bueno, hice bien en tenerle fe a Ed Brubaker. La verdad es que los numeritos que recopila este segundo “TPB para pobres” están mucho más logrados que los del primero.
En primer lugar, porque empieza a aparecer data sustanciosa acerca de ese extraño villano que debutara la vez pasada: Zeiss, un zarpado con el que, una vez más, al final de este tomito quedan cuentas pendientes. De nuevo, hay un buen intento por convertir al Penguin no en el villano central de la saga, sino en un personaje secundario (siempre más cerca de los amigos de lo ajeno que de Batman y la cana) y de nuevo, Brubaker logra meter en escena a un personaje que conecte tanto con Batman como con Bruce Wayne. Esta vez incluso se las ingenia para que el justiciero y el millonario tengan frente a este personaje (la hermosa Mallory Moxon) sentimientos y objetivos totalmente opuestos, lo cual enriquece notablemente la trama de los cuatro episodios.
Mallory y su padre, el capo-mafia (o ex-capo-mafia) Lew Moxon, todavía no hicieron nada demasiado heavy, o sea que no llegan a colgarse el rótulo de “villanos”, aunque Batman sabe que están hasta las manos e intentará comprobarlo, seguramente en el próximo tomito. Mientras tanto, lo más parecido a un villano que tenemos es Zeiss, y durante dos numeritos hace su aparición estelar nada menos que Deadshot. El choque entre Batman y Deadshot es memorable porque… gana Deadshot! El eterno loser al que aprendimos a querer (en un sentido muy perverso del término) durante sus años en el Suicide Squad, acá deja a Batman sangrando en el piso y cumple con el encargo de quien lo contrató al encajarle dos tiros a Don Moxon. Y se va con total impunidad! No lo captura la cana, ni ninguno de los otros paladines de Gotham! Grosso.
Para la segunda mitad del tomo, la trama que avanza en paralelo a la del regreso de Lew Moxon y su hija es medio bizarra: un alien que cayó a la Tierra durante la saga hiper-crossovereada de Our Worlds at War, se refugia en una iglesia de Gotham y el FBI (en realidad, el DEO) choca con la policía a ver quién se lleva al bicho verde. No está mal y Brubaker se las ingenia para que Batman (y Batgirl) juegue un rol en la historia que no tire a la mierda el clima dark del resto de las tramas. Porque –otro logro digno de aplausos- ya no abundan los chistes que aparecían en los primeros números y todo empieza a rumbear hacia la típica atmósfera de crímenes y mafias que Brubaker tan bien sabe pilotear.
A cargo de la faz gráfica sigue firme junto al pueblo Scott McDaniel, siempre con esa propensión a los excesos, a esta altura digna de Nerón o Calígula. Bizarra mezcla entre Norm Breyfogle, Todd McFarlane y Tim Sale, McDaniel le pone a cada página ritmo, agilidad y secuencias muy bien planificadas. El problema es la anatomía, especialmente cuando Batman entra en acción y tiene que dibujar músculos y escorzos. Ahí mea varios hectolitros afuera del tarro. No quiero volver a enumerar uno a uno los errores, sino simplemente destacar que siguen ahí, que no hay ni la menor intención de corregirlos. Por suerte, este arco tiene muchas secuencias más tranqui, y como McDaniel dibuja muy bien a Bruce Wayne y al resto de los “civiles”, no te vas con la sensación de que te cagaron a patadas en las retinas.
Sin ser glorioso, el Batman de Brubaker se está poniendo lindo. Hay buenos personajes, una trama que se complica cada vez más, un dilema moral que pone al bati-oreja en una situación más difícil que la de Lilita Carrió en las encuestas y un clima cada vez más espeso. Ojalá se resuelva todo en el próximo tomito, ya que DC sólo anunció tres recopilatorios de Brubaker-McDaniel, que llegan hasta la Batman n° 598, no más.

