el blog de reseñas de Andrés Accorsi

domingo, 28 de febrero de 2010

28/ 02: BATMAN & POISON IVY: CAST SHADOWS


¿Dos meses de blog, 59 reseñas, sin tocar jamás un comic de Batman? No jodamos, ya era poco serio. Tarde o temprano tenía que pasar, y acá está.
Esta vez se trata de un comic oscuro de Batman, por varios motivos: porque cuando salió (2004) se le dio poquísima bola, porque no es estridente ni grandilocuente ni lleva la firma de los autores más populares, y porque además la historia es bastante dark. Sin embargo, se trata de la mejor historia con Poison Ivy que yo recuerde. Hay que decir que los autores, Ann Nocenti y John Van Fleet, habían hecho nueve años antes otra obra maravillosa protagonizada por una femme fatale que emite toxinas fumadas y a la que le faltan un par de jugadores: la recordada Typhoid, en Marvel, y centrada en la cautivante enemiga de Daredevil que creara la mismísima Nocenti a fines de los ´80. O sea que alcanzaba con ver el equipo creativo para jugarle unas cuantas fichas a este prestige.
El trabajo de Van Fleet no me cebó tanto como sus obras de los ´90. No sé si porque ya estoy saturado de dibujantes que trabajan con referencia fotográfica (aunque Van Fleet se despega bastante de la onda “Juan Carlos Flicker”), o porque acá se juega menos que en laburos anteriores, o porque no me gusta cómo dibuja a Batman. Lo levanta mucho su propio color y tiene momentos en los que pela unos truquitos de photoshop realmente notables, pero el dibujo en sí (sobre todo en las escenas de acción, en las que invariablemente aparece ese Batman medio tosco, medio cabezón) no me terminó de cerrar.
Por suerte está Ann Nocenti de por medio, con su habitual garantía de calidad. Lo primero que impacta de Nocenti es su comprensión milimétrica de los personajes centrales (Batman y Poison Ivy) y de la naturaleza del conflicto que los hace enemigos irreconciliables. Esto se pone de manifiesto en unos diálogos filosos, deliciosamente incómodos. Por momentos, uno levanta las cejas y dice “Pará… ¿cómo es que Poison Ivy manda términos como “ontológicamente”, o “quintaesencialmente”?!? Y claro, es que uno está acostumbrado a esos guionistas pedorros que tratan a Ivy como una buscona barata, eterna segundona de cuanto grupete de villanos se junte por ahí, siempre relegada al rol de poner carita sexy y seducir a algún salame. Pero esta mina –Nocenti lo recuerda a la perfección- es una científica del carajo, una de las más importantes estudiosas del reino vegetal sobre la faz de la tierra. Está medio chapita, okey, pero eso no le reduce el intelecto a niveles karinajelineskos.
Otro punto para Nocenti: el mega-millonario corporativo ambicioso y ostentoso no es exactamente el villano. Pero la guionista lo hace quedar como un auténtico pelotudo, al desnudarlo como el avechuchito básico, limitado y estúpidamente irracional que oculta detrás de tanto pseudo-poder. Y los verdaderos villanos, como en tantos comics de Nocenti y en tantas buenas aventuras de Batman, tienen razón. O por lo menos, motivos sumamente válidos para hacer lo que hacen. Con lo cual Batman, si bien hace “lo correcto”, termina en esa posición chota de obstaculizar una movida que el lector percibe como absolutamente justa. Eso se llama “sustancia” y la mayoría de los comics de superhéroes de hoy no la tienen.
Al ser un comic de DC, tenemos que hablar de la siempre manoseada continuidad. En este caso, alcanza con decir que buena parte de la historia gira en torno al Asilo Arkham, que es un lugar donde la continuidad no existe, o por lo menos está siempre en estado de flujo. A los guionistas no les sirve que alguien defina fehacientemente qué villanos están internados en Arkham en cada momento (acá está, por ejemplo, el Penguin, que generalmente termina en cárceles comunes), ni qué médicos están al frente del nosocomio o a cargo de qué pacientes, y a los dibujantes les incomoda tener que copiar la arquitectura de Arkham creada por algún otro colega. O sea que en cada saga donde aparece, cambia el look del lugar, cambian los médicos y los pacientes van y vienen, entran y salen, como si en vez de un neuropsiquiátrico de alta complejidad el Arkham fuera un maxikiosco 24 horas. Fuera de eso, esto es tan coherente como cualquier saguita de Legends of the Dark Knight o Batman Confidential.
Si sos fan de los villanos de Gotham, o de Posion Ivy, o de la siempre sorprendente Ann Nocenti, este librito tan dark te va a iluminar la tarde.

sábado, 27 de febrero de 2010

27/ 02: BUKOWSKI


Bienvenidos al mundo de Charles Bukowski, el famoso escritor nacido en Alemania y emigrado desde muy joven a los EEUU. Un mundo de putas, chorros, drogas, cucarachas, borrachos, laburos de mierda que pagan dos mangos, marginales, fracasados, resignados y sublevados. Bukowski trajo al Siglo XX la siempre vigente temática del lumpen, del croto inadaptado que se las rebusca para subsistir en las márgenes de un sistema que se limpia el culo con la gente.
Ya sea en las grandes ciudades o en la América profunda, el sistema funciona igual: siempre hay un patrón garca, siempre hay un empleado que se desloma por chaucha y palito y se la gasta en cerveza y putas baratas, siempre hay un futuro que queda demasiado lejos, siempre hay algún sueño listo para ser aplastado por el gatillo fácil de la policía, por algún buchón, o incluso por la propia fiaca, que siempre es más fácil quedarse en la cama que ponerse las pilas y hacer algo.
Este mundo sórdido y jodido llegó al Noveno Arte por la puerta grande: de la mano de las adaptaciones de Bukowski realizadas por otro genio nacido en Alemania, el increíble Matthias Schultheiss. Si alguna vez leíste El Víbora, o la Heavy Metal, o la gloriosa Comix Internacional, seguro asociás a Schultheiss con esos magníficos laburos a color, esas orgías expresionistas llenas de climas perturbadores, de ritmo y de poesía. Bueno, olvidate de todo eso. Acá Schultheiss prueba otra cosa totalmente distinta: primero, trabaja en blanco y negro. Un blanco y negro pasado de rosca, hiper-detallista, con un cross-hatching capaz de enfermar a los fans de Robert Crumb y Joe Sacco. Todos los cuadritos tienen, por lo menos, el mismo nivel de trabajo que las páginas más zarpadas de El Garaje Hermético de Moebius, y algunas mucho más. Casi sin manchas, pero con el despliegue de rayitas y puntitos más desmedido que puedas imaginar, Schultheiss crea climas, iluminaciones, volúmenes y texturas como sólo un dios del plumín puede hacerlo.
Y la otra gran diferencia está en la composición de las páginas. Sin ser tradicional, Schultheiss nunca se había caracterizado por pelar puestas innovadoras y mucho menos zarpadas. Acá tira el mundo por la ventana y nos gratifica con páginas que el mismo Will Eisner envidiaría. Hay planos, secuencias y páginas enteras totalmente novedosas, muchas, muchas cosas que no le habías visto hacer ni a Schultheiss ni a nadie. Nueva York por 95 Centavos, la historia de los tipos que laburan colocando afiches en los vagones del tren suburbano, tiene unos momentos en los que la puesta en página logra hacerte sentir vértigo de tan compleja y arriesgada. Realmente notable.
Otro logro importantísimo de Schultheiss tiene que ver con el trabajo de la adaptación literaria. Muchas veces vemos que, cuando un cuento o una novela se convierten en historieta, el autor opta por respetar a rajatabla el texto original y así lo vemos robarse el protagonismo, en enormes bloques de texto, farragosos e infinitos, que le restan dinamismo al relato gráfico. Schultheiss, en cambio, se las ingenia para que sea la imagen la que lleve adelante la narración, de modo que las historias puedan disfrutarse como historietas, incluso por quien no sabe que están basadas en los cuentos de Bukowski. La única donde proliferan los bloques de texto es la última del libro, Mi Madre Culona, que además es la menos narrativa de todas. Bukowski simplemente nos cuenta una historia muy chiquita, donde el 95% del tiempo el protagonista toma cerveza, lee el diario o tiene sexo con dos mujerzuelas. La verdad que la lectura del diario y la ingesta de cerveza no son imagenes muy interesantes para un relato en historieta, y el sexo con dos yiros baqueteados por ahí sí, pero ya sería un comic porno y habría que publicarlo de otra manera.
En sus incandescentes polaroids de locura ordinaria, Bukowski le cantó a la derrota, a la miseria, a la desidia y a la desesperanza. Matthias Schultheiss le dio imagen a ese mundo y lo convirtió en algo más sórdido y cautivante que el texto original. Lo convirtió en unas historietas de la San Puta, que además de a la mente y al corazón, te llegan a los ojos, le hacen el amor a tus pupilas y -como las putas que conocen bien su oficio- logran que quieras volver a visitarlas una y mil veces.

viernes, 26 de febrero de 2010

26/ 02: DMZ Vol.4


Una de las formas de convencerse del inmenso poder artístico de la historieta es leer un comic que te duela. Pero dolor posta, como duele una muela cuando se pudre, como duele perder una final por un gol en offside en el minuto 94, como duelen los huevos después de toda una noche transando con una minita que no entrega. Este tomo de DMZ, conocido como Friendly Fire o El Día 204, duele como pocas historietas que me haya tocado leer.
Encima, a los porteños nos duele un poco más. Les resumo el argumento: Un montón de personas, en su mayoría jóvenes, se meten por su propia voluntad en un lugar bastante peligroso. Alguien (no se sabe quién) dispara un arma de fuego, tal vez (nunca lo sabremos) por orden de alguien más, que tampoco sabemos quién es. El resultado es una masacre en la que mueren 198 inocentes. La Justicia actúa tarde (cuando ya desapareció buena parte de la evidencia), va muy lento, y cuando emite su fallo, los castigos a los responsables resultan absolutamente insuficientes para los sobrevivientes, los deudos de los que murieron y la población en general. No hace falta explicar mucho más, no?
Pero Brian Wood (a esta altura un hijo de puta que me ha hecho sufrir más que Racing) va más allá. En el final de la saga, le pega un giro impredecible a la bronca de la gente contra el fallo judicial, que termina de hundirnos en el bajón y la desesperanza. Si hasta acá DMZ venía heavy y difícil de digerir, acá ya se vuelve una variante novedosa del sadomasoquismo, ideal para el suicida que quiere leer algo mientras prepara el nudo la horca. Posta, leés esto con Pink Floyd de fondo y te pegás un corchazo, mal.
Por supuesto, entre la mierda y el bajón anda Matty Roth, el protagonista de la serie, que se propone preguntar lo que nadie pregunta sobre la masacre, con la tenue esperanza de llegar a la verdad. Pero en un punto se da cuenta de que no importa saber a ciencia cierta qué pasó, porque igual todo se va a encubrir, y –como mucho- le endurecerán las penas a los chivos expiatorios. Cuando pasó tanto tiempo de algo tan jodido y metió mano tanto garca, la verdad ya vale menos que una cucaracha muerta flotando en el agua podrida de la alcantarilla. Imaginate lo que siente un periodista honesto cuando le cae esa ficha y entenderás por qué a Matty le pega tanto una tragedia en la que no perdió a ningún hermano, ni amigo, ni nada.
Por el lado del dibujo, Riccardo Burchielli se toma unas merecidas vacaciones y dibuja apenas la mitad de las 110 páginas que tiene la saga. Lo cubren Kristian Donaldson (acá no tan inspirado como en el unitario de Zee del Vol.2) y Nathan Fox, prendido fuego, con un estilo personalísimo y de alto impacto. Atenti con este muchacho, porque me parece que tiene todo para ser Número Uno. Y así como alguna vez critiqué el trabajo del colorista Jeromy Cox, ahora se lo ve muchísimo mejor, sobre todo en las páginas que dibuja Fox. Por suerte la calidad de los dibujantes se mantiene alta, como para que el ojo disfrute mientras uno sufre.
Qué loco que exista una historieta así, y que la publique una subsidiaria de Time-Warner… Qué loco que haya un kamikaze gritando desde un comic que EEUU se murió, que el ciudadano no puede confiar ni en sus fuerzas armadas, ni en los medios de comunicación, ni en las empresas, ni en los jueces. Qué loco que haya lectores suficientes para sustentar una propuesta así, que cada mes te somete a un nuevo bukkake de pálidas, injusticias, crueldades y patadas en la garganta… Y a la vez, qué grosso. En cuatro TPBs, DMZ pasó de interesante a atrapante, de ahí a heavy y de ahí a fundamental. Que no decaiga, aunque duela.

jueves, 25 de febrero de 2010

25/ 02: THE TWO FACES OF TOMORROW


No te dejes engañar por esa portada pechofrío que no dice nada. Debajo de la misma hay más de 550 páginas de uno de los mejores mangas de ciencia-ficción que se publicaron fuera de la islita. Todo empezó con una novela publicada en 1979 por James P. Hogan, uno de los grossos de la llamada “ciencia-ficción dura” (en una de esas porque se zarpaban con la frula), que te va a recordar a un montón de pelis y series de sci-fi, todas ellas escritas DESPUES de esta novela. Y en 1993, un mangaka al que la ciencia-ficción le queda perfecto, convirtió la novela en historieta. Hoy me resulta imposible pensar que existe una versión de The Two Faces of Tomorrow que NO ES un manga dibujado por Yukinobu Hoshino.
Hoshino había dedicado buena parte de la década del´80 a trabajar sobre historias cortas de ciencia-ficción bastante jugadas para la época y ahora se lanzaba al desafío de adaptar una novela larga y dura (como esssta), escrita 15 años atrás por un autor de otro país y otra cultura. Algo muy raro, porque la gran mayoría de las veces, los mangakas que trabajan sobre obras literarias eligen textos de autores japoneses. Y el resultado es más raro aún, por lo menos para el mercado nipón: no hay chistes, no hay mascotas ni personajes medio en joda, nadie tiene superpoderes, no hay adolescentes, todas las mujeres son mayores de edad y una sóla aparece en bolas, en una sóla página, porque tiene un accidente en la ducha. Para los occidentales es algo bastante más normal. Es una saga de ciencia-ficción con mucha machaca (de hecho, hay todo un tramo en que se convierte en un comic 100% bélico), que bien podría haberse publicado en Skorpio o Cimoc.
Lo que sí es bastante japonés es el énfasis en el mensaje. The Two Faces of Tomorrow es una obra que no disimula ni 15 segundos su intención de invitarnos a reflexionar acerca de qué futuro queremos, cómo es nuestra relación con las máquinas, en cuánto nos beneficia y en cuánto nos perjudica que estas sean cada vez más poderosas, o incluso que aprendan de nosotros conceptos como “el Bien y el Mal”, la auto-preservación, el miedo, la solidaridad. Hoshino no escatima acción ni explosiones en ningún momento, pero siempre mantiene en primer plano esta provocación al debate, esta disputa (encarnada en el Dr. Dyer y sus superiores) acerca de cuánta fe se le puede tener a una humanidad cada vez más dependiente de las máquinas.
Hay muchos más temas relevantes en la obra, pero el de la evolución de las máquinas y su vinculación con los humanos sin duda es el central. Por supuesto, muy bien matizado con una guerra salvaje y sin cuartel, lógica consecuencia de las decisiones incorrectas de los humanos. Una guerra que se ve venir, que va escalando en un clima de tensión cada vez más angustiante, tipo la primera peli de Alien. A tal punto te incomoda esa tensión, que cuando estalla la guerra entre los soldados humanos y la hiper-computadora que controla toda la base orbital, sentís un gran alivio, aunque sepas que a muchos de los personajes les quedan poquísimas páginas de vida. El final es coherente, redondo, brillante, grandilocuente en el buen sentido. Una gloria.
El trabajo de Hoshino en la faz gráfica es impecable. No sólo se mata en todos esos decorados, naves, robots y armas llenos de chiches tecnológicos, sino que además todo es creíble, todo podría existir pasado mañana. Su puesta en página es devastadora, al igual que su manejo de la acción y de las expresiones faciales. Las minitas le salen un poco parecidas entre sí, pero todos los personajes masculinos (que son amplia mayoría) son diferentes y únicos, perfectamente definidos. Además te acribilla con unas tramas mecánicas y unas líneas cinéticas siempre oportunas y siempre impactantes, que complementan a su pincel vigoroso y versátil para crear un blanco y negro magnífico en su complejidad y en su polenta.
Si te copás con la ciencia-ficción, o con una de guerra que transcurre en el espacio, The Two Faces of Tomorrow te va a volatilizar las neuronas. Gracias, Dark Horse, por editarla de este lado del Pacífico.

miércoles, 24 de febrero de 2010

24/ 02: SHAZAM!: THE MONSTER SOCIETY OF EVIL


Uno habitualmente se queja de cómo el comic yanki no se renueva, cómo todo gira siempre alrededor de los mismos íconos gastados a los que les vienen sacando la leche hace 70 años y el 99% de las veces, el planteo es más que válido. O sea, todo bien: es una industria, hay que facturar y no se puede matar a la gallina de los huevos de oro… pero ¡70 años! 70 años es una infinidad para un personaje, por exitoso o copado que sea. Sobre todo cuando son personajes que fueron creados por tipos que no tenían ni la más mínima idea de que esos conceptos pudieran perdurar por más de 70 años. Yo creo que jamás pensaron que iban a durar… ni 20 años, pero eso ya entra en el terreno de la ciencia-ficción, o del What If…?
Lo cierto es que, muy de vez en cuando, se da ese 1% restante: una nueva versión, una nueva visión, una nueva vuelta de tuerca que, sin traicionarlo, agarra a uno de esos íconos herrumbrosos, le pega un lindo lifting, lo adapta a los nuevos tiempos y lo relanza para que lo disfrute un nuevo público. Lo que hizo Jeff Smith (el consagradísimo autor de Bone) con el mítico Captain Marvel es exactamente eso. Este es un comic de superhéroes que atrapa al mismo público al que atrapaba el Capi en los ´40 (chicos y adolescentes), con una narrativa clásica y cristalina, y un guión bastante más complejo, como para estar al nivel de lo que exigen los fans de hoy. ¿Cómo le vendés a estos fans un tigre que habla? Tranqui, Smith lo logra. ¿Y una nenita de ocho años con superpoderes, no quedará medio idiota? Tranqui, Smith te la pilotea.
El capo de Ohio se da el lujo de combinar toda la mitología fantástica de Shazam! con una sutil denuncia social, y una clara bajada de línea acerca de la peligrosa paranoia (inflada por unos pocos para lucrar) generada por los atentados del 11 de Septiembre. Nada de esto es obvio, ni desvía demasiado nuestra atención de las piñas y de las emociones que llevan adelante la trama, pero todo suma. Incluso lo que no está: No sé si Smith se da cuenta de lo piola que estuvo al resistir la tentación de meter a Black Adam. Cualquier otro autor un poco más choto, lo habría metido de una. Pero Smith se dio cuenta de que con Mr. Mind y sus monstruosos esbirros y esta novedosa y brillante versión de Sivana, había amenazas suficientes como para que los chicos Marvel se arremangaran y repartieran sopapos durante 200 páginas.
Por si te estás preguntando dónde encaja esto en la continuidad (o algo así) de DC, nada, esto no tiene nada que ver con las versiones del Capi que hayas leído antes. Ni siquiera estoy seguro de que transcurra en el Universo DC. Esto es comic de autor con personajes de la editorial, o si preferís, una especie de All-Star Shazam!, totalmente autoconclusivo y coherente sólo consigo mismo.
Del dibujo de Smith no hay mucho para decir, a esta altura del partido. Por ahí destacar la solvencia con la que nos mete en un ambientación urbana contemporánea, después de años y años de dibujar un valle perdido, con cavernas, acantilados, castillos y pueblitos de estética medieval. Visualmente, este trabajo se parece poco a Bone, pero si leíste Bone (o sea, si existís) vas a notar una cierta cadencia en la narrativa que te va a resultar extrañamente familiar. El color de Steve Hamaker también está muy bien.
Este es el equivalente comiquero del Huracán de Angel Cappa: entretenido, efectivo y bello. Y si te dejás cebar por la ternura de Billy, la nobleza del Capi y la onda de los demás personajes, te vas a sorprender emocionándote como cuando leías comics de pendejito y todo te parecía hiper-flashero. Un tiki-tiki de personajes entrañables, diálogos precisos, situaciones novedosas, secuencias logradísimas y un final más que satisfactorio. Así da gusto que nos regurgiten a un personaje del año del pedo para reversionarlo por enésima vez.