lunes, 14 de febrero de 2011

14/ 02: MUSEUM OF TERROR Vol.1


“Museum of Terror”… cualquiera. Esto no es otra cosa que la edición yanki de la famosísima Tomie, obra que consagrara a Junji Ito como uno de los principales mangakas del género del terror. Pero bueno, a los amigos de Dark Horse les pareció más ganchero ese título pedorro, que parece de una película chota de Porcel y Olmedo.
Lo importante es lo de adentro, dijo Jack el Destripador, así que nos metemos ya en la historia de Tomie, una estudiante secundaria hermosa y conflictiva, a la que mata sin querer un compañero. Pero el profesor que presencia el hecho (y que se curtía a la joven) hace un pacto de silencio con sus 41 alumnos: entre todos trozan el cadáver de Tomie en 42 partes y cada uno hace desaparecer un cacho de la occisa. Claro, jamás se les iba a ocurrir que Tomie tenía superpoderes: como el Lobo original (el de Omega Men), cada cacho de Tomie se reconstituye hasta cobrar la forma de la chica muerta. No son zombies, no es Tomie que resucita: son nuevas personas que se generan a partir de los pedazos de la muerta, como clones, pero que crecen en poquísimas horas. Imaginate el kilombo en la escuela cuando aparece de la nada, vivita y coleando, una chica idéntica a Tomie (incluso con sus recuerdos).
El resto de las historias sigue más o menos un mismo patrón: una chica igual a Tomie aparece de la nada, interactúa con gente que por algún motivo la quiere boletear (a veces, simplemente porque es una turra hija de puta), la hieren, la trozan y en un momento, de un cacho de la chica muerta crece una chica viva. Ito le encuentra varias vueltas copadas a este mecanismo: en una historia, la nueva Tomie sale de un riñón, implantado a una chica que necesitaba un transplante. En otra, se reconstituye a partir de un charquito de sangre en una alfombra. El impacto nunca falla: los monstruosos regresos de Tomie y los escabrosos modos en los que es asesinada o mutilada garantizan momentos de enorme tensión, con los que el autor suele cerrar cada uno de los episodios.
A nivel guión, todo pasa por ahí: por el suspenso creciente y la reacción de la gente común frente a la asombrosa capacidad de esta chica para volver de la muerte y muchas veces ejercer una venganza truculenta contra sus asesinos. No hay mucho más. A lo largo de tres episodios, aparecen dos personajes secundarios recurrentes, a los que Tomie les hará la vida imposible: la joven fotógrafa Tsukiko y el fachero del colegio, Yamazaki. Ninguno de los dos son buenos, por eso Tomie no llega a jugar el rol de villana, y eso es sin duda un acierto. Pero no hay un gran desarrollo de personajes y varias de las cosas que hacen estos pibes (y que desembocan en encuentros muy jodidos con Tomie) están medio forzadas, medio por afuera de la lógica.
A nivel dibujo, a lo largo de las 370 y pico páginas que tiene el tomo, vemos a Junji Ito mejorar notablemente. Al principio su dibujo era bastante tosco y las chicas le salían medio bizcas. Tenía un criterio alucinante para armar la página y para elegir los planos, pero el dibujo en sí todavía era bastante rudimentario. Para el final, la mejora es muy, muy notable. El Ito de los últimos episodios parece un muy buen clon de Ryoichi Ikegami, pero que aprendió a entintar mirando a Suehiro Maruo. Ito se termina de asentar en una estética dark, decadente, pútrida, pero no carente de sensualidad (aunque en todo el tomo no se ve ni una teta). Para el final del tomo, maneja la mancha negra, el cross-hatching, las tramas mecánicas y las líneas cinéticas como un grosso de verdad. El Ito principiante tenía más personalidad, era más reconocible a simple vista, pero le faltaban destreza y recursos para hacerle justicia desde el dibujo a las atrocidades que imaginaba.
Tengo un segundo tomo sin leer, que prometo comentar pronto.

domingo, 13 de febrero de 2011

13/ 02: EL LIBRO ENTRA A IMPRENTA!


Ya está confirmadísimo: esta semana va a la imprenta el primero de los dos libros en los que la editorial Llanto de Mudo va a recopilar las 365 reseñas que aparecieron en el blog durante 2010.
Si todo sale bien, los primeros días de Marzo el primer tomo va a estar disponible en todas las comiquerías del país, empezando por las de Córdoba, claro, que es donde se va a imprimir.
¿El precio? Muy económico para un libro de 200 páginas: apenas $ 45. ¿El formato? 15,5 x 23 cm., portadas a color, interior en blanco y negro. ¿Los contenidos? Las 182 reseñas que aparecieron acá entre el 1° de Enero y el 30 de Junio de 2010, más una portada de Lucas Varela, una contratapa ilustrada por Nico Sánchez Brondo (que ilustra esta entrada del blog), un chiste inédito de Gustavo Sala, una introducción en la que cuento “el backstage” del blog y un prólogo de Quique Alcatena, que reproduzco a continuación, no sin antes agradecerle a Quique, y a toda la gente que colaboró para que este libro esté buenísimo.
No jodo más con el tema del libro hasta no tenerlo en la mano, y ahí sí, empiezo a machacar con el tema de las presentaciones con público, que van a ser muchas y en muchos lugares distintos del continente. Esto escribió el maestro:

LA PASIÓN POR LAS VIÑETAS
Si algunas consideraciones y reminiscencias personales se cuelan en este prólogo, sepan ustedes disculparme, pero es que de eso, fundamentalmente, quiero hablar. De personas, con sus idiosincrasias y particularidades, sus modismos y obsesiones; de esos rasgos, manías, gestos y tics que hacen, de cada uno de nosotros, alguien único e irrepetible, para bien y para mal. En última instancia , lo que cuenta, siempre, son las personas.
Y cuando, día a día, religiosamente, acudo al blog “365 Cómics por Año”, es una persona la que me recibe, es personal el trato, el contacto. Es Andrés Accorsi a quien visito, al que veo patentemente reflejado en cada artículo; hasta puedo figurarme el tono de su voz, como si en vez de redactar sus opiniones, las estuviera expresando frente a un micrófono radial (como tantas veces lo ha hecho), o en la mesa de un café. El blog ES Andrés. Y esté uno de acuerdo o no con su criterio, siempre vale la pena prestarle atención.
Hace ya más de veinte años que conozco a Andrés. Imborrable el primer encuentro, en el entrepiso del viejo local de la librería Entelequia en la calle Talcahuano (ahora que lo pienso, ésa no fue la primera vez: en verdad, y por algún motivo que queda fuera del objeto principal de estas líneas, tampoco he olvidado la “primerísima” ocasión que lo vi. Era él un bebé de meses, en los brazos de su madre. Claro, yo no sabía que muchos años después, nuestros caminos volverían a cruzarse... “But I disgress”, como diría Peter David, me estoy yendo por las ramas, y quede esa historia pendiente para otro momento...). Pues bien, funcionaba en dicho inveterado entrepiso la primera encarnación del que luego sería el primer negocio realmente especializado en comics, y era Andrés uno de sus encargados y promotores. No tardamos en entablar conversación: nos unía el mismo berretín por las historietas de superhéroes. Y el trato, que no demoró en hacerse amistoso, no se interrumpió jamás en todos estos años; que Andrés me haya pedido que prologara este libro lo confirma (y me conmueve). De redactor y editor de un fanzine que con el tiempo devendría en LA revista sobre historieta de nuestro país - la legendaria Comiqueando- a ser el periodista más conocido especializado en nuestro medio, y de paso, en “l’enfant terrible” del mundillo “comiquero”.
Soy un fiel lector del Comics Journal, cuyos estudios y análisis críticos tienen rigor y peso académicos. En “365...” es otra cosa la que encuentro, pero no menos valiosa. Encuentro la mirada de un lector apasionado, que ha aprendido a ampliar y educar su gusto, perspicaz y polémico, agudo y jamás aburrido.
No importa que muchas veces estemos en desacuerdo sobre juicios y apreciaciones; al contrario, en esa diferencia está el atractivo. No importa que jamás consiga yo convencerlo de las bondades de los cómics de Superman que editara Mort Weisinger en la Silver Age: por suerte, no todos pensamos lo mismo. Y sí importa que Andrés nos contagie su fervor por la historieta a través de sus siempre amenos ensayos. No pretende erigir un canon sacrosanto, sino compartir con nosotros las virtudes – y a veces, las falencias- que ha observado aquí y allá. Y el catálogo de obras examinadas es vasto y ecléctico. Andrés consigue lo que se propone: despertar nuestra curiosidad, incitar a la lectura.
Todo muy bien con los blogs, pero celebro que estos textos sean recopilados en un libro, que sea el papel impreso su puerto de destino. Sé que al recorrer sus páginas, lo encontraré siempre a Andrés, y su visión personal y cautivante sobre el medio al que tanto queremos.
Quique Alcatena, diciembre de 2010

sábado, 12 de febrero de 2011

12/ 02: DOOM PATROL Vol.3


El tipo que en los ´60 inventó la frase “la imaginación al poder” sabía –no tengo dudas- que en 1990 Grant Morrison iba a escribir estos comics. ¿Cómo lo sabía? Ni idea, pero lo sabía. Por ahí incluso había leído los guiones.
Lo que hace el escocés en este tomo desafía todos los parámetros. No es una tormenta de ideas, es una plaga de ideas, un gang-bang de ideas, un diluvio, un virus que se propaga totalmente fuera de control. Arranca tranqui, con una calle que está viva… y es travesti! Y después viene la saga más grossa (hasta ahora), en la que Morrison cierra el plot de la transformación de Rhea Jones, uno de los personajes que heredó de la etapa anterior. El argumento es sencillo: la Doom Patrol queda atrapada en el conflicto definitivo entre dos civilizaciones eternamente en guerra y Morrison aprovecha para ironizar acerca de lo ridículo de las divisiones y los odios entre naciones, hablando veladamente de nuestro mundo y sus super-potencias. Pero la guerra que viven Cliff, Rebis, Rhea y Crazy Jane no es el famoso super-clásico Rusos vs. Yankis, sino un conflicto entre los Huss del Kaleidoscape y los Anatemáticos del Mesh, que tiene lugar en un mundo en el que NADA se parece al nuestro. Y ahí el genio sale a matar.
Una droga que debilita el espacio al borrar las palabras que lo definen, la Sacrosanta Comunión de Feromonas, las guerras de pestañeos, los enjambres de vidrio, fantasmas de enfermedades que asolan los antiguos campos de batalla, proyecciones psicosomáticas, el webspacio, un cerebro de insecto como portal al paraíso, perfumes climáticos que gatillan las glándulas apocrine, orgasmos epilépticos, la zona de las palabras que matan, la ceremonia de Potlatch, el inminente Aenigma Regis, dendritas de un árbol del pensamiento, ángeles en forma de gigantescas rocas flotantes y una flor dentro de la cual quedó congelado el poder de la verdadera creatividad.
Bueno, Morrison lo descongeló y lo hizo historieta. No es para cualquiera. Son tantas las explicaciones acerca de las facciones enfrentadas, su historia, sus armamentos y sus batallas, que hay poco margen para la machaca e incluso para el desarrollo de personajes. Excepto Rhea, el resto llega a la página 190 muy parecido a como arrancó en la página 1. Pero todos esos diálogos y bloques de texto en los que los personajes de este bizarrísimo mundo explican todo lo que hay que explicar, están regados con conceptos tan geniales y alucinantes como los que enumero en el párrafo anterior y por muchos más que prefieron que descubras vos mismo. Acá la gracia es eso, el derroche de conceptos limados con el cual cualquier otro guionista se haría un festín, al desarrollarlos uno a uno, al tirarte uno por saga (uno por TPB), uno de vez en cuando. Como Eduardo Mazzitelli en Acero Líquido, Morrison elige no guardarse nada, revolear las ideas como si fueran papel picado, en un carnaval de la imaginación dispuesto a arrasar con todo.
Para que esto llegue a buen puerto hace falta un dibujante a la altura de las circunstancias y Richard Case, sin ser Alcatena ni mucho menos, se arremangó y cumplió muy decorosamente con el tremendo desafío que le plantearon los guiones de Morrison. En el numerito que no dibuja Case lo vemos a Kelley Jones, que en los papeles es mejor dibujante, fracasar en el intento de bancarse la locura del escocés (además su Robotman es cualquiera). Pero Case pela y muy bien. Hace ágiles las secuencias con mucho texto, delira casi a la par de Morrison para crear locaciones, criaturas y máquinas y ya está muy, muy canchero para dibujar a los personajes fijos de la serie. Algún día se reivindicará a este dibujante como se lo merece.
Y llego hasta acá, nomás. Los otros tres tomos los leí antes de empezar el blog, hace relativamente poco, y no me da para releerlos. Prefiero pasar a la versión actual, más integrada al mainstream de DC, a ver con qué me encuentro. Y repetir por enésima vez que la Doom Patrol de Morrison y Case es una fuckin´gloria, una lectura que –como los grandes clásicos- no envejece, sino que enriquece.