martes, 23 de febrero de 2010

23/ 02: PASAPORTE PARA HONG KONG


No es ninguna novedad decir que en los ´80 volvió la aventura. No sólo al cine, con pelis como las de Indiana Jones, Volver al Futuro o Predator. También al comic. De los cientos de autores de los ´80 que salieron a explorar los territorios de la aventura, algunos pocos siguieron la senda clásica norteamericana (la de de Roy Crane, Lee Falk, Alex Raymond y demás), otros la senda argentina (aunque tal vez sin saberlo, porque a los europeos la aventura oesterheldiana les llegó de la mano de Hugo Pratt) y toda esa gran masa de autores que renovaron la línea clara desde Francia, Bélgica, Holanda y España (!) reinterpretaron, lógicamente, la matriz aventurera de Hergé.
Lo cual no significa que las historietas que integran Pasaporte para Hong Kong (o ninguna otra de las obras del valenciano Mique Beltrán) parezcan obras de Hergé. Para nada. Sí, hay un par que transcurren en lugares exóticos, y una que parece una remake más salvaje de Las Joyas de la Castafiore. Y algún personaje medio grotesco que se deshace en gestos ampulosos. Y un manejo perfecto del timing, tanto para la acción como para la comedia. Y algunos fondos laburadísimos. Pero todo eso se aplica también a la obra de autores mil veces más fieles (incluso serviles) al maestro de Bruselas. Mique, como el gran Yves Chaland, toma lo que le gusta y, sobre todo, lo actualiza, lo upgradea.
En las historietas de Cleopatra hay dos elementos que Hergé jamás pondría en un comic de Tintín: acción desenfrenada, al estilo Franquin, y promiscuidad. Acá la protagonista está más buena que comer con la mano, y si bien está casada, es más fácil que la tabla del uno. Buena parte de las hazañas de Cleopatra consisten en esquivar a los muchachones alzados que se le vienen al humo a tratar de pegarle un mordisco a sus suculentas carnes. Después, cuando nazca Marco Antonio, Cleopatra bajará un par de cambios, o por lo menos se pondrá un poco más selectiva a la hora de meterle los cuernos a su marido. Pero acá estamos en 1983, cuando Europa ardía en las llamas de la lujuria y la historieta la mostraba así, como Satanás la trajo al mundo.
En materia de dibujo, Mique pega un salto cualitativo entre la primera y la segunda historia corta, y ya fue. De ahí en más, cada página que firme será una obra maestra y su pincel y sus tramas mecánicas serán la envidia de todos los autores de la línea clara posmoderna, o –como bien lo definió el colega e ídolo Paul Gravett- el Estilo Atómico.
Por el lado del guión, Mique parece un clásico (bueno, un clásico con chistes de tetas y bultos): todas las historias son redondas, sin cabos sueltos, con verdaderos misterios que crean verdadera tensión y potencian verdaderos conflictos entre los héroes y los villanos, donde se recuperan, manipulan y actualizan estereotipos del comic el cine clásico, pero sin chorear ni pasarse de listos. Las ironías son sutiles y los tropiezos con cáscara de banana, grotescos. Pero cada cosa en su medida y armoniosamente, como dijo el General. Tan grosso es el Beltrán Guionista, que tiene un par de obras magníficas realizadas con otros dibujantes, en las que él sólo escribe.
Hoy, el estilo atómico casi no existe y apenas existe la línea clara. Tampoco existen las antologías para adultos que le daban cabida a las trepidantes y provocativas aventuras de Cleopatra. Por suerte existen las revistas infantiles, y ahí es donde hace añares que subsiste (y la levanta en pala) el glorioso Mique Beltrán, con historietas alucinantes, en las que Marco Antonio se roba el protagonismo y Cleopatra es una respetable señora… o una MILF encubierta, andá a saber...
Ah! Me olvidaba! Dos de las historietas de este libro se publicaron en Argentina, en 1991, en las páginas de Cóctel, una antología que editaba el indiscutido prócer de la historieta nacional, Javier Doeyo. Pregúntenle a Mique Beltrán si alguna vez cobró por esas publicaciones…

lunes, 22 de febrero de 2010

22/ 02: WAR MACHINE Vol.1


Si sos de los que se divierten hinchando por los malos y se preguntan cómo sería el mundo si estos finalmente ganaran, no busques más. Todo lo que publicó Marvel entre el final de Civil War y el final de Siege es exactamente eso: un mundo en el que ganaron los malos. Primero los fachos, que son malos pero dentro de la ley, y ya cuando arranca el Dark Reign, directamente gobierna Norman Osborn, el Green Goblin, un psicópata hijo de puta culpable de innumerables crímenes de lesa humanidad. El Capitán América -símbolo de todo lo bueno que EEUU podría ser en las manos correctas- está muerto, y el pulenta es el capo de una megacorporación, que en sus ratos libres es supervillano. O sea que la mano viene tan dark que hasta Iron Man, sucio traidor que rifara las libertades y derechos de sus colegas por bancar una ley fascista del nefasto George W. Bush, tiene que pasar a la clandestinidad cuando sube Osborn.
En ese contexto en el que los héroes se desdibujan y los villanos tienen la manija, aparece esta serie regular de War Machine, protagonizada por Jim Rhodes, el Iron Man del Nacional B, siempre más violento y extremo que Tony Stark. Rhodey está convertido prácticamente en un cyborg, pero ni uno sólo de sus engranajes puede identificarse como creado por Stark, para que pueda operar en escenarios de alto conflicto con total impunidad.
Al frente de los guiones está Greg Pak, el pibe que ascendió al Olimpo con la espectacular Planet Hulk. Pero acá está a media máquina (cuac!), o menos. De hecho, los guiones de War Machine son tan chotos que me recuerdan a los de los comics de Image en sus primeros años: páginas y páginas de machaca descontrolada e innecesaria, con una onda excesivamente militarista, infinitos chiches tecno, clones, nano-virus, mega-robots genocidas, diálogos sin onda balbuceados por personajes chatos, cínicos, armados hasta el ojete y que no paran de hacerse los heavies… una bosta, bah. La aparición de Ares (que se queda durante varios números sin sentido ni explicación) es tan patética y aporta tan poco, que me enorgullezco de no haber leído ni uno sólo de los cientos de comics de los últimos años que lo tienen repartiendo hachazos y violencia al pedo. La única escena grossa es la del final, cuando Rhodey se le planta a Osborn y le explica en qué términos está dispuesto a negociar y en cuáles no. El resto, de verdad, da mucha pena. Pareciera que Marvel no aprendió nada de todo lo que le pasó desde la última vez que War Machine tuvo serie propia…
Para tratar de hacer la cosa más llevadera, tenemos a cargo de los dibujos a Leo Manco, que venía de romperla en Hellblazer. Pero olvidate de todo eso, este no es el Manco vanguardista de los ´90 (al que tanto le afanaron Alex Maleev, Jae Lee y un par de estrellitas más), ni el Manco maduro de Hellblazer y los westerns de Ostrander. Acá labura mucho sobre fotos, retocadas en la etapa del entintado, lo cual le resta plasticidad, expresividad y personalidad al dibujo. Otro fuerte de Manco, que son los climas, tampoco están: no los propone el guión, no los realza el color y apenas los insinúa el dibujo. La única secuencia con un clima interesante es un flashback a la infancia de Rhodey y Glenda que, por ser amigo de Leo, me consta que fue la más complicada e incómoda a la hora del dibujo. Manco la rema con una de las armas que jamás le fallan: la narrativa. Por más pedorro que sea el guión, el marplatense siempre encuentra el enfoque más piola y la puesta en página más atractiva, para que todo se entienda, fluya y parezca mínimamente legible. Juega a su favor el hecho de que el guión está MUY al servicio del dibujo, y le da a Leo la chance de meter muchas splash-pages de gran espectacularidad, que obviamente aprovecha para mandarse unos dibujos devastadores. Pero todo el planteo es tan hueco, tan frío y tan cabeza, que no zafa ni aunque te lo vendan como un artbook de Manco con algunos globitos arriba. La serie arrancó con muy buenas ventas, pero en el rubro calidad, War Machine perdió como en la guerra.

domingo, 21 de febrero de 2010

21/ 02: NEKRODAMUS: EL DESPERTAR DEL DEMONIO


En general, queda bastante asqueroso que uno hable de su propia obra, pero a) la historieta que escribimos junto a mi hermano Diego ocupa apenas 12 páginas de las 128 que trae este libro, b) hoy es mi cumpleaños y me atribuyo el derecho de romper ciertas reglas y c) la vanguardia es así.
El núcleo de este libro (que arranca con un magnífico prólogo del maestro Fabio Blanco) lo componen ocho historietas que son aquellas con las que, en 1989, se relanzó a Nekrodamus después de casi 10 años de su última aparición. Se iniciaba así un ciclo de 54 episodios, considerados por los fans como los más logrados de toda la trayectoria del personaje. En estas historias (originalmente publicadas en la revista Skorpio a partir de 1990) nos reencontramos con otro maestro, Horacio Lalia, quien co-creara a Nekrodamus junto a Héctor Germán Oesterheld allá por 1975, y se mantuviera al frente de la faz gráfica durante los cinco años siguientes, en los que (tras la desaparición de HGO), la serie cambió demasiadas veces de guionista. El Lalia de 1989-90 es apenas un poquito menos barroco que el de los ´70, y por eso se lo ve más claro y más sólido en la faceta narrativa. Pero no sería Lalia si no nos sorprendiera con el trabajo inhumano que vemos en los fondos (nadie dibuja arquitectura gótica como Lalia), en los vestuarios y las armas de los personajes. O con el manejo de los climas sombríos y desoladores. O con el despliegue de texturas que realzan tanto el dibujo como los climas ya mencionados, a tal punto que la historieta logra transmitirnos sensaciones táctiles y olfativas, aunque sólo la miramos con los ojos.
Para esta época, Walter Slavich era un joven guionista de comics, para el cual escribir a Nekrodamus era una especie de sueño del pibe. Todavía faltaban algunos años para que se consagrara como un notable guionista de televisión, con éxitos como El Garante, Tiempofinal, Sin Código o Epitafios. Pero el pibe se aguantó la presión de jugar en Primera como los grandes de verdad. Nekrodamus y Gor, con sus personalidades perfectamente definidas desde las primeras páginas, viven historias profundas, coherentes y muchas veces MUY jodidas, en las que la aventura es una excusa para hablar del abuso de poder, la justicia, la memoria, el amor, la corrupción o la codicia. Nekro pasa a ser, más que un Dr. Strange con espada, un ajedrecista de lo sobrenatural. Un tipo frío, lleno de recursos, que siempre tiene un Plan B que el lector no ve venir. Rodeado de dos salvajes como Gor y el perro Lepra (otro hallazgo de Slavich) pareciera que no hay cómo ponerlo en jaque, pero esta etapa es, además, rica en villanos sumamente atractivos, con el poder (y la maldad) suficientes para que Nekro se las vea MUY dark en unos cuantos episodios realmente memorables y escalofriantes.
Y bueno, la historieta que escribimos con Diego fue casi un juego de cebados: leímos varias veces el origen de Nekro (tres episodios de 1975 con los que arranca la saga) y nos dimos cuenta de que estaba plagado de serias inconsistencias. Los personajes enunciaban sus intenciones y, cuando los resultados no se parecían a las mismas, nadie parecía notarlo. Nos pareció divertido llenar esos baches lógicos del guión de Oesterheld con un episodio que complementara a aquel origen (un jueguito que aprendimos de ídolos como Roy Thomas o John Ostrander) y así fue como a principios de 2005 le entregamos este guión a Horacio Lalia, sin estar muy seguros de que lo fuera a dibujar. Años más tarde, la historieta estuvo terminada y realmente el trabajo de Lalia superó todas nuestras expectativas. Se bancó como un duque páginas con mucho texto, páginas de nueve cuadros, muchísimas viñetas que requerían releer y redibujar escenas de los episodios de 1975… y a todo le puso una dedicación y un talento increíbles. O sea que no sólo nos dimos el gusto de meter mano en el origen de uno de los personajes más grossos de la historieta argentina, sino que además nos mandamos la herejía de “arreglarle” un guión medio rengo a HGO y encima fuimos recompensados con un laburo monumental de Horacio Lalia. Obviamente, alguien nos la va a cobrar carísimo en el más allá…

sábado, 20 de febrero de 2010

20/ 02: DC GOES APE


Si alguna vez te pareció rara, o incluso medio injusta, la forma en que DC relanza su universo post-Crisis en los ´80, de ese modo casi vergonzante, como quien barre la mugre abajo de la alfombra, con esa especie de pacto de silencio por el cual millones de historietas de la ilustre tradición heroica de la editorial se sumaban a la lista de “Mejor no hablar de ciertas cosas”, y decenas de títulos, guionistas y dibujantes pasaban a ser sistemáticamente ninguneados como si jamás hubiesen existido, con sólo pegarle una hojeada a este libro te va a quedar claro que toda esa “Operación Lifting” no sólo no fue un disparate: también fue absolutamente necesaria.
El concepto de este libro es rescatar historietas de 1959 a 1999 que muestren a los héroes de la editorial enfrentados a simios. Por supuesto, el planteo ACTUAL de DC es invitarnos a leer estas historias como algo bizarro, como si miráramos una entrevista de Anabella Ascar a un trava que dice estar embarazado de Sandro, Charly, Menem y Ricardo Fort. Pero excepto la última historia (gran unitario de Flash a cargo de Joe Casey y el ídolo Duncan Rouleau), TODAS las demás plantean la interacción entre héroes y simios, e incluso las transformaciones de los héroes en simios, como lo más normal del mundo, o por lo menos como un elemento para generar historias atractivas tan válido como cualquier otro. Y lo peor es que ERA ASI. En pleno 1967, cuando Marvel ya había publicado la saga de Galactus y empezaba a bajar línea política en series como Captain America, DC te publicaba un comic en el que Wonder Woman se enfrentaba a gorilas malvados del espacio exterior, cuyas pistolas de rayos transformaban a Diana en gorila, con malla, tiara y lazo. Y después nos quejamos cuando la gente relaciona al comic de superhéroes con boludeces para nenes y/o retrasados mentales…
La supuestamente gloriosa Silver Age de DC está llena de estas bizarreadas, de estos conceptos ridículos y tirados de los pelos, que además se tiraban a la marchanta en historietas de ocho o diez páginas, con finales totalmente inverosímiles y apresurados, para ser automáticamente olvidados a los 10 segundos, porque nadie se hacía cargo de estos disparates. Entre todos estos espantos y faltas de respeto, los peores son los dos que escribe Otto Binder (quien tiene algunas historietas realmente buenas en los ´60, aunque no son estas): una con Superbaby (un Superman de unos cuatro añitos) y un monito kryptoniano con superpoderes, y otra con el Superman adulto y Titano, el gorila gigante que emitía rayos de kryptonita por los ojos (sí, posta, juro que no estoy drogado ni borracho). No sólo los diálogos y las situaciones son una sarta de pelotudeces sin ton ni son, sino que además LOS FINALES son absolutamente bochornosos, ilógicos y con menos sustento que los de Casi Angeles.
Por el lado de los dibujantes, DC siempre nos trató un poco mejor. Este libro nos permite reencontrarnos con la mejor época del gran Carmine Infantino, un lindo laburo de C.C. Beck, un Murphy Anderson con algunos momentos notables y unas páginas de la última época de Ramona Fradon, cuando ya no era tan grossa como en los ´60, pero se la bancaba. También anda por ahí Jim Starlin, con un frustrado intento de parecerse a Neal Adams, y después algunos desastres sesentosos (que seguramente tendrán sus defensores a ultranza) como Wayne Boring y Jack Sparling, este último un muerto de frío que hoy no podría dibujar ni Los López.
Si leer una historieta en la que el Gorilla Grodd se postula para gobernador (u otra en la que unos hombres-polilla alienígenas se transforman en gorilas alados) te causa más gracia que indignación, dale nomás. Si no, la única forma de entrarle a este libro es para leerlo como un testimonio de una época en la que una editorial apostaba convencida a que el techo del género superheroico era este: aventuras de 10 ó 15 paginitas para chicos de 9 ó 10 años. Y no pidas más, porque no te lo vamos a dar.

viernes, 19 de febrero de 2010

19/ 02: 30 DAYS OF NIGHT Vol.2


Hace mil años, cuando empezaba con esto del blog, reseñé una de zombies y comenté cómo todas las historias de zombies me resultan muy parecidas y por qué me parece tan difícil crear una historia de zombies que se despegue un poco del montón. Sin embargo, con los vampiros eso no pasa. Me vienen a la mente 15 ó 20 historietas de vampiros muy distintas entre sí, algunas muy pegadas a la fórmula de Bram Stoker y otras de increíble originalidad. ¿Por qué será?
Uno de los comics de vampiros más originales e impactantes que leí fue 30 Days of Night, un hitazo de 2002 que puso en el mapa a Steve Niles y Ben Templesmith, y de paso a la por entonces incipiente editorial IDW. Dark Days es secuela directa de 30 Days of Night y no sólo comparte el equipo creativo, sino que no se entiende un pomo si no leíste la saga anterior. El esfuerzo que hacen Niles y Templesmith por presentarle a Stella Olemaun a los que no la conocían es ínfimo, y como tampoco se menciona con demasiado detalle lo que hicieron los vampiros en 30 Days…, esta búsqueda de venganza por parte de una de las pocas sobrevivientes de Barrow, Alaska, no tiene mayor explicación para nadie que no haya leído el primer libro.
30 Days… tenía sus giros interesantes, pero era una historieta básicamente lineal, parecida en su estuctura a las películas de zombies (mucho más que a las de vampiros), y repartía el protagonismo entre muchos personajes, hasta que sobre el final Stella y su marido Eben se cargaban la serie al hombro y detonaban la conclusión. Acá, nada que ver. Los giros sorpresivos e impredecibles son muchos más y los protagonistas muchos menos. De hecho, salvo Stella, todos los demás son secundarios, con mayor o menor peso en la trama, pero secundarios al fin. Y por supuesto, eso le permite a Niles trabajar mucho más al personaje y dotarla de convicciones, contradicciones, filias y fobias que la enriquecen notablemente respecto de su rol en 30 Days… Entre los secundarios y los villanos también hay algunos hallazgos, y si a eso le sumamos algunos diálogos grossos, un ritmo narrativo muy parejo (que casi no decae nunca) y un acertado equilibrio entre introspección y machaca, nos queda un guión muy jugoso, tal vez mejor que el de la primera saga. No esperes sutilezas gaimanescas ni yeites cuasi-literarios. Esto no es un comic de Vertigo, ni se plantea serlo. Es bastante más cabeza, estridente y salvaje que un comic de Vertigo, y si bien explora una arista de la dark fantasy, con ambientación urbana y blablabla, agarra definitivamente para otro lado.
Y el adjetivo “salvaje” se lo debemos en un 85% al amigo Templesmith, el australiano que empezara como clon de Ashley Wood para afianzarse en 30 Days of Night como un autor con todas las letras y una impronta gráfica 100% personal. Templesmith tiene un sólo problema: los fondos. No le pidas fondos, porque no te los va a dibujar. Las calles de Los Angeles, un estudio de Hollywood, un cementerio, una casa embrujada… TODO es una mancha de algún color opaco y herrumbroso, con alguna textura de photoshop y a veces algunas lagunas de tinta, raspones o garabatos hechos en 15 segundos. El resto, alucinante. Templesmith se zarpa en las splash pages, provoca unos estallidos de violencia increíbles, acompaña con su paleta a los climas del guión, le pone todo a los primeros planos de las caras, maneja un grotesco muy atractivo (por momentos parecido al del monstruo expresionista Ted McKeever) y acá muestra un manejo de la narrativa muy, muy sólido, aunque todavía no al nivel de su obra siguiente (Fell, junto al amigo Warren Ellis), donde alcanza un pico jodido de superar.
Si leíste 30 Days of Night, no dejes de jugarle una ficha a Dark Days, que seguro garpa. Y si NO leíste 30 Days of Night, leela ya, a menos que no te gusten los vampiros, que es algo que también puede suceder.

jueves, 18 de febrero de 2010

18/ 02: DEATH NOTE Vol.1


Qué lindo apostarle una ficha al Greatest Hit y descubrir que no se trata de la enésima trampa para esquilmar boludos, sino de una historieta de muy buena factura, buenas ideas y desarrollo convincente. De hecho, esto es lo más parecido a un comic de Vertigo que leí alguna vez en un manga… Me lo imagino escrito por Mike Carey, o incluso por Peter Milligan.
Al revés que en casi todas las reseñas, empiezo con las loas al dibujante. Takeshi Obata es IMPRESIONANTE, nada que ver con Yuuki Obata, la muerta de frío que firma la impresentable Erase Una Vez Nosotros. Este Obata narra bien y dibuja mejor. Se luce en secuencias urbanas de gran realismo, llenas de detalle y precisión, y cada tanto sorprende con esas tomas grandilocuentes y pesadillescas del mundo de los muertos, como para sacudir al lector y recordarle que acá están por pasar cosas muy heavies. Seguro tiene miles de ayudantes, pero igual se ve que detrás de las múltiple manos hay una visión artística grossa.
El guión de Tsugumi Ohba es magnífico, por la cantidad de capas que tiene. Arranca con la obvia: Tenés el poder de matar con total impunidad, ¿qué vas a hacer?. Lógicamente, de movida te sentís más poderoso que el Doctor Manhattan duro de merca y con una erección de tres cuadras. Pero enseguida te das cuenta de que no es tan así. Ni la impunidad es total, ni el tema de matar gente “a control remoto” es un viva la pepa. Ryuk, el shinigami, la juega de regulador de la data y pela el reglamento del Death Note en cuotas, habilitándole a Light la info a medida que este se ceba cada vez más con el chiche nuevo. Y para el final del primer tomo, usar el cuaderno mortal ya es casi una ciencia. Hay que leer la letra chiquita, estudiar las reglas, aprovechar los huecos que tienen, y además jugarla bien de keruza, porque más temprano que tarde, alguien empieza a sospechar que todas esas muertes no pueden ser meras casualidades.
Pero además de toda esta prolija, documentada y hasta burocrática irrupción de un elemento fantástico en el mundo real, tenemos el dilema moral. El que mata con total impunidad al que se le canta, ¿es bueno?. Y sí, porque mata a asesinos e hijos de puta. Pero ¿es justo que cualquier boludo se convierta en juez, jurado y ejecutor sólo porque encontró un cuaderno? ¿Y si se equivoca? ¿El bueno de verdad no dejaría que actúe la justicia? ¿Está bueno matar a los criminales? Muchas preguntas para un pibe (brillante, pero pibe al fin) de escuela secundaria. Y muy piola el truquito de que el padre de Light sea capo de la agencia gubernamental encargada de detener la ola de muertes.
Lo que no me cierra es que L, el super detective, el investigador más pulenta del universo, sea también un pibe joven. Entiendo que haya que lograr la identificación de los lectores (y facilitarle el laburo a los cosplayers), pero L ganaría credibilidad sin perder chapa ni onda si fuera un tipo de más de 30. Lo cierto es que el duelo entre Light y L promete ser tan apasionante como una gran partida de ajedrez. Y por si faltara un elemento en la ecuación, está Ryuk, con toda la data fantástica pero recontra-coherente acerca de los shinigamis, su rol en el universo, su relación con los humanos tanto vivos como muertos, sus poderes, y seguramente, alguna matufia dark que se guarda bajo la manga.
Un detalle puesto a propósito para que casi nadie lo pesque: en la primera página, ni bien Ryuk se da cuenta de que perdió el Death Note, otro de los shinigamis nos recuerda que Ryuk tenía DOS cuadernos, no uno. O sea que no debe faltar demasiado para que Light se encuentre con un segundo Death Note en manos de un segundo humano que andá a saber cuánto conoce del funcionamiento del cuaderno y para qué decide usarlo. Eso puede estar muy interesante.
Death Note arranca con una muy buena nota (cuac!). Veremos cómo sigue y cuánto tiempo aguanto antes de abalanzarme sobre el segundo tomo, que me mira seductor desde el estante y parece decirme “Sé que me deseas… Es inútil que te resistas”… Por ahora, resistiré. Pero conste que este manga me tiene más cebado que cualquier otro hitazo nipón que haya caído en mis manos en los últimos tiempos.
Ah, la edición de LARP, una masa. Y los comentarios de Agustín Gómez Sanz, un lujo.