viernes, 11 de febrero de 2011

11/ 02: BIFE ANGOSTO Vol.2


Con varias tiras que nunca antes se habían publicado, con la entrevista/ historieta realizada por Juan Manuel Domínguez para la Inrockuptibles y con un prólogo/ poema de Pablo Marchetti que justifica por sí sólo la compra del libro, Ediciones de la Flor cerró un gran 2010 en materia de lanzamientos comiqueros. Y además demostró que no come vidrio, porque la verdad que lo que está pasando con Gustavo Sala en todo el país es un fenómeno impresionante, todavía de culto, pero con una fuerza que se lleva puesto lo que le pongas adelante.
Por si vivís en un iglú, Bife Angosto es la tira que Gustavo Sala publica hace como tres años (o más) todos los jueves, en el Suplemento No de Página/12. Se supone que la tira tiene que girar en torno al rock o la cultura joven, y a veces eso sucede, pero otras veces no. Sala puede hacer chistes con Charly García y León Gieco, o con alienígenas y soretes de perro. También con imprenteros, pedófilos, caballos ciegos hinchas de Boca o señoras que se llaman Normita. La cultura joven, vasta e hiper-difundida como está, no alcanza para contener al humor de Sala. Sala siempre se las va a ingeniar para ir un poco más allá.
En Bife Angosto tenemos por lo menos un chiste grosso por semana (a veces dos) y para eso es imprescindible variar el repertorio, no repetir siempre la fórmula. Y Sala lo tiene muy claro. Juega con el absurdo, el grotesco, el sexo, la escatología, ciertas bajadas de línea socio-políticas muy finitas (aunque Gustavo dice que de política no sabe nada), un poco de todo. La estructura del chiste también cambia: a veces es un in crescendo hacia el remate en el último cuadrito, una subida lineal. A veces, justo antes de alcanzar la cima, el in crescendo se desactiva de golpe y viene una caída estrepitosa, o un golpe de timón totalmente imprevisto, que remata para otra dirección 100% distinta a la que te imaginabas. Otras, la gracia está en TODOS los cuadritos, no sólo en el último. A veces la gracia es cómo, a pesar de todo lo que pasa en cada una de las viñetas, el protagonista no se inmuta y sigue firme en la suya. Casi siempre lo más cómico es el remate después del remate, un segundo (o tercer) globito en la última viñeta que, con el final del chiste ya manifiesto, dispara una última atrocidad que puede salir para cualquier lado.
Con todo ese arsenal de recursos humorísticos, aún dibujando para el orto los fans se te acumulan como las causas judiciales a Clarín. Pero encima Sala dibuja cada vez mejor. Experimenta más, se luce más cuando tiene que caricaturizar los rasgos de algún famoso, se mata como siempre en cada fondo, de modo que su dibujo llene TODA la viñeta, lima más a la hora de contar desde las caras y las expresiones faciales cosas sobre las bizarras vidas de estos personajes. Personajes que nunca vuelven y que a veces tienen nombres de amigos y conocidos (Hernán Martignone, Javier Hildebrandt, Salvador Sanz, Javier Rovella… Andrés Accorsi!), a veces de famosos, pero trastocados (Lionel Pesi, Celeste Caballo, Carlín Caldo) y otras veces se llaman simplemente Aníbal, Ricardo o Mauricio.
A diferencia de Macanudo o Lucha Peluche (las otras dos tiras brillantes de los últimos tiempos), Bife Angosto no construye universo. Todo empieza y termina en cada tira y empieces de donde empieces, vas a entender todo y a mearte de risa. Lo que construye es un código, una complicidad con el lector. A medida que pasás las páginas, te vas sumergiendo cada vez más en el retorcido Universo Sala, y cuanto más creés que conocés sus “reglas” más te impacta cada remate fumado que no te veías venir. La acumulación, la posibilidad de leer más de 150 tiras al hilo, contribuye muchísimo al efecto cómico que -sin querer- Sala edifica tira a tira, semana a semana. El resultado final (el libro) es devastador, deslumbrante y adictivo. Y además da testimonio de cómo con pretensiones mínimas y talentos enormes, también se llega al éxito de ventas, al status de genio entre los fans y al cuasi-unánime aplauso de los colegas. Un ejemplo a seguir, en miles de aspectos.