miércoles, 17 de febrero de 2010

17/ 02: TRANSMETROPOLITAN Vol.2


Como esta araña pervertida y kamikaze, yo también soy un bicho de ciudad. Y acá estoy, una vez más atrapado en La Ciudad, esa en la que Warren Ellis y Darick Robertson nos tienden una trampa atrás de otra y nosotros caemos felices.
El segundo tomo empieza como terminó el anterior: con tres episodios unitarios. El primero es un incómodo debate acerca de los pro y los contra de tener cuerpo. El tercero es un alegato en favor de la preservación de las culturas pasadas y la investigación tecnológica de avanzada. Y el segundo es una Obra Maestra hecha y derecha, 22 páginas tan grossas, con conceptos tan jugosos y atractivos que podrían convertirse en trampolín para una segunda serie regular, ambientada en el mismo universo de Transmet, pero centrada en estos personajes (los Revividos).
Y para completar la simetría, el tomo 2 termina como empezó el 1: con un arco de tres espisodios. Acá vemos cómo dos mujeres que no se conocen entre sí, una desde la tumba y otra desde el “diario” para el que trabaja Spider, despliegan un plan maestro para cagarle la vida a nuestro “héroe”. Sin asistentes, ni crédito, ni teléfono, ni acceso a la web, Spider va a tener que sobrevivir en la hostil megalópolis, acosado por varios enemigos que lo quieren pasar a valores.
Uno de ellos es un perro policía al que Spider le volatilizó los genitales en el primer arco, y que busca venganza. Ellis hace con este perro el mismo chiste que Garth Ennis hizo con Herr Starr en la revista de Preacher: el villano jodido va detrás del “héroe” y sufre una derrota humillante tras otra, todas acompañadas de horrendas mutilaciones. Pero no le importa, porque su fuerza de voluntad, propulsada por el odio, es más potente que el dolor. La diferencia es que uno hizo el chiste en breves secuencias salpicadas a lo largo de tres episodios y el otro lo estiró 66 números y un especial. Adivinen cuál es más gracioso…
Hablando de gracioso, la vez pasada casi no mencioné un elemento fundamental de Transmetropolitan: las guarangadas. Las cataratas de insultos que larga Spider cada vez que se saca son memorables. Y en cualquier otro momento, cuando menos te lo esperás, Ellis te bombardea con chistes de curas, de drogas, de enfermedades venéreas, de caca, de pedo, necro y zoofilia, chistes de franceses (como en su notable y reciente Crécy), de abogados, de discapacitados… No hay límites para el humor, dice Ellis (y yo coincido), y menos cuando es gracioso.
Nos queda por subrayar la evolución en el dibujo. Ahora con un entintador estable (el prolijo Rodney Ramos), Robertson mejora sensiblemente su performance. Ahora que los guiones son muy distintos entre sí, y requieren distintos estados de ánimo, distintos climas y –en el capítulo de las Reservaciones- distintas ambientaciones, Robertson se banca el desafío y lo supera de modo más que decoroso. Dos de los unitarios de este libro (el de los Revividos y el de las Reservaciones) están seguro entre los mejores a nivel dibujo de –por lo menos- el primer tramo de la serie. Un truquito que a Robertson le sale cada vez mejor: poblar la Ciudad de carteles y graffitis, stickers y remeras, cada vez más ingeniosos y graciosos, una “disciplina” en la que el Number One va a ser siempre Kevin O´Neill (en Marshall Law, obvio), pero en la que Robertson se luce cada vez más.
Y bueno, Transmetropolitan va creciendo. En este tomo nos queda claro que no está tan bueno ser Spider Jerusalem… aunque si uno lograra ganarse enemigos tan patéticos o tan hijos de puta como los que tiene él, SI estaría bueno ser Spider Jerusalem… En fin, tema para debatir conmigo mismo en otro momento… Lo cierto es que a medida que se suman conflictos, a medida que Ellis narra más y describe menos, la serie gana en complejidad y en atractivo. Y no me acuerdo mucho, porque lo leí hace mil años, pero estoy seguro de que lo mejor todavía no llegó. Ya volveremos por más…

martes, 16 de febrero de 2010

16/ 02: CATO ZULU


Bienvenidos al maravilloso mundo de Hugo Pratt. Un mundo donde los fusiles y los chumbos hacen CRACK!, donde los negros no son blancos pintados de marrón, donde todos saben más de lo que dicen, donde los silencios son tan elocuentes como los diálogos y los diálogos son latigazos urticantes y geniales.
Cato Zulú es una típica historieta del Pratt de los ´80. Se publicó en la revista italiana Corto Maltese, dividida en dos sagas: una de 1984 y otra de 1988. El final de la segunda prepara el terreno para una tercera, pero esta jamás aparecerá. En el dibujo se nota claramente la mano de Raffaele “Lele” Vianello, el principal asistente del maestro durante aquella década. Lo vemos en las carretas, en las casas y sobre todo en los caballos, que tienen el toque inconfundible de Lele (perdón si me pongo detallista en esto… son efectos colaterales de haber leído Me Llamo Rojo, la novela de Orhan Pamuk, que aprovecho para recomendarles a los que además de comic consumen literatura). Otro elemento ochentoso presente en esta obra: el misticismo. Cada vez que Pratt metía un elemento místico, algún punto de la trama quedaba sin explicar, y Cato Zulú no es la excepción.
También vemos en esta obra algunos de los elementos comunes a casi toda la obra del gigante veneciano. Primero que nada, la capacidad de convertir un hecho histórico menor, casi olvidado, en la base sobre la que construye un guión excelente. Para eso hay que estar muy canchero en el manejo de la referencia histórica, pero además hay que darle carnadura y relieve a los personajes para que el relato se sostenga. En eso, el Tano era Maradona. Cada soldado inglés, cada colono holandés y cada aborigen africano atrapado en este triángulo mortal es un personaje con peso e identidad propios. Le alcanzan dos diálogos (a veces dos silencios) para pintarlos de cuerpo entero. Y después, cuando estalla el inevitable CRACK! que los convierte en comida para los buitres, el impacto es mucho mayor.
Por supuesto que la visión de Pratt acerca de esta tensa situación donde las alianzas son imposibles (y ni hablar de los gestos humanitarios o solidarios entre las facciones) es absolutamente cínica. Pratt era posmoderno en los ´70 (cuando la posmodernidad ni existía), imaginate qué podría ser en 1988, cuando el mundo entero era posmoderno. Acá no hay héroes ni epopeyas. Hay carroña, saqueo, conjuras y traiciones. Al haber muchos militares, puede parecer una historia de guerra, pero lo es sólo de a ratos. Casi todo el tiempo Pratt se concentra en Milton Cato, un soldado inglés con cara de pato, asentado en la conflictiva Sudáfrica de fines del Siglo XIX, que para no comerse un garrón, decide cortarse solo y convertirse en un renegado que vagará por un terreno bastante peligroso, a ver qué encuentra. Para el final del segundo tramo, el no-héroe se habrá rodeado de un trío de personajes que conformarían un elenco de inmenso potencial… si hubiese un tercer arco argumental.
Como en Tango, Las Helvéticas o Mu, el dibujo del Pratt ochentoso por momentos se vuelve tosco, granguiñolesco. Pero hay que entenderlo como lo entendía él: para el Pratt maduro, el dibujo era una herramienta para contar, casi como la caligrafía para el que sólo escribe. Todo lo que se ve es funcional a la narrativa, que fluye perfecta y ajustada a lo largo de todas esas páginas llenas de cabezas que hablan, algún plano medio y cada tanto, un plano general de las planicies sudafricanas por las que corren los caballos de Vianello con los tipitos de Pratt encima. El color (agregado, como suele suceder, por los franceses) es realmente muy bueno y se complementa a la perfección con ese festival de manchas y pinceladas que nos propone Pratt.
Cato Zulú no es la mejor creación de Hugo Pratt, pero aún así es aventura histórica de alto nivel, con climas, personajes, diálogos y secuencias en las que el maestro deja en claro que, incluso laburando a media máquina, les pasaba el trapo a casi todos.

lunes, 15 de febrero de 2010

15/ 02: DMZ Vol.3


Pensaba dejar pasar unos días más antes de volver con otro TPB de Vertigo, pero me encontré con la cabeza de un caballo en mi cama que me hizo recapacitar… Volvemos a DMZ, la nueva adicción. La vez pasada decía “esto se está poniendo muy pulenta” y me quedé corto: esto se puso MUY heavy! Leer un tomo de DMZ ya requiere mucho estómago! La saga de Matty Roth varado en la Manhattan devastada se pone cada vez más compleja y pasan cosas cada vez más grossas y más difíciles de digerir. En ese sentido, este tomo es un caño de escape envuelto en papel de lija, con un poquito de salsa blanca encima, para que parezca un canelón.
A ver, en el primer tomo Brian Wood y Riccardo Burchielli nos decían que en una guerra, a los bandos enfrentados lo que menos les importa es la gente que vive en el terreno por el cual se combate. En el segundo nos mostraban cómo los medios de comunicación manipulan los hechos bélicos según sus intereses, aunque eso ayude a generar más víctimas fatales. Ahora el mensaje es: Para las grandes corporaciones la guerra es un gigantesco negocio y hay que mantenerlo aunque genere muchas más víctimas fatales.
Tras un acuerdo con ambas facciones, los Cascos Azules de las Naciones Unidas entran a Manhattan, a escoltar y supervisar la labor de Trustwell, el hiper-conglomerado al que el gobierno de los EEUU le concesiona la reconstrucción de algunos lugares clave de la Gran Manzana. Trustwell es todo lo corrupto que un conglomerado de estas características puede ser, pero un complejo sistema de runflas políticas le brinda la impunidad necesaria para seguir adelante con sus faraónicos negociados. La empresa desembarca en la ciudad con hordas de trabajadores (que viven y laburan en condiciones infrahumanas), con sus propias tropas de seguridad (amigos del gatillo fácil y las violaciones a los derechos humanos a niveles macristas) y con una célula terrorista infiltrada entre los laburantes para sabotear las obras y justificar la presencia del sombrío despliegue paramilitar.
Entre los infiltrados también está Matty, que labura para Trustwell con una identidad falsa, buscando el huequito por el cual espiar y descubrir los chanchullos de la corporación. Al final lo va a lograr, pero se va a comer tantos golpes, va a tener que traicionar a tanta gente y se va a sentir tan hijo de puta, que nos vamos a preguntar (junto con él, claro) si todo eso vale la pena. El Matty undercover, que juega a no menos de tres puntas, es un personaje bastante menos simpático, aunque mucho más complejo e interesante, que el pichi del primer tomo.
Para este tercer arco, el foco vuelve a cambiar respecto de los tomos anteriores: acá todos son combatientes. Todos los personajes con los que interactúa Matty pelean para un lado o para el otro (o para ellos mismos) y no tienen problemas en mancharse con sangre para exterminar al de enfrente. Nada que ver con las sagas anteriores, mucho más centradas en la gente normal, en el ciudadano común que se quedó en la isla porque no tuvo más remedio.
Atentados, fusilamientos, torturas, asesinatos, puñaladas figuradas y literales, todo vale en la DMZ. Para algunos la justificación es la guita que se llevan, para otros la ideología, para Matty la verdad. Pero la verdad que se vive en Manhattan es tan horrible que te mancha hasta el alma y te hace oler a mierda por más que te bañes.
Repito: hay que tener mucho estómago para digerir esto. Pero el esfuerzo garpa, porque estamos ante una serie de un nivel y una trascendencia poco frecuentes.