jueves, 10 de febrero de 2011

10/ 02: SHOWCASE PRESENTS PHANTOM STRANGER Vol.2


Alguna vez, en la era pre-mercado de venta directa, el comic yanki fue completamente impredecible. Para bien y para mal: comics muy logrados vendían muy mal, o se cancelaban antes de saber cuánto vendían, y algunas bazofias sin ton ni son vendian muy bien, o no, pero igual perduraban años y años en los kioscos y los drugstores. Así es como una serie con un personaje sin onda, sin buenas ideas y con pocos autores interesantes, pudo llegar al n°41, saliendo cada dos meses, lo cual significa 82 meses de presencia ininterrumpida en las bateas, algo a lo que hoy pueden aspirar pocos conceptos, más allá de su calidad.
Este tomo reúne la segunda mitad de esa serie y otras apariciones del Phantom Stranger (que de él hablamos) en Brave & the Bold, Justice League, un numerito de DC Super-Stars y uno de House of Secrets, todo material creado entre 1970 y 1978, plena Verdul Age. Lo único que más o menos se sostiene es la etapa con guiones de Len Wein y dibujos de Jim Aparo, que arrancó en el tomo anterior y termina acá, en el n°26. No te quiero mentir que te vas a encontrar con las mega-sagas, pero por lo menos hay villanos recurrentes, un personaje secundario con alguna elaboración (Cassandra Craft, la chica ciega con premoniciones) y algo así como un hilo conductor, una trama mayor que atraviesa los episodios autoconclusivos. Además, lo tenemos a Aparo en un nivel altísimo, cuando ya había dejado de copiar a Neal Adams y lucía su propio estilo. Todo lo que dibujaba Aparo en esta época parecía peligroso, ominoso, heavy. Hasta dibujaba a Batman con los dedos siempre tensos y extendidos, como si estuviera por romper algo con un golpe de karate. Su etapa dark no duraría por siempre, pero hasta el… ´77 ponele (cuando concluye su paso por Adventure Comics, donde dibujó al Spectre y a Aquaman), el tipo dejaba el alma en cada viñeta.
El mejor número de Wein y Aparo es el último, en el que el Stranger se cruza con el Dr. Thirteen (habitual contrafigura de los primeros números de la serie) y con el Spawn of Frankenstein, que no es otro que el famoso monstruo de Mary Shelley, resucitado en los ´70 para protagonizar un back-up que complementaba al Stranger y que estaba a cargo de un Marv Wolfman con bastantes pilas y un Mike Kaluta muy cumplidor. Cuando después de esta historia Wolfman y Kaluta abandonan los back-ups, la serie sigue, pero se va al descenso, mal.
A las historietas del Stranger no les va mucho mejor sin Wein y Aparo. Primero el veterano Arnold Drake (el de la Doom Patrol) y después David Michelinie o Paul Levitz le buscan otra vuelta al personaje, pero no se la encuentran, y muchas de las historias son cualquier fruta de misterio, en las que el Stranger podría tranquilamente no aparecer. Los números de Drake suele dibujarlos el correcto filipino Gerry Talaoc, pero después lo sucede su mediocre compatriota Fred Carrillo, y en el medio hay un numerito dibujado por Mike Grell (uno de los tres o cuatro que cuentan con Deadman de invitado, en un intento por subir las ventas) con algunos logros y unas cuantas pifias.
Esto no es indigesto ni excecrable (de hecho, Neil Gaiman reivindica a full estas historietas) pero me parece que perdió buena parte del atractivo que probablemente haya tenido hace 35 años. Leído hoy, es intrascendente, en un punto reiterativo, y –lo más importante- frío, distante. Por las propias características del personaje (un amargo de mierda de quien no sabés el origen, ni la misión, ni el alcance de sus poderes, ni nada) salen una atrás de otra historias tibias, con resoluciones deus ex machina, con villanos muy parecidos entre sí, y pocos elementos que identifiquen o comprometan emocionalmente al lector. Se puede leer, pero hay que hacer un esfuerzo importante. Igual, si saliera un tomo con los 12 números de Wein y Aparo, garparía a full.