domingo, 14 de febrero de 2010

14/ 02: MORTADELO Y FILEMON: MUNDIAL 82


De todas las veces que nos hicimos los poronga, pocas nos salió todo tan mal como en el Mundial ´82. Pero claro, íbamos con casi todos los campeones del ´78 y con Maradona, que ya era el mejor del mundo… ¿Qué podía fallar? Todo. Encima no nos olvidemos que en Junio de 1982, Argentina no sólo estaba gobernada por un genocida borracho y retrasado mental (no, ¿cómo George W. Bush? ¡Leopoldo Galtieri!), sino que además estaba en guerra con el Imperio Británico, que nos estaba dando de lo lindo en el gélido Atlántico Sur. Todo esto para ilustrarles por qué el Mundial ´82 me trae aciagos recuerdos.
Por suerte, hoy ese mundial es motivo de risa, y se lo debo al maestro Francisco Ibáñez. Muchas veces había oído a mis amigos fans de Mortadelo decir “los mejores álbumes son los de los mundiales y los de las olimpiadas”, y la verdad que comprobé esa teoría con un álbum sencillamente magistral. Yo esperaba chistes de jugadores, árbitros, técnicos y relatores, pero me encontré con una historieta 100% política, en la que Ibáñez se le planta en la vereda de enfrente a la organización del mundial y se dedica a denunciar cómo toda esa maratón de obras faraónicas y gastos desmesurados afecta directamente a la salud y la educación públicas. Como si esto fuera poco, Ibáñez presenta a la P.E.P.A. (Pueblabruta Exige Plena Autonomía), una célula terrorista que, con cero recursos y escasa habilidad, intentará sabotear las obras del mundial y mantendrá en jaque a los ineptos agentes de la T.I.A.. No hace falta aclarar que la P.E.P.A. es una parodia salvaje de la E.T.A., no? Lo loco es que después de este álbum Ibáñez no se haya ligado una bomba, ni un corchazo, ni una generosa sesión de patadas en los dientes. No sé si eso habla de la madurez política de los españoles, de la chapa de Mortadelo y Filemón o de qué, pero en Argentina, por mucho menos, los milicos te llevaban a nadar al río, con las manos y los pies encadenados.
Pero además de bajar línea a ocho manos y demostrar su talento para la sátira socio-política, Ibáñez llena este álbum con su ya clásico repertorio de gags físicos, a veces extremadamente violentos, siempre sumamente efectivos. Estamos en una época en la que este subgénero (el slapstick) había sido erradicado de la TV por el conservadurismo yanki, y los exabruptos de violencia con efecto cómico sobrevivían apenas en algunas páginas de la revista MAD (las de Don Martin y Antonio Phroias, el creador de Spy vs. Spy), en algunos franco-belgas como Greg y Franquin, y obviamente en las desenfrenadas pantomimas de Mortadelo y Filemón. Hoy, encontrarse con 44 páginas seguidas de palo, palo y palo es como una sobredosis, pero de las que hacen bien.
Como todos los álbumes de Mortadelo y Filemón, este ofrece como complemento a la aventura central, tres historias cortas. Muchas veces se pone en duda que estas hayan sido realmente obra de Ibáñez, ya que solía dejarlas en manos de sus colaboradores. Pero en este caso, una de las tres historietas cortas, La Bolsa o la Vida, es tan, pero tan perfecta, que sólo puede ser obra del maestro. Las otras no están mal, pero La Bolsa o la Vida es un clásico instantáneo del humor.
En la Argentina de principios de los ´80, historietas aparentemente cómicas, como Bosquivia o La Clínica del Dr. Cureta, invitaban al lector a reflexionar acerca del daño que la dictadura militar nos estaba haciendo como sociedad. Pero lo hacían desde la metáfora, desde la parábola, con sutileza y también con una cierta amargura. Pega fuerte ver cómo, en ese mismo momento, pero un país en plena transición democrática, la denuncia podía ser mucho más obvia, in your face y hasta mucho más cómica. Por supuesto, lo que había para denunciar en España no era comparable con lo que pasaba acá (digamos que el choreo generado por las obras del Mundial ´78 fue casi el menor de los crímenes de la dictadura), pero sigue siendo muy loco leer un comic humorístico tan de barricada, donde se confronta y se ridiculiza a los poderosos de un modo tan abierto y, por supuesto, tan desopilante.

sábado, 13 de febrero de 2010

13/ 02: NOIR


Ayer cuando terminé con Sonámbulo, me quedé cebado con el tema del hard boiled, o “policial negro”, como se le dice en Argentina. Como no tengo tiempo para ponerme a releer las novelas de Hammett o Chandler (ni las de Sasturain, insuperable exponente del hard boiled argento), me mandé al estante de los comics que nunca leí, a ver si había algo en esa línea que, de paso, sirviera para reseñar hoy en el blog. Bingo!
Noir es una antología editada por Dark Horse, integrada por 12 historietas y un cuento ilustrado. Todas giran en torno a los “crime comics”, que es como le dicen los yankis al comic policial (andá a saber por qué ellos identifican al género con los crímenes y nosotros con la cana…). El cuento no me interesó como para leerlo, pero las 12 historietas prometían y cumplieron.
Las dos primeras son perfectas. Pero claro, una es de Dave Lapham y la otra de Jeff Lemire, o sea que las chances de que fuesen chotas eran bajísimas. La tercera es un unitario de Mister X, a cargo de Dean Motter, un poquito intrincado para el que no está famiiarizado con esa serie, pero muy digno. La cuarta tiene un muy buen guión, de un autor que yo desconocía: Chris Offut. Y está dibujada con muuuuchas pilas por Kano y Stefano Gaudiano. Fracture, escrita por Alex de Campi, tiene buenas intenciones, pero el dibujo de Hugo Petrus (clon berreta de Adam Hughes) la tira mucho para atrás.
Después vienen otras dos aplanadoras: una íntegramente a cargo de M.K. Perker (el dibujante turco que da cátedra en Air), y otra de Paul Grist, con el legendario detective Kane y su habitual elenco de secundarios. De ahí nos vamos a una de Rick Geary cuyo final no te ves venir nunca, nos salteamos el cuento, y caemos en una historia muy grossa, con muy mala leche, escrita por el ignoto Gary Phillips y dibujada por el maestro Eduardo Barreto. Olvidate del Barreto tradicional de los comics de DC. Acá el uruguayo cambia totalmente y adopta una línea más salvaje, con mucha mancha negra y un gran trabajo de tramas mecánicas, más para el lado de grandes dibujantes de los ´60 como Peter O´Donnell y Jim Steranko.
Lady´s Choice tiene una narrativa interesantísima y un muy buen guión, todo obra de los hermanos Fillbäch, a los que no conocía. El dibujo está un toquecito crudo, pero hay gran nivel. Casi sobre el final, un episodio de Criminal, LA serie policial que nos dio EEUU en la década pasada, con Ed Brubaker y Sean Phillips totalmente pasados de rosca, en seis páginas más perturbadoras que ver a tus padres enfiestados con Silvia Süller y Jacobo Winograd. Y para el final, otro de los grossos de este género, el maestro Brian Azzarello, junto a los talentosos hermanos brasileños Gabriel Bá y Fabio Moon (esos que la rompen choreando a Risso, Eisner, Grist y Mignola), en una historia que empieza re-100 Bullets y termina re- nah, no los puedo cagar revelándoles el giro del final.
Obviamente, para un otaku de Vertigo como yo, cualquier basura en la que aparezcan las firmas de Lapham, Lemire, Perker, Azzarello, Brubaker y Sean Phillips, va derecho a la lista de los imprescindibles. Pero Noir está bueno de verdad, ya sea para disfrutar de miradas muy diversas sobre un género ya poco transitado por el comic, o para descubrir nuevos autores grossos y empezar a rastrearlos por otras publicaciones. En ese sentido Noir cumple con creces, porque además hace el esfuerzo colosal (y seguramente poco valorado por los propios yankis) de presentar en apenas 120 páginas trabajos de autores estadounidenses, británicos, canadienses, turcos, españoles, italianos, brasileños y uruguayos. Desde acá, mal y tarde, va el aplauso para la gloriosa y legendaria Diana Schutz, encargada de coordinar esta antología cuya obtención justifica cualquier crimen que haya que cometer para tenerla.