miércoles, 9 de febrero de 2011

09/ 02: EL COGA CONTRAATACA


La otra vez se puso tan bueno el debate del COGA, que no daba para dejarlo ahí. Gracias a los comentarios de los lectores, la cosa se enriqueció notablemente y hoy me aboco a responder algunos temas puntuales de los que surgieron el otro día.
El punto que –me parece- quedó menos claro es (en palabras del amigo Berliac) “la diferencia entre leer de todo y que efectivamente te guste de todo”. Pero está explicado en la propia sigla del COGA: Comiquero Omnívoro con Gusto Amplio. Ser omnívoro no implica ser coprófago. No hace falta desarrollar un paladar excesivamente sofisticado para darse cuenta de que la caca no es comida, sino caca. O sea que ni hace falta meternos en el siempre delicado tema del gusto, cuando esa duda se zanja con la O, no con la G.
Más complejo es seguramente este problema, que también plantea Berliac: “que las lecturas sean amplias, pero la "vara" (el juicio) sea una sóla”. Después vienen los ejemplos y es casi imposible no disentir en eso. Pero teóricamente, el planteo vale. ¿Hay un único standard de lo que entendemos por “buen dibujo”, o por “buen guión”? No. Cuando ampliás tu gusto y tu perspectiva te encontrás con genios que se cagan en Raymond y Caniff, en Hergé y Franquin, en Kirby y Buscema, en Breccia y Muñoz, en Crumb y Bagge, en Trondheim y Sfar, y aún así son genios. Hay tipos a los que no podés medir con la vara de los grandes autores que los precedieron, porque inventan algo nuevo, algo que desafía los cánones establecidos. ¿A ninguno de los Dioses Sacrosantos del Noveno Arte se le ocurriría plantear así un historieta? Okey, eso no hace que la historieta sea mala. Por el contrario, eleva las chances de que me parezca buena.
Con los guiones es más difícil. Bah, para mí, por lo menos. Yo le pido buenos guiones A TODOS. Incluso a las bestias cuyo dibujo hace que me mee encima con sólo ver dos viñetas. Pero claro, el tema es a qué consideramos “buen guión”. Ahí ya entra a tallar el gusto, lo subjetivo. Si tenés Gusto Amplio, vas a ver que tolerás ciertas dosis de pochoclo, ciertas dosis de excesiva ingenuidad, ciertas dosis de excesiva paja personal del autor, ciertas pretensiones de dotar a las obras de un cariz “importante”… ¿Qué tan grandes son las dosis que tolerás? Depende de cada uno. También te van a cerrar guiones por motivos distintos: algún hallazgo en el argumento, o en el guión en sí, o en los diálogos, o en el desarrollo de personajes, o un giro imprevisto, o alguna limadura extraña, algún recurso infrecuente bien ejecutado, una tonalidad especialmente lograda, sea poética, cómica, bizarra, tierna... La gracia es que en un comic puede pasar cualquier cosa y las posibilidades que tiene un autor de captarnos y convencernos con su historia son ilimitadas.
Los límites (coincido con el aporte de Roberto Barreiro, viejo amigo en el exilio) los tenemos que generar nosotros mismos, cuando nos cae la ficha (esa que mencionaba yo en el texto sobre la crítica) de que no hay forma de leer todo. A la larga, por más amplio que sea tu gusto, vas a decir “Esto sí, esto no”. Otro comentarista confesaba discriminar por formato (“leo cualquier cosa, sí, pero que haya sido recopilada en un libro. Es más lindo leer comics en libros”). Yo coincido bastante, de hecho leo una sóla revista (Fierro). Por ahí está piola trazar el límite ahí, en el formato.
Yo también dejo afuera algunas cosas por prejuicio, capricho, auto-preservación, o lo que sea: No me meto ni drogado con los mangas de muchos tomos. Death Note tiene 12 y hasta ahí llego. Pero un manga de 38 tomos, ni me interesa. Aunque sea la Octava Maravilla del Mundo, si dura 38 tomos metétela en el orto. Y además, dudo que sea la Octava Maravilla del Mundo. Treinta tomos de un manga son unas 6.000 páginas ¿Qué obra de 6.000 páginas te partió la cabeza? 6.000 páginas son más o menos 270 entregas de un comic yanki. ¿Se te ocurre un título que tenga 270 números legibles? Ni Hellblazer... 6.000 páginas también son más o menos TODO lo que existe de Nippur de Lagash. ¿Cuánto de eso es potable? ¿La mitad? ¿Tres cuartos? Seguro no llegamos a las 6.000 páginas. Por ahí me pierdo algo copado (One Piece, ponele), pero ya fue: no puedo dedicarle tanto tiempo/ espacio/ guita a una sóla serie, cuando hay tanta merca interesante dando vueltas por ahí.
Seguiremos con este tema, eh? En cualquier momento retomo ideas de algunos de los comentarios que merecen ser elaboradas y pensadas “en voz alta”.