viernes, 12 de febrero de 2010

12/ 02: SONAMBULO: SLEEP OF THE JUST


Hay veces que el mejor amigo del comiquero es la mesa de saldos. Es un terreno fantástico, en el que uno se lanza a la exploración, a la búsqueda de algún tesoro perdido. Nos acecharán graves peligros (revistas editadas por Pavón, o producidas por Extreme Studios), pero aunque sea con el agua al cuello, zafaremos al mejor estilo Indiana Jones y casi seguro esos 40 minutos perdidos entre parvas de bóñiga y esa mugre que tardaremos dos días en sacarnos de los dedos serán recompensados con algún hallazgo notable. Hace unos meses, una famosa comiquería mudó su local de la calle Talcahuano y lo convirtió en una especie de outlet, donde se podía ir a revolver, y donde si tenías mucho culo, te podías comprar este TPB por sólo siete pesitos. Yo no tenía la menor idea de qué me estaba por llevar, pero un TPB de u$ 15 a siete mangos, con una saga completa y una portada ganchera… no jodamos, me tiré de cabeza.
Lo que me encontré adentro (hoy, cuando lo abrí para leerlo) fue una grata sorpresa. Rafael Navarro (yanki hijo de mexicanos) es un omnivorus viñetus, un animalito que se leyó TONELADAS de comics y maneja un abanico de referencias amplísimo. Se le nota el amor por los grandes del claroscuro (David Mazzucchelli, o José Muñoz), por los maestros de los climas opresivos (Bernie Krigstein), surreales (Steve Ditko) o bizarros (Charles Burns). Leyó también a grossos de los ´80 (David Lloyd, Mitch O´Connell, Jaime Hernández, John K. Snyder), de los´90 (Dean Haspiel, Dave Lapham) y de Europa (Daniel Torres, Baldazzini)… bah, creo yo que los leyó… Por ahí este estilo que mezcla todo eso con las pelis clásicas del género noir (o hard boiled) lo inventó sin mirar a nadie, encerrado 15 años en un iglú…
Lo cierto es que funciona. Navarro sacude todo ese cóctel de próceres y le mete un elemento que lo hace más personal y más extraño: el protagonista actúa como un típico detective privado, pero usa máscara de luchador de catch. De hecho, antes de ser detective, era un famoso titán del cuadrilátero, que hasta filmaba películas bizarras como las de El Santo. Uno dirá “un choreo de El Borbah”. Pero no, porque El Borbah es en joda y Sonámbulo es en serio. Recién al final aparecen elementos demasiado sobrenaturales para encajar en los cánones del hard boiled, pero todo el resto lo podría haber escrito tranquilamente Raymond Chandler. Y esto es de los ´90, o sea, anterior a la gloriosa Lucha Libre (creada en 2005 por Thierry “Jerry” Frissen, el belga radicado en Los Angeles), con lo cual no se lo puede acusar de ningún latrocinio.
Al ver a un enmascarado que reparte trompadas, alguno lo comprará convencido de que es un comic de superhéroes. Tampoco. Navarro toma de este género el dinamismo a la hora de plantar las escenas de acción, y le da a Sonámbulo un superpoder: leer los sueños de los demás. Pero no funciona como comic de superhéroes, o por lo menos no se acerca a la estructura más típica del relato de este género. Ni siquiera lo veo encajando en Vertigo, por la gran cantidad de machaca que tiene... Esta es una obra muy personal, difícil de encasillar, aunque no tanto de digerir, porque Navarro no se las da de sofisticado, ni se hace el hermético. Cualquiera que maneje mínimamente las convenciones del hardboiled, a las cinco páginas se recontra-enganchó con Sonámbulo y no lo suelta hasta el final. Hay giros inesperados en el guión, sí, pero nada demasiado rebuscado como para que el lector se pierda, o quede de garpe. En todo caso, si hay algo que te puede distraer de la línea argumental es el impacto que producen los dibujos, que es realmente grosso. Un par de veces hice ese trayecto, del impacto al deleite y del deleite al cuelgue, a perderme en las proezas visuales del autor y olvidarme por unos segundos de la trama.
Aparentemente, Sonámbulo: Sleep of the Just es el primer comic autoeditado por Navarro, y el primero que se dio a conocer en el circuito no-under. Me metí en la web y vi que en los últimos años realizó varios comics más del personaje (hoy considerado “de culto”), y que hay lujosas reediciones de toda su obra. Ya me pongo en campaña para conseguirlas. Rafael Navarro, muchachos. Un tapado con 15 años de trayectoria al que una mesa de saldos repleta de aberraciones pre-devaluación me ayudó a destapar.

jueves, 11 de febrero de 2010

11/ 02: WHAT A WONDERFUL WORLD! Vol.2


Antes de que decrezca el tsunami de cebamiento generado por la reseña del primer tomo, me zambullo en el segundo tomo de esta increíble colección de historias cortas del imparable Inio Asano.
No quiero ser reiterativo y volver a ponderar el dibujo, ni volver a subrayar cómo acá aparecen muchas de las puntas que después Asano retoma en su obra maestra, Solanin. Pero seguro esas son las dos primeras cosas que me vienen a la mente al leer este tomo.
También la forma en que, en una sóla de las historietas, Asano se mete con el realismo mágico (o en realidad con los shinigamis), en un comic con una sutileza y una belleza que haría morir de envidia al mismísimo Neil Gaiman. En todas las demás historias, la realidad le gana a la magia por goleada. Todas giran en torno a problemas tan reales como los que podemos tener cualquiera de nosotros.
Entre todas las secuencias que propone este segundo tomo (algunas hilvanadas por sitios que se repiten, o por un perro vagabundo que interactúa con personajes de distintas historias), las tres que más me pegaron vienen una atrás de otra: Sandcastle habla lo fugaz que puede ser la amistad entre chicas de la primaria cuando pasan a la secundaria y la sociedad les empieza a exigir que careteen cada vez más. Good Night nos cuenta la exasperante historia del coordinador de una revista porno de la B Metropolitana, presionado al límite por las fechas de entrega y su responsabilidad para con su mujer y su hijita. The Moon & Fish Cakes narra el emotivo contrapunto entre dos hermanos cocineros que se reencuentran luego de 30 años distanciados, y no precisamente para hacer las paces, sino para pasarse facturas muy heavies. Ninguna de las tres historias tiene un final feliz, pero son las tres gemas más brillantes del libro.
La de los cocineros es, además, la única secuencia protagonizada por gente mayor. El resto, como es costumbre en la obra de Asano, va para el lado de los Jóvenes a la Deriva, ese subgénero del slice of life que tanto aparece en el cine argentino. Otro rasgo interesante es que Asano empieza a definir sus propios tics narrativos. El más evidente es el uso de viñetas horizontales que van de punta a punta de la página (tipo widescreen). Las usa casi siempre para mostrar detalles (manos, ojos, zapatillas), pero también para planos más generales. Y el otro truco es el de agrupar los pensamientos de los personajes en viñetas con fondo negro y letras blancas, intercaladas con las viñetas dibujadas. La introspección, entonces, no se “ve” en bloques de texto clavados dentro de las viñetas convencionales, sino que aparece en viñetas aparte, en las que sólo hay texto.
Y empiezo a leer otro mensaje en los comics de Asano, además de lo de jugarse por los sueños. Me parece que también nos trata de decir que la vida es más soportable si no te la tomás a la tremenda. ¿Perdiste un año de tu vida sin laburar ni estudiar? Y bueno, es sólo eso: un año. ¿Sabés todos los años que van a venir después de ese?. ¿Tu novia te pateó a la mierda? Y bueno, era una novia, no más. Ya vendrán otras. ¿Tu jefe te tiene las bolas al plato? Mandalo a freir churros, ya vas a conseguir otro laburo mejor. Timbeá, y si perdés, no es tan grave. Los que realmente te quieren van a estar ahí para bancarte.
Una vez más, What a Wonderful World! nos invita a meternos en un mundo de sensaciones. Desde el obvio placer que produce ver más de 200 páginas dibujadas como los fuckin´dioses, hasta la identificación con los personajes (“Wow, esta pendeja se manda las mismas cagadas que mi hermana!”), hasta emociones más profundas que tienen que ver con la nostalgia, el amor, la compasión, el compromiso, los huevos para defender las convicciones, las ganas de que te den una segunda oportunidad… Todo eso late en estos maravillosos mangas de Inio Asano, cuya edición yanki (a cargo de Viz) es realmente excelente. ¿No es fácil de conseguir? No importa, vale cualquier esfuerzo que hagas por obtenerla. Incluso sumergirte en una catacumba de narcoterroristas peruanos que esconden los comics en un rincón herrumbroso junto al Santo Grial, el pibe que tiró la bengala y las manos de Perón.

miércoles, 10 de febrero de 2010

10/ 02: WOLVERINE: LOGAN


Cuánto hacía que no leía algo reciente de Marvel!
A ver, la mano viene así. Por algún vericueto fumado del destino, Logan está en Hiroshima, en Agosto de 1945. Conoce al Teniente Warren, un duro soldado yanki, juntos escapan de una prisión y Logan conoce a una hermosa joven llamada Atsuko. Enseguida pinta el amor, hasta que Warren, sacado y más malo que las secuelas de Matrix, atraviesa a Atsuko con una katana. Logan monta en cólera y se desata la machaca sanguinolienta. Durante la misma, descubrimos que a) Warren también es un mutante con infinito poder regenerativo y b) ese avioncito yanki que pasa por ahí arriba no es otro que el Enola Gay y acaba de soltar una hermosa bomba atómica. El combate se suspende por holocausto, ya que ambos contrincantes son virtualmente atomizados por el impacto y la radiación de la bomba. Eventualmente Logan se reconstituye y, sin poder consumar la venganza contra el asesino de su amada, se vuelve a su casa sufriendo como un hincha de Gimnasia, afiliado a la UCR y con un hijo gay.
Hasta acá, una linda historia, ideal para 36 ó 40 páginas, de esas que en los ´80 salían en un annual o, como mucho, en un prestige de 48 páginas. Pero ahora hay que justificar el TPB de u$ 15, entonces 40 páginas es poco. Y para estirar hasta 67 páginas, se intercala con la historia de 1945 una historia en el presente donde Wolverine (que recuperó los recuerdos de esta y de un montón de otras peripecias vividas antes de la operación en la que le implantaron el adamantium) vuelve a Hiroshima a jugar la revancha con Warren, que ahora es un poderoso mega-freak de fuego y radiación. Esta vez gana el canadiense, aunque sin garantías de que Warren no vuelva una vez más a hacer de las suyas (convengamos en que un tipo que sobrevive al Ground Zero de una bomba atómica tiene pocas chances de morir definitivamente). Nada de todo esto tiene mucha onda, excepto el final, donde Wolverine tiene que tomar una decisión crucial y –muy ingeniosa y elegantemente- los autores dejan que el lector se meta en la mente del héroe y responda la pregunta que Logan no puede responder.
¿Cómo se sostiene la saga hasta el final? En parte porque el guionista es Brian K. Vaughan, que escribe muy, pero muy bien. Cualquiera diría que escribió a Wolverine toda su vida. Como todo comic de Vaughan, este está estirado, pero el autor tiene tan buen manejo de los tiempos y los climas (y casi cualquier otro recurso que haya que aprender a pilotear para convertirse en un buen guionista), que todo ese tramo al pedo se sufre poco. Y además dibuja Eduardo Risso, uno de los grandes maestros de la historieta contemporánea. No es su mejor trabajo, ni a palos, pero se luce por varios motivos. Primero, nunca había visto a Risso dibujar una historieta de la Segunda Guerra Mundial. Segundo, después de tantos años de verlo dibujar a gente que charla, fuma y chupa en bares y fondas (les acabo de resumir una década de 100 Bullets), verlo dibujar una buena machaca al aire libre, es una bocanada de aire fresco. Y tercero, Risso nunca tuvo un colorista tan bueno como Dean White. Este tipo (como Dave Stewart en Hellboy) entiende DE VERDAD cómo funciona el claroscuro y en vez de estropearlo, lo potencia. Su aporte a cada uno de los climas que propone la historia es realmente enorme y hace que visualmente, este sea el más atractivo de los trabajos de Risso para el mercado estadounidense.
Que no te vendan esta saga como si fuera La Gloria, porque no da. Pero si sos fan de Wolverine, la vas a amar. Y si sos fan de Vaughan o de Risso (o de los dos) los vas a encontrar a los dos muy afilados, muy compenetrados, sin escatimarle nada a una historia que se parece poco a lo que hacen habitualmente, pero que en manos tan eficientes logra satisfacer incluso a los que normalmente no tocamos un comic de Wolverine ni encañonados por Cable, Deadpool y Bishop.