martes, 8 de febrero de 2011

08/ 02: FANTAGAS


No contento con haber reseñado hace poco su memorable participación en La Mazmorra, cumplo con el pedido de meterme en una historieta 100% creada por Carlos Nine, el genio de Haedo injustamente más famoso en Europa que en su propio país. Fantagas debutó en 1995, en una editorial francesa, y acá se conoció más de 10 años después, serializada en los primeros números de la etapa actual de Fierro. En el medio salió la edición española que tengo a mano, publicada por Sinse ntido a todo lujo y a un precio prohibitivo. Pero bueno, es Nine. No se puede pretender comprar paponga de este nivel a precio de saldo de la Librería Libertador…
Fantagas es una obra rara dentro de la bibliografía de Nine. Tuvo una secuela, la temática es medio aventurera, medio detectivesca, medio erótica y medio satírica, y en general, comparada con las otras obras escritas y dibujadas por el ídolo, es la más cerebral, la que más se calienta en darle sentido a todo lo que pasa, en explicar los caprichosos arrebatos de cada uno de estos impredecibles personajes. Hay absurdo, hay surrealismo, hay vuelo poético (incluso salpicado con gore, sangre y violaciones), hay delirio, pero todo va para algún lado. No es delirio en estado puro, sino que Nine encuentra la forma de integrar todos estos desbordes de su tremenda imaginación a una trama coherente, lineal, sólida.
Pero si a vos te gusta el Nine en crack, el Nine que hace de cada historieta una montaña rusa desaforada y vertiginosa, con Fantagas la vas a pasar bomba. La ciudad en la que transcurre la historia es un disparate en sí misma. Y los personajes, por supuesto, no se quedan atrás: una asesina super-sexy que mata y eviscera como si fuera una disciplina artística, un sillón Luis XVI que viola a las hembras que se sientan en él, las hijas ninfómanas del juez, que a su vez se curte a una especie de chica pin-up, y por supuesto el protagonista, el inspector Pernot, que cuando se emborracha pierde el conocimiento y se transforma en Fantagas, que vendría a ser el principal villano de la serie.
Créase o no, Nine logra domesticar a esa fauna volátil y descontrolada y cada uno entra y sale de escena de modo ordenado, con la prolijidad indispensable para que esto no sea una orgía sino un thriller con un toque bizarro. Los diálogos –algún costo había que pagar- no tienen ni en pedo el brillo ácido y surrealista de los diálogos de El Patito Saubón (por poner un ejemplo), pero bueno, siguen a un nivel muy alto, muy afilado.
Por el lado del dibujo, nos encontramos con un Nine MUY narrativo, muy jugado a la secuencia. Excepto el último episodio, el resto de la historieta está trabajada con tres tiras en cada página, casi siempre divididas en dos viñetas, una grilla bastante clásica. O sea que todas las maravillas que nos ofrece el genio de Haedo en materia de colores, texturas, fondos y pantomimas están contenidas dentro de un esquema muy, pero muy funcional al relato. Las últimas 10 páginas, cuando la historia ya está madura y el conflicto llega a un punto en el que las palabras importan menos, los dibujos copan la parada: Nine dibuja menos cuadros por página y menos cosas en cada cuadro. Las primeras seis páginas de ese tramo son casi inentendibles sin los bloques de texto y en las cuatro últimas, la imagen se hace 100% cargo de la narración y Nine prescinde casi totalmente de los textos para volcar todo en unas viñetas hipnóticas y únicas por su violencia, su sensualidad y su belleza plástica.
En suma, Fantagas es el álbum ideal para que el que todavía no es fan de Nine acceda a su peculiar universo, y para que el que ya es fan termine de enloquecer. Ojalá algún día se publique en libro en nuestro país.