martes, 9 de febrero de 2010

09/ 02: BLOG! HISTORIETA PATAGONICA


Desde hace unos años, La Duendes es un referente obligado si te gusta la historieta argentina. Gestada en la Patagonia por un equipo de artistas liderado por Alejandro Aguado, La Duendes ofrece un montón de páginas de historieta y humor gráfico a cargo de autores locales que por ahí no son tan conocidos en Buenos Aires, pero publican mucho en medios de distintas provincias e incluso en otros países. Además La Duendes armó un blog, allá por 2006, y logró que un montón de artistas más, de los que habitualmente no publican en la revista, subieran sus historietas, chistes e ilustraciones a www.laduendes.blogspot.com. Para cerrar el 2009, una selección de trabajos publicados en el blog cobró forma de librito de antología y cayó en mis manos.
Básicamente, el libro tiene un sólo problema: al ser tantos los autores (más de 25), hay poco espacio para cada uno. Por eso, algunos de los que trabajan relatos más extensos pudieron incluir apenas un puñadito de páginas, de algo que no se sabe cómo continúa. Otros aportaron historias breves, autoconclusivas, y los que salieron mejor parados son los que trabajan más cerca del humor gráfico, ya que con apenas una página (o a veces, una viñeta) nos pueden contar algo copado.
Y el otro “pero” no es una crítica que se le pueda hacer a Blog!, sino que es general a todas las antologías: entre tantos autores, nunca falta el boludo que se tira a chanta y entrega algo por debajo de sus posibilidades, y nunca que falta el tarado que se pasa de vanguardista y entrega un bodoque pretencioso, incomprensible e infumable. Es algo casi inevitable, sobre todo cuando los artistas laburan de onda y no hay un jefe que les diga “No, macho, todo muy lindo, pero esto así, no va”.
Por suerte en Blog! hay una amplia mayoría de autores muy interesantes, con ideas atractivas y a veces novedosas. Agite, por ejemplo, sin ser un virtuoso del dibujo, me sorprendió con sus ideas. A Aleta Vidal ya la conocía (sus primeras historietas salieron en el Comix Trip de Comiqueando), pero su dibujo me volvió a impactar como el primer día. Chelo Candia sí, es un virtuoso del dibujo, al que sigo número a número de La Duendes y no me canso de admirar. Los colombianos de Clan Nahualli aportaron un material lindo, pero que sufre mucho el paso a blanco y negro. Cristian Guardia y Carolina Salanova tienen mucho para ajustar en guión y narrativa, pero el dibujo es realmente atractivo. Edmunds es una BESTIA y lamenté mucho tener sólo dos páginas suyas. Una grata sorpresa fue reencontrarme con Edu Molina y Marcelo Pont, dos grandes historietistas de los que hacía muchísimo que no leía nada nuevo. Leonardo Heredia, otro que no conocía y me encantó. Taro, Gimbernat y Tavo son tres grandes humoristas gráficos, muy distintos entre sí, todos merecedores de mucha más repercusión. Toto es otro capo al que banco a muerte cada vez que publica en La Duendes. Y Tom (Tomás Campos) es un dibujante exquisito y genial, que la rompe tanto cuando narra con secuencias como cuando le pone todo a una única viñeta. Mostro denserio. El resto, o son autores ya bastante más conocidos, o nombres nuevos que no me llamaron mucho la atención.
Blog! tiene muchísimo material muy entretenido, algunos dibujantes realmente muy notables, y lo más importante: te deja con la incomparable sensación de haber descubierto a nuevos grossos a los que querés seguir en sus futuros trabajos. En el este y el oeste, en el norte y en el sur, este país no se cansa de generar buenos historietistas, del estilo que sea. La prueba está en centenares de blogs alucinantes y ahora también en este libro.

lunes, 8 de febrero de 2010

08/ 02: TRANSMETROPOLITAN Vol.1


Para festejar que Vertigo empezó a reeditar todo Transmetropolitan en 10 hermosos tomitos, no se me ocurrió mejor idea que vender mis revistas (tenía todos los numeritos hasta el 41, ó 42, no me acuerdo) y abalanzarme sobre los libros. Este tipo de reencuentros hay que festejarlos y hoy, 13 años después de haber descubierto a Transmet cuando iba por el n°5, me vuelvo a cebar como el primer día con Spider Jerusalem y su forzado regreso a la Ciudad.
Y para los que creen que en este blog se repiten mucho los autores (Tezuka, Víctor Santos, Brian Wood), fíjense cómo también se repiten los temas. En la reseña de DMZ salió el tema de los medios de comunicación y cómo, en las manos incorrectas, sirven para deformar la realidad y –a la larga- cagarle la vida a la gente. Acá una vez más el periodismo, el oficio de mostrar lo que pasa, ocupa la primera plana. Spider Jerusalem representa el extremo opuesto al de los jefes de Matty Roth: él es el kamikaze de la verdad, el talibán de la verdad, el cebado de mierda que no tiene ningún reparo en ofender ni humillar a nadie con tal de propagar la verdad. La serie nos va a contar lo caro que sale jugarse la vida por la verdad y lo loco que hay que estar para abrazarla con la vehemencia con la que la abraza Spider. Pero además nos va a revelar muchísimo más sobre el periodismo y su relación con la vida y la sociedad.
Para hacerlo más interesante, el guionista (un tal Warren Ellis, supongo que les suena ;) ambienta la saga en una ciudad del futuro, que (como la que nos mostraba Altuna en Ficcionario) no es mucho más que una caricatura apenas exagerada de cualquier gran metrópolis del 2010. La Ciudad es, sin duda, protagonista de Transmetropolitan desde el primer número. Pero claro, la serie no se hizo famosa por la ciudad, sino por el personaje central, el glorioso Spider Jerusalem. Con Spider, Ellis lleva al límite el truco del protagonista jodido. Acá tenemos a un “héroe” ególatra, despótico, drogón, kilombero, violento, mal hablado, mentiroso, vengativo… un tipo repulsivo, al que sólo redimen su compromiso con su profesión y su enorme talento a la hora de filtrar la realidad y convertirla en artículos periodísticos. Imposible no amarlo, sobre todo los que laburamos en este rubro.
Este primer tomo incluye el arco incial (el de los Transients) y los tres unitarios que le siguen (el del presidente, el de la tele y el de las religiones), que son tres joyas a las que Ellis eventualmente va a superar, pero no de taquito, porque realmente dejan el listón muy, muy arriba. Este es el primer laburo del guionista que se aleja del género de los superhéroes y logra una cierta repercusión (al principio bastante escasa, pero después arrolladora), con lo cual acá se desata y derrama (o en realidad, eyacula) hectolitros de mala leche en un tsunami de furia contenida, puteadas e inmundicias. El Ellis desencadenado no es para todo el mundo, pero si te la bancás, está más bueno que comerse una milanga con Coca-Cola y música de InXS.
Para dibujar este hipnótico y desmesurado mundo futurista-decadente (falta Ranxerox, nomás), Ellis eligió a otro inglés con demasiados superhéroes a sus espaldas, que se merecía la chance de dibujar algo más personal: Darick Robertson. Robertson no es un genio ni mucho menos (está a años luz de Frank Quitely, dentro de un estilo con algunas similitudes), y el jueguito de cambiar de entintadores en casi todos los episodios tampoco lo ayuda. Pero se la banca. Y cuando el guión vira hacia el grotesco (o sea, varias veces por capítulo), la rompe. No le pidas que dibuje minas lindas, porque es más al pedo que pedirle a un intendente peronista que no afane. No le salen las minas lindas. Pero dibuja excelentes vómitos y la mejor gata de tres ojos y dos bocas que vas a ver en tu vida.
Como Spider, volveremos pronto a la Ciudad, a vivir nuevas peripecias.

domingo, 7 de febrero de 2010

07/ 02: APOLLO´S SONG


Tu vieja es puta. No, en serio. Es tan puta, que no sabés cuál de todos sus clientes puede ser tu padre. Y encima la muy puta, no sólo se revuelca con ellos mientras vos andás por ahí, sino que además, si llegás a pispear algo de “la acción”, se enoja y te caga a escobazos. Así es como, cada vez que ves animalitos garchando, te salta la térmica y tratás de matarlos, o de torturarlos. Tarde o temprano, terminás en un neuropsiquiátrico, donde tratan de curarte con terapia de electroshock. Esto te produce una serie de alucinaciones en las que se te aparece Atena, la diosa griega, y te juzga por tus crímenes contra el amor. Te condena a vivir infinitos amores que jamás se consumarán, y en eso consitirán tu(s) vida(s) de aquí en más. Médicos que tratan de sanar tu mente, y esta que te transporta a otras realidades en las que sólo recordás que te llamás Shogo Chikaishi, y en las que –inevitablemente- pinta la onda con una minita que te vuela el cráneo y con la que va a terminar todo mal, generalmente en tragedia.
No está mal como planteo argumental para una serie. Pero el autor de Apollo´s Song no es un autor común, sino el mismísimo Osamu Tezuka, el Dios del Manga (sorry que vuelva tan a menudo a reseñar obras suyas, pero es así, estoy en crack con el Maestro). Esta obra es de 1970 y marca el inicio del período “de transición”, ese en el que Tezuka abandona la historieta infanto-juvenil y empieza a explorar las temáticas adultas, en un hipnótico y fructífero coqueteo con el gekiga. Al dibujo le faltan unas monedas para estar al nivel de las obras más grossas de los ´70 (MW y Oda a Kirihito), pero es mucho mejor que el de Dororo, que podría ser la última obra del período “clásico”.
Decíamos que el planteo de armar la serie en base a historias de amor frustradas que transcurren en la mente enferma de Shogo era, claramente, un gran planteo. Sobre todo porque te permite mechar historias con ambientaciones muy distintas, de la Segunda Guerra Mundial al año 2030, y jugar con los tópicos de esos géneros (bélico o ciencia-ficción), que son más divertidos que los del comic romántico. Pero Tezuka va más allá. Para la mitad de la saga, Shogo se escapa del hospital, pasa a la clandestinidad, confronta a su madre (la muy puta lo tuvo tan joven, que todavía está buena y rodeada de prósperos clientes), y se enrosca en una historia de amor de verdad, de carne y hueso, que no es fruto de la hipnosis, ni del electroshock, sino de la onda que pega con una chica algo mayor que él, llamada Hiromi. Perseguido por la ley, Shogo cae por un acantilado, y delira durante días, en los que su mente vive otra historia de amor desafortunada. El final es explosivo y redondísimo: Shogo encontró el amor en el mundo real y la profecía de Atena está a punto de volver a cumplirse.
A años luz del mundo idílico y meloso del shojo (que en 1970 casi no existía), Tezuka propone una saga en la que el tema central es el amor, pero en la que juegan tantos elementos impactantes, que no te aburrís nunca en las más de 500 páginas que tiene Apollo´s Song. Hay machaca, persecuciones, violaciones, explosiones, runfla política, ecología, psiquiatría, robótica, mitología y hasta deportes. Lo podés leer como un thriller psicológico, o como un cóctel pasado de rosca entre todo lo anterior. Lo importante es que lo leas, porque del Manga no Kamisama se aprende muchísimo, más allá del período que estudies o la temática con la que te cebes.